Si García Lorca es el poeta oficial de la Residencia, Moreno Villa es el pintor.
(César M. Arconada, 1928)
Conocí entonces en sus jardines a Pedro Salinas y a Jorge Guillén, ambos casi de la misma edad —unos diez años más que yo—, catedráticos de Literatura —como Gerardo Diego—, dentro y fuera de España, y ya en vísperas de ser grandes poetas. Salinas, más desbordado, más hablador, más sonriente y madrileño. Don Pedro le llamaban todos, aunque lo tuteasen. Guillén, vallisoletano, agudo, fino, contenido, pálido y alto, lentes que le trasparentaban unos ojos pequeños, penetrantes, capaces de delinear, de hacer precisa la más confusa nebulosa. [...]
Federico seguía allí, en la Residencia, alborotando celdas y jardines.
(Rafael Alberti, 1959)
He arreglado mis libros. Han salido estupendos. Tres. Tienen, cosa que yo no creía, una rarísima unidad. Pero he de publicarlos los tres juntos porque se completan uno a otro y forman un conjunto poético de primer orden. [...] Un libro de Suites. Un libro de Canciones cortas, ¡el mejor! Y el Poema del cante jondo con las canciones andaluzas. El Romancero gitano quisiera reservarlo y hacer un libro sólo de romances. […] También he terminado la Oda a Salvador Dalí, que queda una gran pieza de ciento cincuenta versos alejandrinos.
(Federico García Lorca, 1926)
Estuve tres días en el Hotel Málaga y me fui a la Residencia, donde hasta ahora tengo sitio por amabilidad del presidente, que me dijo: «Nada, nada, usted es nuestro y tiene que venirse aquí». Y la Resi es el mejor sitio de todo Madrid, y, además, yo estoy acostumbrado a vivir en ella. Se tiene la sensación de que está uno en casa. Si yo tuviese que vivir todo el año en el Hotel Málaga os aseguro que me iría en seguida. Y vamos mi Mariana. Ya estoy haciendo tres gestiones. [...]
Mis amigos, entre ellos Salinas, quisieran que mis libros se editaran aquí, y me buscan editor, pero yo insisto en hacerlo en Málaga. [...] Es probable que dentro de unos días marche al Ateneo de Valladolid, donde me pagan el viaje en primera y gastos de hotel para leer allí la conferencia de Góngora. Si Fernán Gómez la ha llevado copiada a máquina, enviarla inmediatamente.
(Federico García Lorca, 1926)
Los telones de los decorados tienen que servir de meros fondos a las figuras, con afiligranadas indicaciones plásticas de la escena; el color tiene que estar en los trajes de los personajes. Por lo tanto, para que éstos tengan máxima visualidad el decorado será casi monocromo, las ligerísimas cambiantes de tono tienen que ser como desteñidas; todos los muebles, cornucopias, consolas, etc., dibujados sencillamente en el decorado; el clave, de cartón recortado y pintado igual que los demás muebles; en cambio, los cristales tienen que ser de verdad (me parece, ¿y a ti?).
El conjunto será de una sencillez tal, que (me parece) a los mismos puercos dejará de indignar, porque la impresión que hará al levantarse el telón y antes de empezar a analizar será de una calma y naturalidad absolutas.
(Salvador Dalí, 1927)
Gloria de Federico en la Sevilla de sus canciones y romances. Éxito clamoroso, casi taurino, en la lectura del Romancero gitano, inédito aún. Algarabía y delirio entre los auditores del Ateneo, quienes llegaron hasta arrojarle los pañuelos y las chaquetas, halagados sin duda en su sevillanismo por la alusión constante de Lorca a la ciudad y al río, a las dehesas y marismas, honor de Andalucía la Baja.
