[Publicado en Recuerdo del profesor don Manuel de Terán, Madrid, Asociación de Antiguos Alumnos del Instituto-Escuela, junio 1984, págs. 8-9]
He venido dispuesto a decir unas pocas palabras y aún voy a decir menos, porque esto se está alargando y no quiero cansar. Lo que más me ha chocado es que todos decimos haber sido testigos de la primera clase del señor Terán. Por tratarse de compañeros de muy diversa edad, es evidente que no pudo ser a todos su primera clase. Quiero pensar que obedece a una agradable realidad, y esa realidad es que todos le recordamos muy bien. En fin, lo que sí es evidente es que, siendo unos críos, nos dábamos cuenta de que allí había algo distinto, algo atractivo. Yo creo que era su humanidad. La humanidad en el sentido que se viene usando desde hace más de veinte siglos. La que él siguió practicando no sólo en el trato con las personas, sino en el trato con la Ciencia. Y esa fue otra de las características suyas. Sus estudios geográficos posteriores fueron siempre encaminados a la acción del hombre y a la Historia en la Ciencia, porque no hay Ciencia sin Historia. Y yo creo que aquellos críos –que nos sentábamos en bancos mal barnizados —¡porque esos eran los lujos del Instituto-Escuela!— aquellos críos nos estábamos dando cuenta de que allí había algo, no sabíamos qué, pero lo notábamos. Eso es lo que me hace pensar que todos queramos atribuirnos haber sido testigos de su primera lección en el Instituto-Escuela.
Él cuenta que le sorprendió mucho aquel ambiente; le sorprendió el trato entre los profesores, el trato con los alumnos, los juegos, las diversas disciplinas y cómo se enfocaban y resolvían los múltiples problemas.
Creo que no debemos olvidar que el señor Terán, no sólo encontró en el Instituto-Escuela ese ambiente del que tantas veces nos hablaba; encontró también una persona excepcional en su vida. Una persona que todos conocemos y todos apreciamos.
Él participó también con entusiasmo en otras actividades, fuera de sus clases, como eran la organización de los juegos. Se vanagloriaba de haber organizado los primeros juegos de rugby, apoyándose en un profesor de inglés, angloindio, que apareció por el Instituto-Escuela. Y aquellos chicos empezaron a jugar ese deporte, no en unos campos de hierba, naturalmente, sino de granito pelado o de lo que fuese, donde se dejaban las rodillas. Ese otro aspecto suyo, el de participar en todas las cosas de la vida, creo que todos los que estamos aquí lo recordamos claramente.
De su valor intrínseco como geógrafo, de toda su actividad en la guerra civil y después de ella, de tantas y tantas cosas ocurridas después, creo que no debemos hablar, sobre todo porque todos las conocemos y no querría quitar tiempo a lo que aún resta de este emotivo acto. |