La trayectoria vital de Ignacio Bolívar y Urrutia abarca prácticamente la segunda mitad del siglo xix y la primera del xx. Así, su época de plenitud coincidió con la que se ha llamado Edad de Plata de la cultura española, en la que brillaron extraordinarios literatos, artistas, pensadores y científicos, siendo entre los últimos uno de los destacados. En particular puede considerársele, junto a Cajal y Torres Quevedo, como uno de los sabios finiseculares en cuyo prestigio se cimentó la creación de la Junta para Ampliación de Estudios, de la que Cajal fue presidente hasta 1934, y Bolívar desde esa fecha hasta su extinción.
Bolívar fue un naturalista vocacional, al que atrajo desde muy joven el estudio de los insectos. Vencida la resistencia familiar ante tan poco prometedora dedicación, siguió estudios de Ciencias Naturales —compatibilizándolos con los de Derecho— en Madrid, donde coincidió con otros jóvenes y luego importantes naturalistas, como los geólogos Francisco Quiroga y Salvador Calderón. Con ellos participó desde el principio en la Sociedad Española de Historia Natural, fundada en 1872, en la que Bolívar pronto destacó por sus excelentes trabajos sobre ortópteros, un grupo de insectos que comprende los saltamontes, las langostas, los grillos y otros similares. Así, ya en 1876 publicó una Sinopsis de los ortópteros de España y Portugal, primer catálogo fiable de este grupo en la Península. Para entonces ya había ingresado como ayudante en el Museo de Ciencias Naturales, centro al que permaneció ligado toda su vida. Junto con sus amigos Quiroga y Calderón, apoyó también los primeros pasos de la Institución Libre de Enseñanza, fundada en 1876 por don Francisco Giner y sus colaboradores para modernizar la educación y la investigación en España.
Siendo aún muy joven consiguió el puesto de catedrático de Entomología (la rama de la zoología dedicada a los insectos) de la Universidad Central, y, con ello, el de jefe de la Sección de Entomología del Museo de Ciencias Naturales. Por aquella época, el Museo atravesaba una situación de abandono y decadencia, pero el esfuerzo de Bolívar y de otros logró reactivar la labor investigadora. Fue nombrado director del Museo en 1901. En 1907 se creó la Junta para Ampliación de Estudios, de la que Bolívar fue vocal, vicepresidente y presidente. Con la ayuda de la Junta, el Museo siguió mejorando, y en 1910 consiguió por fin una sede digna, al trasladarse al edificio que aún hoy ocupa frente al paseo de la Castellana en Madrid.
El Museo se modernizó como centro de investigación y como sede de exposiciones públicas, a las que Bolívar tuvo personal interés en incorporar bellos grupos biológicos o dioramas de animales ibéricos, que, gracias al arte como taxidermistas de los hermanos Benedito, ofrecían a grandes y pequeños vívidas estampas de la naturaleza hispana.
Entre tanto, la labor personal de Bolívar no había cesado. No sólo era, sin discusión, el mejor especialista en ortópteros de España, sino uno de los mejores del mundo. Por eso, en sus publicaciones se encuentran trabajos sobre exóticos insectos de los más lejanos rincones del globo, que le eran enviados por expedicionarios y museos extranjeros para su identificación. Centenares de especies que hoy forman parte del gran catálogo de la biodiversidad mundial fueron descritas por Bolívar. El liderazgo de Bolívar se notó en que la entomología fue una de las disciplinas con mayor auge dentro de las ciencias naturales de la España de la época. Entre sus colaboradores y discípulos merece la pena destacar a su propio hijo, Cándido Bolívar y Pieltain, que le ayudó también en las tareas de organización y dirección de centros y proyectos científicos.
Como otros intelectuales y científicos españoles, Cándido Bolívar participó activamente en política durante los años de la Segunda República, proclamada en 1931. Fue un estrecho colaborador de Manuel Azaña, a cuyo lado siguió, siendo Azaña presidente de la República, durante los difíciles años de la guerra civil, de 1936 a 1939. Al término de ésta, Cándido se exilió a México, adonde le acompañó su padre, ya muy anciano, que pasó allí sus últimos y tristes años. Ambos promovieron la revista Ciencia, buque insignia de las publicaciones del exilio científico. Las nuevas autoridades franquistas silenciaron la labor y la memoria de los exiliados, eliminando incluso algunos de sus trabajos en publicaciones científicas, por lo que el reconocimiento a una figura de la talla de Bolívar no ha sido posteriormente el que merecía.
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