II
¡Que no es ninguna fonda!

1919

… veo, sin embargo, claramente, la entrada en mi despacho de aquel joven moreno, de frente despejada, ojos soñadores y sonriente expresión, que venía a Madrid a solicitar su entrada en la Residencia. No recuerdo qué dificultades tendríamos ahora para conceder una nueva plaza, pero al ver al nuevo aspirante le consideré en el acto como miembro de nuestra Casa, que tanto se preciaba de saber seleccionar a sus colegiales. Siguió una larga conversación, que él y yo prolongamos con gusto. El resultado de la entrevista fueron los diez años de estancia de Federico en la Residencia: de 1918 a 1928.

(Alberto Jiménez Fraud, 1957)

Creo que los años del veinte al veintisiete fueron los más interesantes en la Residencia. Fueron los años en que coincidieron allí García Lorca, Salvador Dalí, Emilio Prados, Luis Buñuel, Pepín Bello y otros espíritus juveniles llenos de ocurrencias. Federico [...] venía por temporadas, de un modo irregular. A veces se quedaba un año entero. No todos los estudiantes le querían. Algunos olfateaban su defecto y se alejaban de él. No obstante, cuando abría el piano y se ponía a cantar, todos perdían su fortaleza.

(José Moreno Villa, 1944)

1920

Sigo contento en la Residencia. Ahora los días son de temporal y casi no salgo a Madrid. [...] Mi cuarto está bañado por el sol desde que sale hasta que se pone, es amplio y tiene magníficas vistas hacia Madrid. [...] El salón de esta casa es magnífico. Allí nos reunimos los residentes por las noches a charlar y a hacer música.

(Federico García Lorca, 1920)

La obra no gustó. Todos coinciden en que Federico es un gran poeta.

(Francisco García Lorca,1920)

Aquí escribo, trabajo, leo, estudio. Este ambiente es maravilloso [...]. Pero lo más principal para no poder marcharme no son mis libros [...], sino que estoy en una casa de Estudiantes. ¡Que no es ninguna fonda!

(Federico García Lorca, 1920)

Ahora aquí en la Residencia vamos a hacer una función del Tenorio y yo represento dos papeles y hago un monólogo graciosísimo. Va a ser una cosa muy fina. Ya os mandaré las fotos que nos hagan.

(Federico García Lorca, 1920)

1921

La otra noche hablé en el salón de la Residencia de las canciones granadinas y no podéis imaginaros lo que gustaron.

(Federico García Lorca, 1921)

… yo también di una fiesta en mi cuarto con dulces, té, café y vino malo de dos pesetas la botella. Asistieron: Maroto, Barradas, Sainz de la Maza, Tomás Borrás, Adolfo Salazar y dos o tres ultraístas, además de mis amigos de la Residencia. Fue una cosa estupenda. Sainz tocó la guitarra y el inconmensurable Barradas hizo dibujos de la escuela simultaneísta que acaba de nacer en Londres. [...] Fue en suma una reunión con los amigos más cercanos a mi arte y a mi orientación.

(Federico García Lorca,1921)

El primer libro lleva poesías viejas y me lo edita Maroto, pero por mi cuenta. Martínez Sierra tiene una biblioteca fea y yo quiero que la obra salga a gusto mío, ya que soy el padre. Martínez Sierra está conforme conmigo y en el otoño me editará un libro en otra biblioteca que piensa crear. ¡Yo no quiero cretonas!

(Federico García Lorca, 1921)

La única gran alegría que he tenido ha sido el haber encontrado en Federico al amigo que tanto deseaba. [...] Su manera de ser y de pensar es muy semejante a la mía, su misma niñez de hombre, su afán por subir a la cumbre de la gloria, no comprendido, pero deseado por desear lo nuevo y lo revolucionario: todo es igual a lo mío. Sus ideales políticos, contrarios a su bienestar, son los mismos míos, y esto hace que sea más querido por mí.

(Emilio Prados, 1921)

—Bueno, Pepín era un caso de simpatía extremada. Tenía grandes amigos porque, vamos, era un hombre extraordinariamente comunicable, fácil, alegre y, en fin, una de esas gentes que tienen una simpatía fundamental. De ahí nacía todo, porque Pepín Bello no tenía, digamos, desde el punto de vista de producir, de escribir, de tocar, de tal, nada. Era sencillamente una persona muy inteligente, con una simpatía muy comunicable y una personalidad muy atractiva. Era una gran persona, fundamental en aquel grupo, en aquella época.

