Los años de esplendor

Hipólito Hidalgo de Caviedes, Gerardo Atienza y María Brusilovskaya con sus discípulas, 1934. Óleo sobre tela, 207 x 170 cm. Colección particular.

Carlos Sáenz de Tejada, Ballets Espagnols de la Argentina, 1927. Impresión mecánica sobre papel, 128 x 98 cm. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Madrid.

El año 1925 marcó el inicio de una nueva época en el desarrollo de la danza española.
Declarado en ruina, el Teatro Real cerró sus puertas, lo que provocó la desaparición de su cuerpo de baile y condenó la danza clásica a una difícil supervivencia, refugiada en el Liceo y en determinadas academias privadas.

Ese mismo año se estrenó en París la versión para ballet de El amor brujo de Falla, protagonizada por Antonia Mercé, la Argentina, quien, ante el éxito obtenido, fundó sus Ballets Espagnols, siguiendo una estrategia análoga a la de Diaghilev, aunque «a la española». Con ellos recorrió Europa, América y Asia a finales de los años veinte, presentando un repertorio de ballets en los que colaboraron renovadores literatos, compositores y pintores españoles. De manera similar, Vicente Escudero impulsó en París distintas iniciativas que combinaban el flamenco con la más rabiosa vanguardia, y Teresina Boronat realizó extensas giras internacionales con números de ballet clásico, folclore y danza española.

En Barcelona, las innovaciones foráneas tuvieron su réplica en las propuestas de Joan Magrinyà, quien en los primeros años treinta ofreció un conjunto de ballets con la colaboración de artistas y músicos de la talla de Miró, Grau Sala, Clavé y Blancafort. En Madrid, esta vertiente más académica se desarrolló en la Escuela Coreográfica del Círculo de Bellas Artes, que, bajo la dirección de Gerardo Atienza y María Brusilovskaya, fue la impulsora de esta disciplina hasta el estallido de la guerra.
Con la llegada de la Segunda República, la nueva política de la danza reconoció desde un primer momento su importancia en la difusión de la cultura española dentro y fuera de nuestras fronteras. Antonia Mercé, la Argentina, fue condecorada en 1931 con el Lazo de la Orden de Isabel la Católica, la primera distinción que entregaba el nuevo régimen; y en 1933 María Esparza fue nombrada directora del efímero Ballet del Teatro Lírico Nacional.