La infraestructura misionera, sin normas ni modelos en los que inspirarse, nació gracias a la participación de algunos de los miembros del Patronato de Misiones Pedagógicas, quienes organizaron las primeras misiones con la ayuda de algunos estudiantes. Grupos de jóvenes intelectuales, artistas, escritores y, especialmente, inspectores de enseñanza primaria y maestros, compartieron el entusiasmo por aquel tiempo de esperanza bajo la dirección de Manuel B. Cossío.
No todos tenían la misma responsabilidad ni participaban en la misma medida. Hubo un núcleo de maestros, inspectores y estudiantes que participaban con bastante regularidad; algunos eran jefes de equipo y dirigieron varias misiones por encargo del Patronato. Sin embargo, hubo quienes sólo participaron en una misión o dos, ayudaron de forma puntual en algún servicio o fueron miembros del Teatro y Coro, sin otras atribuciones.
«En realidad, las misiones fueron verdaderos equipos deportivos, carentes de un jefe fijo —diría María Luisa Navarro, miembro del Patronato—. Allí, según las circunstancias se distribuían las personas de acuerdo a su capacidad y según el asunto que se tratase de resolver: unos podían hacer una buena toma de electricidad, otros sabían por simpatía atraer a las gentes, otros clavaban clavos. Todos hacían de todo, pero el que sabía hacer mejor las cosas era el que se constituía en jefe.»