(Francisco García Lorca, 1971)

1922

En la Residencia nos recibieron muy bien, pues todos mis amigos hicieron peso, sobre todo el estupendo Luis Buñuel, que se ha portado con nosotros como no tenéis idea.

Y ya empezaremos a estudiar en cuanto nos despreocupemos y Paquito vea lo que tiene que ver. Mañana lo llevaré al Museo del Prado y el lunes comenzaremos a hacer nuestra vida ordinaria.

(Federico García Lorca, 1923)

Estamos divinamente en la Residencia y ya veis qué suerte tan grande hemos tenido. En Madrid no se puede vivir en otro sitio, pues las casas de huéspedes son nauseabundas y caras, y los hoteles y pisos buenos cuestan un ojo de la cara.

Brillante, simpático, con evidente propensión a la elegancia, la corbata impecable, la mirada oscura y brillante, Federico tenía un atractivo, un magnetismo al que nadie podía resistirse. [...] No tardó en conocer a todo el mundo y hacer que todo el mundo le conociera. Su habitación de la Residencia se convirtió en uno de los puntos de reunión más solicitados en Madrid.

(Luis Buñuel, 1982)

Por la noche nos íbamos a un descampado que había detrás de la Residencia (los campos se extendían entonces hasta el horizonte), nos sentábamos en la hierba y él me leía sus poesías. Leía divinamente. Con su trato, fui transformándome poco a poco ante un mundo nuevo que él iba revelándome día tras día.

(Luis Buñuel, 1982)

Estábamos sentados en el refectorio, uno al lado del otro, frente a la mesa presidencial en la que aquel día comían Unamuno, Eugenio d’Ors y don Alberto, nuestro director. Después de la sopa, dije a Federico en voz baja:
—Vamos fuera. Tengo que hablarte de algo muy grave. Un poco sorprendido, accede. Nos levantamos.
Nos dan permiso para salir antes de terminar. Nos vamos a una taberna cercana. Una vez allí, digo a Federico que voy a batirme con Martín Domínguez, el vasco.
—¿Por qué? —me pregunta Lorca.
Yo vacilo un momento, no sé cómo expresarme y a quemarropa le pregunto:
—¿Es verdad que eres maricón?
Él se levanta, herido en lo más vivo, y me dice:
—Tú y yo hemos terminado.
Y se va.
Desde luego, nos reconciliamos aquella misma noche.

(Luis Buñuel, 1982)

«Tú ere mu bruto», me repetía Federico. Y era verdad. A mí, en la Residencia, sólo me interesaban los deportes, todos. Me levantaba tempranísimo, como me ha gustado siempre, para correr, hacer gimnasia, lanzar la jabalina, boxear, saltar, lo que fuera, y en paños menores. Por eso, a las nueve de la noche, cuando a veces íbamos al cuarto de Emilio Prados y yo me retiraba a dormir, Federico me insultaba. Era la hora en que empezaba a leerles, o a recitar, o a tocar. Y yo me iba a la cama. Y, sin embargo, a Federico se lo debo todo. Es decir, sin él yo no habría sabido lo que era la poesía. Y eso que para él existían dos mundos, el nuestro y el de «los inteligentes»: Salinas, Guillén, Adolfo Salazar, Moreno Villa... No nos dejaba entrar en él: «No, esta noche me voy con gente inteligente...». Luego, con el tiempo, las cosas cambiaron un poco. Yo estaba mucho más cerca de Dalí, de su manera de pensar y todo; pero a Federico le debo mucho más: me descubrió mucho más mundo.

(Luis Buñuel, 1971)

La Residencia de Estudiantes, donde yo vivía, estaba dividida en gran cantidad de grupos y subgrupos. Uno de estos grupos era el de la vanguardia artística y literaria, el grupo inconformista, estridente y revolucionario [...]. Este grupo estaba compuesto por Pepín Bello, Luis Buñuel, García Lorca, Pedro Garfias, Eugenio Montes, Rafael Barradas y muchos otros.

