IV
Cada vez que llego allí me rejuvenezco

1932

No es que la institución creara La Barraca, pero sí condicionó su existencia, ofreciéndole el Auditórium para sus ensayos y residentes para componer el grupo. Todos, o casi todos los que lo formaban, procedían del Instituto-Escuela o de la Residencia de Estudiantes; Federico mismo había vivido, cuando estudiante, en la Residencia, y, durante algún mes de julio o agosto, golondrina de verano, ausente su familia de Madrid, también iba a vivir a la Residencia, particularmente si teníamos que preparar una tournée por diferentes pueblos de España.

(Luis Sáenz de la Calzada, 1975)

Nos encaminamos a la Residencia de Señoritas a escuchar la conferencia de Federico sobre el libro que trae escrito de América, que se titula Poeta en Nueva York, y que nos dedica. Suprema prueba de amistad y de afecto que nos conmueve.
Conocemos varios de los poemas que encierra; son de una grandiosidad y de un dinamismo que escapa a toda descripción. [...]
La sala de la Residencia —que ya he descrito— adolece de fluidos amistosos y hospitalarios, y, para dar tiempo a que la salva de aplausos con que se le recibe dé toda su medida, pone orden en la mesita tras de la cual tomará asiento. Traslada la garrafa de agua a otro sitio, coloca el vaso —que se hallaba boca abajo sobre su gollete— al lado de ella, retira un poco el florero, cuyos claveles olfatea, y coordina sus papeles. No estaría más tranquilo ni más sereno en su casa rodeado de su familia.
Me encuentro sentado al lado de Vicente Huidobro, que está simpático y comunicativo, sin dejar de asumir una actitud de importancia: de juez o de crítico de gran clase.
En las filas paralelas a la nuestra se encuentra toda la elite intelectual; la de ayer, la de hoy y la de mañana: las alas nuevas que se entreabren. Federico toma la palabra en forma deslumbrante desde el primer momento.

(Carlos Morla Lynch, 1958)

1933

En la Residencia de Estudiantes Federico nos habla de Granada. Ameniza su charla en forma deliciosa la Argentinita, interpretando cantares andaluces. Federico —cada vez que el caso lo requiere— interrumpe su disertación y se sienta sencillamente al piano para acompañarla. Se halla en la Residencia como un pez en el agua: en su elemento. El ambiente que reina es de una afinidad cautivadora. Hay en él afecto, juventud, poesía y fraternidad. La sala se halla repleta de estudiantes de uno y otro sexo, de antiguos camaradas de Federico y de amigos que lo admiran; se ve gente en los rincones más retirados y encaramada en las ventanas. Todos le escuchan con cariño; han penetrado en la sala para oírlo hasta la cocinera, los pinches y marmitones de la cocina. Es «un niño de la casa» que en ella pasó de adolescente a muchacho.

(Carlos Morla Lynch, 1958)

La segunda conferencia es la que di en la Residencia con la Argentinita, pero he cantado yo, con un éxito que para qué os voy a decir. La gente se pegaba por entrar en la puerta y ha sido tanto pedido de billetes que la próxima tendrá que ser en un teatro.

(Federico García Lorca, 1933)

Acontecimiento teatral en la Residencia de Estudiantes: El amor brujo, de Falla, bailado por la Argentinita y Ortega, el más insigne de los bailadores españoles de la actualidad. Y evento considerable, nunca visto: toman parte en el espectáculo las veteranas bailarinas que fueron célebres en su tiempo y que ahora tienen cada una alrededor de setenta años: la Malena, la Macarrona y la Fernanda.

(Carlos Morla Lynch, 1958)

Desde el año 1918, que ingresé en la Residencia de Estudiantes de Madrid, hasta el 1928, en que la abandoné, [...] he oído en aquel refinado salón, donde acudía para corregir su frivolidad de playa francesa la vieja aristocracia española, cerca de mil conferencias.

(Federico García Lorca, 1933)

—Trece años en la Residencia de Madrid, y un recuerdo tierno en el poeta.

—Estuve casi la mitad del verano. Y cada vez que llego allí, a esa vida humilde, reposada pero tan grata y tan cara al espíritu, me rejuvenezco; son baños espirituales.

(Entrevista de Alberto F. Rivas a Federico García Lorca, 1933)

1935

Queridos amigos residentes: [...] Yo os prometo solemnemente —y estas cuartillas escritas por mí sirven de acta notarial— la conferencia que os tengo prometida sobre tipos y paisajes de la Residencia, donde espero pasaremos todos un buen rato de recuerdo y camaradería.

(Federico García Lorca, 1935)

1936

—¿Y tu teatro?

—Mi última comedia, Doña Rosita o El lenguaje de las flores, la concebí en el año 1924. Mi amigo Moreno Villa me dijo: «Te voy a contar la historia bonita de la vida de una flor: La rosa mutabile, de un libro de rosas del siglo XVIII». Venga. «Había una vez una rosa...». Y cuando acabó el cuento maravilloso de la rosa, yo tenía hecha mi comedia. Se me apareció terminada, única, imposible de reformar. Y, sin embargo, no la he escrito hasta 1936.

(Entrevista de Felipe Morales a Federico García Lorca, 1936)

 

Recuerdo que una tarde tomando café en el Palace Hotel con él [Lorca], Dalí y Pepín Bello, les conté mi hallazgo del día: un libro sobre la rosa. Un libro francés de principios del siglo XIX muy sugestivo, con todas las variedades conocidas, y los nombres latinos o modernos. Pronto me olvidé de aquello, pero, a los dos años, se presentó con Doña Rosita la soltera, y aparecían algunos de los nombres que le dije, entre ellos el de «Rosa mutábilis», que es toda una evocación. Por esto, al estrenarse la obra en Barcelona, le puse un telegrama diciendo: «Te felicita cordialmente el abuelo de doña Rosita».

(José Moreno Villa, 1944)