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San Juan de Max Aub
José María de Quinto

Coincidiendo con el estreno en Madrid, tras su paso por Valencia, de la tragedia San Juan, interpretada por la compañía del Centro Dramático Nacional, se presentó en la Residencia de Estudiantes la nueva edición de San Juan que ha publicado la editorial Pre-textos. En el acto de presentación de la obra escrita por Max Aub en 1943, que fue organizado con la colaboración de la Dirección General del Libro, Archivos y Bibliotecas (MEC) coincidieron Elena Aub, hija del autor, y los especialistas Manuel Aznar Soler, Ignacio Soldevila y José María de Quinto, de cuya intervención se reproduce un extracto.

La reedición que hicimos en Primer Acto sería la segunda edición del San Juan y habría que tener en cuenta los problemas que había que encarar en ese entonces con la arbitraria censura (y sus caprichosos dictámenes). Era ella la culpable de que el nombre de Max Aub hubiera prácticamente desaparecido de la memoria de los españoles, porque era ella la que no sólo prohibía los textos por su contenido, sino también por el simple nombre del que los hubiera compuesto. El nombre de Max Aub era –para la censura– un nombre maldito, porque Max había luchado en favor de la República, y era por tanto un «vencido», pertenecía a la especie de los exiliados que andaban desperdigados por el mundo. De todas maneras –y nunca he sabido por qué– el San Juan pudo publicarse en Primer Acto.

En la nota introductoria de Primer Acto Max Aub decía lo siguiente: «Que estos seres vivan todavía es todo lo que puedo pedir. El que aparezcan en las tablas –y en Madrid– sería esperar demasiado, aunque no hice otra cosa desde hace más años de los que tiene esta tragedia». Esto escribía Max en febrero de 1964. Ni siquiera esperaba entonces poder ver levantada, en un escenario, la tragedia del San Juan. Era –como decía– pedir demasiado. Se dolía de que los escenarios españoles no le fueran propicios. «¿Cómo habla el que es mudo?» –escribía Max Aub en la nota de presentación de Morir por cerrar los ojos (Ediciones Tezontle)–: «Por señas. Así os hablo por garabatos y llega a vosotros, una vez más, este mi teatro en el fantasma del papel».

Casi todos los grandes escritores españoles, desde Cervantes a Valle-Inclán, se vieron rebotados de los escenarios; el teatro –en manos de los empresarios y directores poco escrupulosos– prescindió de ellos, con lo que infligieron un negativo servicio a los públicos, cada vez más estragados en sus gustos. Había sobre todo cierto rechazo de la tragedia. Para aceptar la tragedia se requiere un público que participe en la honestidad y la pureza. Y tengo para mí que los parroquianos del teatro español –desde hace siglos– carecen de esa pureza y honestidad, con lo que el teatro de Cervantes y el de Valle-Inclán tuvieron que cambiar de signo; el primero, después de La Numancia, acabó entrando en el mundo popular de los entremeses, y el segundo, después del ciclo de las «comedias bárbaras», descubrió el esperpento. No hay que olvidar que incluso en nuestro Siglo de Oro –Lope, Calderón, Tirso– se entronizaba en todos los dramas la figura del «gracioso», figura con la que la tragedia pura y escueta se hacía imposible.

Drama político de primera magnitud

Decía Max Aub, en el prólogo a Obras en un acto, que «hay que reconocer que buena parte de la indiferencia de los empresarios se debe a mi insistencia en los temas políticos, que, en general, interesan poco al público de habla española». Pero creo que, aunque no andaba descaminado Max en esa apreciación, había más: porque esos mismos empresarios trataban de halagar los más bajos instintos de los públicos, y esos públicos estaban en aquel momento constituidos por la burguesía dominante. No obstante, estimo que los grandes temas políticos «aubianos» han ido limando asperezas hasta convertirse en historia y que ha llegado el momento en que adquieran su total validez.

El compromiso, la denuncia y el testimonio hacen de San Juan un drama político de primera magnitud. Enrique Díez-Canedo –magnífico crítico literario, pleno de sabiduría e intuición– decía que el «San Juan es la imagen de nuestro mundo a la deriva». Y es así porque, a pesar del tiempo transcurrido desde el año 1938, fecha en que se data el drama, las cosas no se han resuelto como cabía esperar, y el hombre –la humanidad– sigue estando a la intemperie, aterido de frío y de necesidades. En cualquier instante pueden repetirse, sólo que agudizados, los padecimientos que denuncia Max Aub, quien confiesa que vivió este drama «maniatado en la bodega de un barco francés peor que este San Juan de mi tragedia».