(Luis Buñuel, 1971)

Un día en que me hallaba fuera, la camarera había dejado mi puerta abierta, y Pepín Bello vio, al pasar, mis dos pinturas cubistas. No pudo esperar a divulgar tal descubrimiento a los miembros del grupo. Éstos me conocían de vista y aún me hacían blanco de su cáustico humor. Me llamaban «el músico», o «el artista», o «el polaco». Mi manera de vestir antieuropea les había hecho juzgarme desfavorablemente, como un residuo romántico más bien vulgar y más o menos velludo. [...] En efecto, nada podía formar un contraste más violento con sus ternos a la inglesa y sus chaquetas de golf, que mis chaquetas de terciopelo y mis chalinas flotantes; nada podía ser más diametralmente opuesto que mis largas greñas, que bajaban hasta mis hombros, y sus cabellos elegantemente cortados en que trabajaban con regularidad los barberos del Ritz o del Palace. En la época en que conocí al grupo, especialmente, todos estaban poseídos de un complejo de dandismo combinado con cinismo que manifestaban con consumada mundanidad. Esto me inspiró al principio tanto pavor que cada vez que venían a buscarme a mi pieza creía que me iba a desmayar.

(Salvador Dalí, 1942)

… la personalidad de Federico García Lorca produjo en mí una tremenda impresión. El fenómeno poético en su totalidad y en «carne viva» surgió súbitamente ante mí hecho carne y huesos, confuso, inyectado de sangre, viscoso y sublime, vibrando con un millar de fuegos de artificio y de biología subterránea, como toda materia dotada de la originalidad de su propia forma.

(Salvador Dalí, 1942)

El día de San José de 1923, fundé la «Orden de Toledo», de la que me nombré a mí mismo condestable. [...] Pepín Bello era el secretario. Entre los fundadores estaban Lorca y su hermano Paquito, Sánchez Ventura, Pedro Garfias, Augusto Centeno, el pintor vasco José Uzelay y una sola mujer, muy exaltada, discípula de Unamuno en Salamanca, la bibliotecaria Ernestina González.

Venían después los caballeros. [...] los escuderos [...], los invitados de los escuderos [...] y [...] los invitados de los invitados de los escuderos [...].
Para acceder al rango de caballero había que amar a Toledo sin reserva, emborracharse por lo menos durante toda una noche y vagar por las calles. Los que preferían acostarse temprano no podían optar más que al título de escudero. De los «invitados» y de los «invitados de los invitados» ya ni hablo.
[...] La fonda en la que nos hospedábamos [...] era casi siempre la «Posada de la Sangre», donde Cervantes situó La ilustre fregona. La posada apenas había cambiado desde aquellos tiempos: burros en el corral, carreteros, sábanas sucias y estudiantes. Por supuesto, nada de agua corriente, lo cual no tenía más que una importancia relativa, ya que los miembros de la «Orden» tenían prohibido lavarse durante su permanencia en la ciudad santa.

(Luis Buñuel,1982)

1924

Tardecilla del Jueves Santo
Cielo de Claudio Lorena.
El niño triste que nos mira
y la luna sobre la Residencia.
Pepín, ¿por qué no te gusta
la cerveza?
En mi vaso, la luna redonda,
¡diminuta!, se ríe y tiembla.
Pepín: ahora mismo en Sevilla
visten a la Macarena.
Pepín: mi corazón tiene
alamares de luna y de pena.
El niño triste se ha marchado.
Con mi vaso de cerveza
brindo por ti esta tarde
pintada por Claudio Lorena.

(Federico García Lorca, 1924)

Como se acerca la primavera he cambiado de pabellón y tengo un cuarto pequeñito que mira al campo y de donde se ven rebaños y sembrados. Aquí pienso terminar la última escena de Mariana Pineda. La lucha literaria en Madrid es enorme porque está todo acaparado por sinvergüenzas y malos escritores y dramaturgos pelafustanes a quienes hay necesariamente que barrer. [...]
Os mando estas fotos, que, aunque están mal, os harán gracia. Uno de ellos soy yo vestido de moro después de tomar una ducha, y parezco efectivamente un beduino o un camellero de los que salen en los cuentos árabes.
En otra estoy con una maná de tristes tomando el té en el cuarto de un amigo. ¡Habéis visto qué mal estamos!