(Rafael Alberti, 1945)
Góngora tuvo un problema en su vida poética y lo resolvió. Hasta entonces la empresa se tenía por irrealizable. Y es: hacer un gran poema lírico para oponerlo a los grandes poemas épicos que se cuentan por docenas. Pero, ¿cómo mantener una tensión lírica pura durante largos escuadrones de versos? ¿Y cómo hacerlo sin narración? Si le daba a la narración, a la anécdota, toda su importancia, se le convertía en épica al menor descuido. Y si no narraba nada, el poema se rompía por mil partes sin unidad, ni sentido. Góngora entonces elige su narración y la cubre de metáforas. Ya es difícil encontrarla. Está transformada. La narración es como un esqueleto del poema, envuelto en la carne magnífica de las imágenes. Todos los momentos tienen idéntica intensidad y valor plástico, y la anécdota no tiene ninguna importancia, pero da con su hilo invisible unidad al poema. Hace el gran poema lírico de proporciones nunca usadas: las Soledades.
(Federico García Lorca, 1927)
Dos días estoy con el pie en el estribo y no me he marchado porque el éxito de mi libro está siendo una cosa tan bárbara que me han dado ya grupos distintos de amigos dos o tres comidas.
Los ejemplares puestos a la venta se agotan y se puede decir que hacía muchísimos años que un libro no levantaba este gran entusiasmo. Yo estoy dedicando ejemplares y preparando la parte de prensa aquí y en América.
Aunque este libro no dé millones, es un libro que cimienta mi prestigio de poeta y yo no soy más que eso. Ya está anunciada mi conferencia para el 15 de noviembre y creo que será una cosa estupenda, porque aquí he tomado muchos datos con Adolfo Salazar.
(Federico García Lorca, 1928)
Te agradezco del todo la magnífica, la vehementísima fiesta de poesía a que me has convidado.
(Vicente Aleixandre, 1928)
Tu poesía actual cae de lleno dentro de la tradicional, en ella advierto la sustancia poética más gorda que ha existido; ¡pero ligada en absoluto a las normas de poesía antigua, incapaz de emocionarnos ya ni de satisfacer nuestros deseos actuales!
(Salvador Dalí, 1928)
Otras veces, en clave inefable de la sustancia poética, la madre sale también de aventura en la canción con su niño. En la región de Guadix se canta:
A la nana, niño mío a la nanita y haremos
en el campo una chocita
y en ella nos meteremos.
Se van los dos. El peligro está cerca. Hay que reducirse, achicarse, que las paredes de la chocita nos toquen la carne. Fuera nos acechan. Hay que vivir en un sitio muy pequeño. Si podemos, viviremos dentro de una naranja. Tú y yo. ¡Mejor: dentro de una uva!
(Federico García Lorca, 1928)
—¿Y los amigos de Madrid, de tu «Residencia»? ¿Cómo viniste a la «Residencia»?
—Yo estudiaba Derecho y Letras en Granada. Antes había estudiado música con un profesor que había hecho una ópera colosal, Las hijas de Jephté, que se llevó un horrible pateo. Yo le dediqué mi primer libro, Impresiones y paisajes. Había recorrido España con mi profesor y gran amigo, a quien tanto debo, Domínguez Berrueta. Me tenían preparado el que me marchara pensionado a Bolonia. Pero mis conversaciones con Fernando de los Ríos me hicieron orientarme a la «Residencia» y me vine a Madrid a seguir estudiando Letras.
—Aquí, ¿tus camaradas habituales...?
—Dalí, Buñuel, Sánchez Ventura, Vicéns, Pepín Bello y tantos otros.
—Dicen que se puede escribir un libro con tus aventuras de colegio, de «Residencia». ¿Cuál te parece la más divertida?
—La de la Cabaña en el desierto. Un día nos quedamos sin dinero Dalí y yo. Un día como tantos otros. Hicimos en nuestro cuarto de la «Residencia» un desierto. Con una cabaña y un ángel maravilloso (trípode fotográfico, cabeza angélica y alas de cuellos almidonados). Abrimos la ventana y pedimos socorro a las gentes, perdidos como estábamos en el desierto. Dos días sin afeitarnos, sin salir de la habitación. Medio Madrid desfiló por nuestra cabaña. También hemos encontrado nosotros eso de los «putrefactos», ya generalizado.
(Entrevista de Ernesto Giménez Caballero a Federico García Lorca, 1928)