El madrid de la Colina de los Chopos (1913-1917)
 
Joaquim Sunyer, Arroyo de Ribes, 1913. Óleo sobre tela, 77,5 x 98 cm. Colección particular
Juan Ramón Jiménez, Sonetos espirituales, Madrid, Calleja, 1917. Residencia de Estudiantes, Madrid

Tengo la costumbre de mirarme hacia delante tras posibles invenciones y artes de tiempos futuros. Entonces me veo y me siento viejo y atrasado en mi día, como desde hoy los muertos de hace siglos.
Con este hábito procuro sacar la cabeza de la cueva del hoy y descubrir el horizonte de mañana. Me atraen más, al contrario que a Montaigne, los libros nuevos que los viejos, los cuadros modernos que los antiguos, la música actual que la pasada.
El arte moderno. ¡Qué hermosa prosimidad, qué familiaridad, qué convivencia tan grata: qué comprensión tan plena! En la pintura y en la música, percepciones más rápidas, se ve mejor esta diferencia de hermosura. Pero también, para quien sabe verla, está evidente en los libros.
Estando en lo pasado el presente se nos va. Y mientras posamos los ojos en la belleza que se fue, se pasa la belleza presente.

 
De izquierda a derecha, Alberto Jiménez Fraud, Juan Ramón Jiménez (detrás), Américo Castro, Manuel García Morente, el crítico de arte Ángel Vegué y Goldoni y Francisco Beceña en el jardín de la Residencia de Estudiantes, en su primera sede de la calle Fortuny, Madrid, hacia 1914.  Fotografía de Miss Atckinson. Fundación Juan Ramón Jiménez, Moguer

Joaquín Torres García, El barco español, 1918. Óleo sobre cartón, 52 x 36 cm. Colección Juan Ybarra, Barcelona
 
Cubierta de Poesías escojidas (1899-1917), de Juan Ramón Jiménez, New York, The Hispanic Society of America, 1917. Biblioteca de la Residencia de Estudiantes, Madrid

«Obligado desertor de Andalucía», Juan Ramón retorna a Madrid. En 1913 se instala en la Residencia de Estudiantes, donde vive un periodo de plenitud y se relaciona con lo mejor de la intelectualidad española del momento: Alberto Jiménez Fraud, discípulo de Giner de los Ríos y director de la Residencia en aquel momento; José Moreno Villa, Federico de Onís, Ramón Menéndez Pidal, y muchos otros. Especialmente destacado es el encuentro de Juan Ramón en la Residencia con Ortega y Gasset, a quien ya conocía desde los tiempos de Helios. Son para él años de crecimiento intelectual, como los anteriores lo habían sido de crecimiento sentimental. Y esto, ciertamente, se refleja en su poesía, que, de Estío (1915) a Piedra y cielo (1919), experimenta un notable cambio, marcado por la renuncia a cualquier forma de adorno y la persecución de la palabra exacta y desnuda. Son años, asimismo, de una extraordinaria actividad social y pública. Además de continuar —y a buen ritmo— con su obra literaria, a partir de 1914 se encarga de organizar la Biblioteca de la Residencia y, junto al propio Jiménez Fraud, de dirigir sus publicaciones.
Los estímulos intelectuales de la Residencia, así como la relación con Ortega, resultaron sin duda fecundos, y no es difícil rastrear la influencia del filósofo en los escritos juanramonianos de aquellos momentos. Pero no menos significativo en la evolución literaria que se observa en la obra de Juan Ramón es la llegada a su vida de Zenobia: el Diario de un poeta recién casado constituye el mejor ejemplo de ello.