Cuando llegamos habría ya, tumbados en el diván-cama o sentados por el suelo, unos doce o quince residentes. Al principio Blandino [García Ascot] y yo nos sentíamos como gallinas en corral ajeno. Se percibían claves y contraseñas, valores entendidos, alusiones a hechos y dichos que nosotros ignorábamos: síntomas normales de todo vivir comunal. Federico percibía nuestra embarazosa lejanía y trataba de integrarnos en la atmósfera general. Poco a poco se fue creando el ambiente propicio a la realización y éxito de lo que denominaba «reuniones de la desesperación del té». Por lo que vimos aquella tarde, consistían las tales reuniones en la bebida de ingentes cantidades de té, a palo seco, sin otro aditamento que el humo del tabaco, predominantemente rubio, y la divertida narración de sucesos y anécdotas. Se apreciaba el humor disparatado, se abucheaba y cortaba lo cursi o patoso. Las reuniones, que podían durar cinco o seis horas, terminaban invariablemente con la lectura casi íntegra de algún libro de poeta clásico escogido por el propio Federico. En aquella ocasión el poeta fue Berceo; el libro, los Milagros de Nuestra Señora. Si alguien leía defectuosamente, Federico releería luego el pasaje maltratado. [...] El mucho té, el incesante fumar, las risas y lecturas producían una extraña borrachera.

(Rafael Martínez Nadal, 1982)

Guardo una fotografía en la que estamos los dos en la moto de cartón de un fotógrafo, en 1924, en las fiestas de la verbena de San Antonio en Madrid. En el dorso de la foto, a las tres de la madrugada (borrachos los dos), Federico escribió una poesía improvisada en menos de tres minutos, y me la dio. [...]

La primera verbena que Dios envía
es la de San Antonio de la Florida.
Luis: en el encanto de la madrugada
canta mi amistad siempre florecida,
la luna grande luce y rueda
por las altas nubes tranquilas,
mi corazón luce y rueda
en la noche verde y amarilla.
Luis, mi amistad apasionada
hace una trenza con la brisa.
El niño toca el pianillo,
triste, sin una sonrisa.
Bajo los arcos de papel
estrecho tu mano amiga.

(Luis Buñuel, 1924)

Fue en la Residencia de Estudiantes de Madrid. [...]. En un remanso oscuro del jardín, iluminado débilmente al fondo por las ventanas encendidas de los pabellones estudiantiles, comenzó a recitar Federico, espontáneamente, sin que nadie se lo pidiera, su último romance traído de Granada. En medio del silencio y de aquella penumbra susurrante de álamos, pude entrever cómo se le transfiguraba el rostro, se le dramatizaban la voz y todo el aire al son duro, patético, lleno de misterioso escalofrío, que repica por el suceso sonámbulo del poema.

El barco sobre la mar.
Y el caballo en la montaña.

(Rafael Alberti, 1945)

¡El Pleyel aquel de la Residencia! ¡Tardes y noches de primavera o comienzos de estío pasados alrededor de su teclado, oyéndole subir de su río profundo toda la millonaria riqueza oculta, toda la voz diversa, honda, triste, ágil y alegre de España! ¡Época de entusiasmo, de apasionada reafirmación nacional de nuestra poesía, de recuperación, de entronque con su viejo y puro árbol sonoro! Ante ese piano he presenciado graciosos desafíos —o, más bien, exámenes— folklóricos entre Lorca, Ernesto Halffter, Gustavo Durán, muy jóvenes entonces, y algunos residentes ya iniciados en nuestros cancioneros.
—¿De qué lugar es esto? A ver si alguien lo sabe—preguntaba Federico, cantándolo y acompañándose:

Los mozos de Monleón
se fueron a arar temprano —¡ay, ay!—,
se fueron a arar temprano...

En aquellos primeros años de creciente investigación y renacido fervor por nuestras viejas canciones y romances ya no era difícil conocer las procedencias.
—Eso se canta en la región de Salamanca —respondía, apenas iniciado el trágico romance de capea, cualquiera de los que escuchábamos.
—Sí, señor, muy bien —asentía Federico, entre serio y burlesco, añadiendo al instante con un canturreo docente—: Y lo recogió en su cancionero el presbítero don Dámaso Ledesma.

