NOTAS AUTOBIOGRÁFICAS Y REFLEXIONES SOBRE PINTURA (1949-1950)

FRANCISCO BORES

Notas escritas por Francisco Bores y conservadas en el Archivo Bores. Fueron así publicadas en el catálogo de la exposición antológica Francisco Bores 1898-1972, organizada en 1976 por el Ministerio de Educación y Ciencia.

Bores en su estudio con la obra Le pêcheur (1951), 1957. Fotografía de Alexander Liberman.

Nacido en Madrid el 6 de mayo de 1898. Estudia por libre el bachillerato, cuyo título obtiene en 1915. Empieza a preparar la carrera de ingeniero, por la que no tiene en el fondo ninguna vocación, frecuentando, sin embargo, con asiduidad una academia preparatoria cercana al Prado.

Para satisfacer a su familia, donde hubo siempre hombres de carreras honorables, estudia y aprueba por libre unas cuantas asignaturas de Derecho, hasta que consigue convencer a sus padres y entra en la academia privada de don Cecilio Pla, que frecuenta durante tres años. Realiza algunas copias en el Museo del Prado, como, por ejemplo, una Venus de Ticiano y El bobo de Coria de Velázquez.

En el Madrid de entonces no existían más que los Salones Oficiales; allí le rechazan los dos cuadros enviados en 1921; dos años más tarde le admiten dos obras academizantes que no conserva. Hacia el año 1923 o 1924 surgen en Madrid algunos poetas y pintores con la inquietud de la novedad y de los movimientos artísticos que se desarrollan en París.

Llevado por el deseo de expresarse más libremente, participa en la llamada exposición de «Artistas Ibéricos», donde presenta un conjunto de obras que interesan a los críticos y medios intelectuales, como la Revista de Occidente dirigida por don José Ortega y Gasset, en la que colabora realizando las viñetas de la portada. También ilustra algunos libros de esa colección, especialmente el Decamerón negro. Colabora también con grabados en madera en las revistas España, Alfar e Índice, dirigida por Juan Ramón Jiménez. Todo ello, si bien me hacía conocer, no tenía gran resultado económico, por lo que el mismo año del «Salón de Artistas Ibéricos», donde nadie vendió nada, decidí trasladarme a París en busca de mejor fortuna, pues París era, y yo creo que lo sigue siendo, el centro artístico más importante.

Autorretrato, 1925. Tinta china y carboncillo sobre papel, 20 x 19,5 cm. Residencia de Estudiantes, Madrid.

Esto fue el año 1925. Conocí a Picasso y apenas a Juan Gris, que murió por aquel tiempo. Desde luego no puedo negar una cierta influencia de los dos, aunque el llamado cubismo no fuera de los que más me atrajeran desde el punto de vista estético. Eran tal vez los surrealistas los que más me interesaban, por la parte justamente de espontaneidad que pretendían mostrar.

Mi primera exposición en París data de 1927, dos años después de mi llegada, y en la que se revelaban esas dos tendencias y que la imaginación dominaba ciertamente sobre lo que pudiera haber de preconcebido; sigo metódico, creyendo que la pintura es un acto sensual en el que la parte arquitectural o constructiva sirve para mantener el equilibrio necesario.

Un cuadro debe sobre todo tener eso que en España se llama «duende», y cuando éste no existe, la estructura solamente no puede verdaderamente satisfacer.

Yo cultivo, y ello sin pensarlo, la visión del mundo exterior que me hace comprender lo que pudiera llamarse mecanismo visual, pero no me sirvo de ninguna visión directa o de ningún asunto determinado, dejando libre curso al «placer de pintar» que se guía por la experiencia adquirida. Es decir, que yo no hago el cuadro a priori y que cuando lo empiezo no sé cómo lo voy a terminar.

Detalle de El pintor, hacia 1923. Tinta china sobre papel, 29 x 12,5 cm. Residencia de Estudiantes, Madrid.

Si el cubismo me ha interesado no es por su estética, pues prefiero las líneas ondulantes a las líneas rectas, sino por la construcción del cuadro, que no es la de la superficie plana ni la que tiene en cuenta la perspectiva tradicional, buscando más bien construir el cuadro entre su superficie y el espectador. Yo no quiero imprimir al mismo tiempo la sensación de profundidad y así darle al cuadro su respiración. No se me puede considerar ni como cubista ni como impresionista, aunque al origen participe de ambos.

Mi propósito es éste que escribí al pie de una reproducción en color de un cuadro mío en la revista Verve: «La pintura es un acto sensual, se la puede considerar como un fruto que saboreamos con los dedos, su piel se identifica a la nuestra».

Me interesa insistir en el aspecto táctil del que ya Juan Ramón Jiménez hablaba en una semblanza mía publicada en El Sol el año 1931.