Ramón Menéndez Pidal
(A Coruña, 1869 - Madrid, 1968)

Ramón Menéndez PidalSu familia, de origen asturiano, se afincó en Oviedo al poco tiempo de su nacimiento. Cursó estudios de Filosofía y Letras en la Universidad de Madrid, donde se doctoró en 1892. Su trayectoria investigadora arrancó con Texto, gramática y vocabulario del poema del Cid, trabajo con el que ganó un concurso convocado por la Real Academia en 1895. Sus primeras publicaciones La leyenda de los infantes de Lara (1896) y Crónicas generales de España (1898), no obtuvieron gran reconocimiento en España, pero le granjearon el respeto de los más prestigiosos hispanistas europeos. En diciembre de 1899 ganó la cátedra de Filología Comparada de Latín y Castellano en la Universidad de Madrid, que desempeñó hasta su jubilación en 1939.
En mayo de 1900, a pesar de la oposición de la conservadora familia Pidal, se casó con María Goyri, una de las primeras universitarias españolas, formada en el ideario de la Institución Libre de Enseñanza, quien optó por colaborar desde un discreto segundo plano en todos sus proyectos. Como es bien conocido, durante su viaje de novios el matrimonio descubrió la pervivencia del romancero en la tradición oral castellana.
Pidal empezó a ser reconocido en su país y en 1902 le recibieron como miembro de la Real Academia Española (diez años después fue elegido para la Academia de la Historia); su prestigio era tal que en 1904 el rey Alfonso XIII lo designó comisario regio para mediar en el conflicto fronterizo entre Perú y Ecuador.
Entre las restantes publicaciones científicas de ese periodo juvenil destacan: Manual de gramática histórica española (1903), El dialecto leonés (1906) y sus ediciones de la Primera Crónica General de España (1906) y del Cantar de Mío Cid (1908-1911).
En paralelo a su labor individual, es preciso incidir en su compromiso con el progreso de la ciencia en España, que lo llevó a formar parte como vocal de la Junta para la Ampliación de Estudios (JAE); allí ocupó otros puestos de responsabilidad, como la presidencia del Comité Directivo de la Residencia de Estudiantes(1910) y la presidencia del Patronato del Instituto-Escuela (1928). En 1910 organizó el Centro de Estudios Históricos (CEH), centro puntero de investigación en humanidades, donde crea una verdadera escuela en la que se inscribieron filólogos de la talla de Tomás Navarro Tomás, Américo Castro, Antonio García Solalinde, Amado Alonso, Dámaso Alonso, Samuel Gili Gaya y Rafael Lapesa; y donde fundó la prestigiosa Revista de Filología Española (1914). Su labor científica le confiere numerosos reconocimientos universitarios (doctor honoris causa por Toulouse, Oxford, La Sorbona…) y en 1925 fue elegido director de la Real Academia Española, cargo que mantuvo hasta 1939.
En el plano político se hace también palpable su compromiso; ante las intromisiones de Primo de Rivera en el funcionamiento de la Academia, su persecución contra la lengua catalana y, sobre todo, ante sus pretensiones de equiparar a las universidades privadas con las públicas, don Ramón encabezó diversas protestas contra la dictadura. Proclamada la Segunda República, Pidal asumió nuevas responsabilidades, como las de rector de la Universidad Internacional de Verano de Santander y vicepresidente de la JAE, entre otras. Con todo, no descuidó sus trabajos filológicos, de suerte que en esta etapa de madurez publicó obras del calibre de Poesía juglaresca y juglares (1925), La España del Cid (1929) y, sobre todo, su monumental Orígenes del español (1926). Durante este periodo afrontó también la realización del Atlas Lingüístico de la Península Ibérica; sin embargo, este ambicioso intento de cartografía lingüística se vio interrumpido, como otros proyectos pidalinos, por el estallido de la guerra civil.

La contienda le sorprendió en Madrid, pero a fines de 1936, preocupado por los sucesos violentos que presenció, abandonó España, a donde no regresó hasta julio de 1939. A su vuelta, nada era igual. Sometido a expediente por el Tribunal de Responsabilidades Políticas, se vio obligado a renunciar a la Dirección de la Academia, y desmantelado el CEH (buena parte de sus discípulos se exiliaron o fueron perseguidos), don Ramón se consagró al trabajo en su domicilio de Chamartín. No obstante, sumó su firma a diversos manifiestos de oposición al régimen y, aunque su prestigio internacional le protegió, no le evitó ataques de los elementos más reaccionarios e intransigentes de la sociedad.
En 1947 recuperó la dirección de la Academia, que conservó hasta su muerte, pero no pudo contar para sus proyectos más que con la colaboración de sus familiares (su mujer falleció en 1954). Durante la última etapa de su vida, al tiempo que trabajó en sus inacabadas Historia de la épica e Historia de la lengua, publicó obras de gran valor como Reliquias de la poesía épica española (1951), Toponimia prerrománica hispana (1952), Romancero hispánico (1953), Poesía juglaresca y orígenes de las literaturas románicas (1957) y La Chanson de Roland y el neotradicionalismo (1959), aunque algunas aportaciones resultaron muy polémicas (como El padre Las Casas. Su doble personalidad, 1963). En marzo de 1965 sufrió una trombosis cerebral que mermó sus facultades hasta su fallecimiento.

José Ignacio Pérez Pascual
Fuente: catálogo El laboratorio de España. La Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (1907-1939)