Ese «espíritu de la casa» quedaba reflejado en una cierta forma de vida, construida en torno a la responsabilidad personal, el trabajo, la búsqueda de la excelencia y el ocio creativo, con el fin de que el esfuerzo particular se viera proyectado en la sociedad. Las excursiones, la práctica de deportes, las visitas a museos o a ciudades de interés artístico y, en particular, la convivencia entre diferentes disciplinas y su transmisión a través del contacto directo y la experiencia personal eran los instrumentos preferidos para fomentarlo.
Los tutores o «dones», un grupo de profesionales de reconocida competencia, ejercieron a través de dichas actividades o a través de cursos, conferencias o prácticas de laboratorio esa orientación personalizada que fue la esencia del proyecto. Entre estos maestros que vivían en la Residencia o la visitaban con mucha frecuencia, destacan Miguel de Unamuno, Juan Ramón Jiménez, José Ortega y Gasset, Ramón Menéndez Pidal, Manuel de Falla, Manuel García Morente, Blas Cabrera, Eugeni d’Ors, Eduardo Martínez Torner o Federico de Onís, y especialmente los que fueron residentes durante muchos años: Ángel Llorca, Ricardo de Orueta y José Moreno Villa, así como los directores de los distintos laboratorios.
La cabeza del atleta rubio, encontrada en la Acrópolis de Atenas y elegida como sello de las publicaciones de la casa, se convirtió en el emblema de la Residencia. Representa su ideal de educación integral: basada en el diálogo entre artes y ciencias, entre diferentes generaciones, y entre tradición y modernidad.
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