Luis Cernuda en Madrid, verano de 1929. Archivo de la Residencia de Estudiantes, Madrid
Luis Cernuda en la Plaza Mayor de Madrid, 1928. Archivo de la Residencia de Estudiantes, Madrid
De izquierda a derecha, Darío Carmona, Luis Cernuda y Gerardo Diego en Málaga, 2 de Septiembre de 1933. Archivo de la Residencia de Estudiantes, Madrid
Al morir la madre de Cernuda en el verano de 1928, el poeta se sintió libre de abandonar Sevilla. Camino de Madrid, pasó unos días en Málaga con los directores de la imprenta Sur, Emilio Prados y Manuel Altolaguirre, quienes un año antes habían publicado Perfil del aire. Ésta fue la primera vez que Cernuda vio el mar y el espectáculo le impresionó; tanto fue así que incluyó una recreación de la costa malagueña en el relato «El indolente», escrito en 1929.
Una vez en Madrid se reunió con algunos de los escritores que había conocido en enero de 1926, en una primera visita a la capital. También pasó a saludar a Vicente Aleixandre. En noviembre de 1928, gracias a la mediación de Salinas, Cernuda se incorporó a l'École Normale de Toulouse como Lector de español. Durante los siete meses de estancia en esa ciudad, Cernuda se dedicó a cultivar valores artísticos y literarios nuevos y también a retomar aficiones viejas, como el cine mudo. En efecto, mucho antes de salir de Sevilla, el cine constituía una de sus grandes pasiones, fuesen las aventuras épicas de Douglas Fairbanks Jr. y Rudolph Valentino, las andanzas tragicómicas de Chaplin y Buster Keaton, o los dramas psicológicos protagonizados por George O'Brien, John Gilbert y Gilbert Roland. En el cine Cernuda encontraba no sólo entretenimiento, sino también estímulos visuales para su propia obra. No por nada su «Oda» originalmente iba a titularse «Oda a George O'Brien».
Por otra parte, durante su estancia en Toulouse, Cernuda quiso reconciliarse con su homosexualidad. Liberado de los tabúes que la familia y los amigos suelen imponer, Cernuda hizo mucho por cultivar una nueva imagen. Superando su natural timidez, aprendió a hablar en público, se compró «un sombrero americano, gris, exactamente igual al que lleva Gilbert Roland en Marguerite Gautier», se dejó el bigote «como el de John Gilbert» 4 , y luciendo este atuendo hollywoodiense, se puso a escuchar discos de fox-trot, de charlestón, de vals y de tango. Estas novedades, sin embargo, no trajeron la emancipación anhelada.
En el mes de marzo de 1929, Cernuda viajó a París. La ciudad le deslumbró con sus museos, sus bares y los puestos de libros en el boulevard Saint-Michel: «Pasé en París una temporada sin concesión alguna, por timidez y temor, a los deseos que se agitaban dentro de mí, sólo dedicado a ver, a pasear, a leer. Qué afán sentía de quedarme allí para siempre» 5 . Algo de esta misma frustración erótica y vital encontró eco en los poemas que escribió a su regreso a Toulouse, y que luego entrarían a formar parte del libro Un río, un amor: «Remordimiento en traje de noche», «Quisiera estar solo en el sur» y «Sombras blancas». En cuanto experimento con el automatismo propuesto por los surrealistas, estos poemas representaron un paso decisivo en la carrera del poeta. A lo largo de ese mismo año, Cernuda fue acomodándose al ritmo del nuevo impulso, publicando los primeros resultados en la revista malagueña Litoral.
En junio de 1929, Cernuda volvió a Madrid, donde terminó de escribir Un río, un amor. Desempleado durante algunos meses, finalmente entró a trabajar como empleado de la librería de León Sánchez Cuesta a principios de 1930. Este empleo contrastaba con la imagen del poeta rebelde que ya asumía como propia; pero, a falta de otra cosa mejor, Cernuda se sometió a la triste nueva rutina. En abril de 1931, Cernuda empezó un segundo poemario surrealista: Los placeres prohibidos. El estímulo exterior que lo desencadenó fue su relación amorosa con Serafín Fernández Ferro, joven gallego que, durante los años siguientes, ejerció una notable influencia tanto en la vida como en la obra de Cernuda.
Si en el terreno afectivo su vida pasaba por momentos muy intensos, algo similar ocurría en el terreno político, con la proclamación de la II República el 14 de abril de 1931.