El exilio republicano
de 1939, originado por la guerra civil, supuso una verdadera diáspora
entre los vencidos. Varios miles de españoles se vieron
forzados a abandonar sus hogares, teniendo que reconstruir sus
vidas desperdigados en un buen número de países.
La mayoría se asentó en Francia. México acogió
a algo más de 20.000 exiliados, el segundo colectivo más
numeroso.
Una de las primeras necesidades que los republicanos
tuvieron que afrontar fue la educación de sus hijos, ya
que a tierras mexicanas viajaron muchos niños y niñas
en edad escolar. Para ello se fundaron los «colegios del
exilio», que además ofrecieron a numerosos maestros
y profesores españoles la posibilidad de ganarse la vida.
Estos centros tuvieron como referencia el modelo educativo de
la II República que, fuertemente influido por los principios
de la Institución Libre de Enseñanza y el movimiento
de la Escuela Nueva, había logrado integrar las tendencias
más avanzadas y progresistas de su época.
La adaptación de los refugiados a México
se vio facilitada por diversos factores. En primer lugar por la
pertenencia a una misma comunidad lingüística, pero
también por el apoyo recibido del gobierno mexicano, que
concedió permisos, homologó títulos, etc.
El establecimiento allí de las organizaciones más
representativas del exilio, como el Servicio de Evacuación
de los Republicanos Españoles (SERE) y la Junta de Auxilio
a los Republicanos Españoles (JARE), que contaban con los
fondos que las autoridades republicanas habían situado
en el extranjero antes de abandonar España, fue también
decisiva para la inserción de los exiliados en la sociedad
mexicana. Todo ello resultó clave para que pudieran crearse
los «colegios del exilio», algo que no se repitió
en ningún otro país de acogida.
Entre los denominados «colegios del exilio»,
pueden distinguirse tres tipos: los centros de la ciudad de México;
los colegios Cervantes, que se crearon en diversas ciudades de
provincias; y las escuelas freinetistas.
El primero de los colegios asentados en la ciudad
de México fue el Instituto Luis Vives –fundado en
agosto de 1939–, al que se unieron pocos meses después
el Instituto Hispano-Mexicano Ruiz de Alarcón y la Academia
Hispano-Mexicana. Al poco tiempo, el Ruiz de Alarcón se
vio obligado a cerrar sus puertas por problemas económicos
y, para hacerse cargo de sus alumnos y docentes, la JARE creó
en 1941 el Colegio Madrid. Lo que caracteriza a estos colegios
de la capital es que tanto su claustro como su alumnado estaban
formados casi al completo por refugiados españoles. Todos,
además, recibieron fondos del SERE o de la JARE para su
creación y sostenimiento durante los primeros años.
La intención inicial de los exiliados
era distribuirse por todo el territorio mexicano. En consonancia,
el SERE creó a finales de 1939 el Patronato Cervantes,
para facilitar la creación de colegios en ciudades de provincias.
Desde los primeros días de 1940 se crearon varios centros
con la denominación común de Colegios Cervantes
en distintas ciudades: Veracruz, Córdoba, Torreón,
Tampico y Tapachula. Además de esos centros, que se consolidaron
plenamente, funcionaron durante algún tiempo otros dos,
en Jalapa y en Cuernavaca. Los Colegios Cervantes, por estar ubicados
en ciudades donde la presencia de españoles era reducida,
contaron desde el principio con alumnado mayoritariamente mexicano,
lo que les hizo integrarse con rapidez en las comunidades en las
que se instalaron.
A los colegios de Ciudad de México y a
los centros Cervantes se sumaron las escuelas activas fundadas
por varios maestros republicanos, fieles seguidores de las técnicas
del pedagogo francés Célestin Freinet. En 1940,
Patricio Redondo creó la Escuela Experimental Freinet en
San Andrés de Tuxtla, Veracruz. Posteriormente, en 1964,
José de Tapia fundó la Escuela Manuel Bartolomé
Cossío, y en 1969 se inauguró la Escuela Activa
Ermilio Abreu Gómez, creada por Ramón Costa Jou.
Todas ellas se consolidaron gracias al esfuerzo desplegado por
los citados maestros, sin recibir financiación de los organismos
de ayuda, y fueron, con diferencia, las que contaron con mayor
número de profesores y alumnos mexicanos.
Tras unos inicios delicados, debido sobre todo
al desconocimiento del hábitat en el que debían
desenvolverse, la mayoría de los «colegios del exilio»
se consolidaron, superando incluso el agotamiento de los fondos
del SERE y de la JARE en 1949 –el periodo más difícil
en la historia de los centros ubicados en la capital– o
la jubilación en los años setenta de los maestros
fundadores, lo que afectó en especial a los Colegios Cervantes.
Su capacidad de adaptación fue tal, que gran parte de estos
colegios han pervivido hasta la actualidad y se encuentran hoy
en día en activo, lo que sólo puede explicarse por
la eficacia de los sistemas pedagógicos utilizados, deudores
en gran medida del modelo educativo liberal de la República,
y por la calidad del profesorado.
En la actualidad, varios miles de alumnos mexicanos
reciben en los «colegios del exilio» una formación
de calidad, con numerosas referencias a la cultura y la historia
de España. En sus aulas se recuerda, en mayor o menor medida,
a la República española. Y resulta singular que,
debido a una serie de avatares del destino, los únicos
jóvenes que hoy en día celebran la proclamación
de la II República, cantando su himno con entusiasmo, sean
básicamente un puñado de escolares mexicanos.
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