Antonio Pérez se incorporó de inmediato a las labores de la editorial abriéndola a la literatura y al arte. Además de sugerir el nombre valleinclanesco que haría fortuna, Pérez facilitó los contactos con los Saura, Tàpies o Millares que dotarían a la editorial de una imagen memorable. Pérez dirigió también la colección de poesía.
Con Ruedo Ibérico se fueron identificando varios individuos o grupos que colaboraron en el proyecto intelectual o materialmente. Juan Goytisolo lo respaldó de cerca y le proporcionó abundantes textos, especialmente para la revista.
A Ruedo Ibérico se sumaron también los expulsados del PCE en 1964, Jorge Semprún y Fernando Claudín, y miembros destacados del Frente de Liberación Popular (FLP), en particular el periodista Luciano Rincón y bastantes jóvenes estudiantes becados en París, como Ignacio Quintana, Manuel Castells, Joaquín Leguina, Pasqual Maragall, José Luis Leal o José Ramón Recalde. Más adelante se incorporaron Alfonso Colodrón, Juan Martínez Alier y José Manuel Naredo, quienes dirigirían la editorial en su última etapa. En el orden ideológico, los colaboradores de Ruedo Ibérico configuraron un mapa de una izquierda heterodoxa muy variada que abarcaba desde una oposición antifranquista republicana a otra internacionalista de cariz anticapitalista y, en los años setenta, a una posición contestataria de orientación libertaria. Francisco Carrasquer fue testigo desde el comienzo y cómplice de la conversión de José Martínez al seudónimo libertario de Felipe Orero durante la última etapa de la editorial.
Otros colaboradores destacados fueron el erudito Herbert R. Southworth, principal ariete en la lucha contra la censura, e Isaac Díaz-Pardo, sin cuya colaboración no se hubiesen publicado Galicia hoy, la obra de Míguez, ni los tres últimos libros de Ruedo Ibérico: dos volúmenes del Romancero de la guerra y las Crónicas sarracinas de Juan Goytisolo.
Junto a los colaboradores intelectuales, no cabe olvidar a quienes trabajaron en la editorial en diferentes etapas: José Simoes, Juan Manuel Arencibia, Horst Westphal, Denyse Vaillancourt, Alejo Lluansí y, sobre todo, Marianne Brüll, testigo privilegiado que mantiene aún viva la memoria de Ruedo Ibérico.
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