(Rafael Alberti, 1975)

Eran los años del poeta francés Apollinaire, y todo el grupo se puso a componer unos llamados «anaglifos» que no sé quién bautizó. Constaban de tres sustantivos, uno de los cuales, el de en medio, había de ser «la gallina». Todo el chiste consistía en que el tercero tuviese unas condiciones fonéticas que impresionasen por lo inesperadas. Ejemplos:

El búho,               La codorniz,       El té,
El búho,               la codorniz,         el té,
la gallina             la gallina             la gallina
y el Pancreator. y el viso.              y el Teotocópuli.

La creación de «anaglifos» fue como una epidemia, en la cual me vi envuelto. Se hacían a montones, y a todas horas y en todos sitios, pero salían pocos perfectos, que gustaran a la mayoría. Y como en todo movimiento imaginativo, en seguida apareció el disidente, que fue Federico.
Su variante consistía en alargar el último elemento del anaglifo convirtiéndolo en frase, por ejemplo:

La tonta,
la tonta,
la gallina.
y por ahí debe andar alguna mosca.

Tales juegos respondían al espíritu revolucionario de entonces, se daban la mano con la escritura automática y otras manifestaciones más serias.

(José Moreno Villa, 1944)

1925

Mientras, estuvo aquí el primo Joaquín Alemán [...]. Por cierto, que si estuvo en mi cuarto de la Residencia debió de quedarse espantado (esto lo digo para que se ría Paquito), pues tengo colgados dos preciosos cuadros que me ha regalado Dalí, que le producirían (y es natural) una desconcertante impresión.
Cuando después lo pensé, pasé un rato regocijado.

(Federico García Lorca, 1925)

Grosz (alemán) y Pascin (francés) han pretendido dibujar ya la putrefacción; pero han pintado, por ejemplo, al señor tonto con odio, con saña, con rabia, en un sentido social. Por lo tanto, han llegado nada más a la primera capa, a lo más superficial del señor tonto; a la primera reacción del que empieza nada más a distinguir el señor tonto del que no lo es tanto. Nosotros, todo al contrario, hemos elevado al señor tonto, la idiotez, a categoría lírica. Hemos llegado a la lírica de la estupidez humana; pero con un cariño y una ternura tan sincera hacia esta estupidez casi franciscana.

(Salvador Dalí, 1925)

Anteayer me contestaron de Barcelona y me pagan el viaje y gastos para la lectura, suplicándome que, como no tienen dinero porque el Gobierno los ha dejado sin subvenciones, les dispense, pero la gana de oírme leer poesía mía lo hacía todo. Yo, desde luego, acepto, y esto veo que os parecerá bien toda vez que el grupo intelectual de Barcelona es de los mejores que hoy existen en Europa. La lectura será en Pascua de Resurrección, naturalmente, pero como Dalí, y esto ya os lo dije, me ha invitado a Cadaqués, pueblo de la costa de Gerona, me voy antes, con objeto de en el silencio del pueblo trabajar en una nueva obra teatral que he comenzado y hacer la última escena de La zapatera. Dalí me invita espléndidamente; he recibido una carta de su padre, notario de Figueras, y de su hermana (una muchacha de esas que ya es volverse loco de guapas) invitándome también, porque a mí me daba vergüenza de presentarme de huésped en su casa.

(Federico García Lorca, 1925)

El putrefacto, como no es difícil deducir de su nombre, resumía todo lo caduco, todo lo muerto y anacrónico que representan muchos seres y cosas. [...] Los había con bufandas, llenos de toses, solitarios en los bancos de los paseos. Los había con bastón, elegantes, flor en el ojal, acompañados por la bestie. Había el putrefacto académico y el que sin serlo lo era también. Los había de todos los géneros: masculinos, femeninos, neutros y epicenos. Y de todas las edades. El término llegó a aplicarse a todo: a la literatura, a la pintura, a la moda, a las casas, a los objetos más variados, a cuanto olía a podrido, a cuanto molestaba e impedía el claro avance de nuestra época.

(Rafael Alberti, 1959)