Desde mediados de los años cincuenta, la obra de Cernuda empieza a ser reivindicada por la joven poesía española. Síntoma de esta estima es la publicación en 1955 de un primer homenaje organizado en Córdoba por los poetas del grupo Cántico: Ricardo Molina, Pablo García Baena, Juan Bernier y Vicente Núñez, entre otros.
Más trascendencia aún tiene el homenaje, en 1962, de la revista valenciana La Caña Gris. Coordinado por Jacobo Muñoz, este tributo cuenta con la participación de varios de los poetas que, con el tiempo, van a dominar el panorama de la poesía española de posguerra: José Ángel Valente, Jaime Gil de Biedma y Francisco Brines, entre otros.
En 1964 se publican importantes homenajes póstumos: en México, en la Revista Mexicana de Literatura, y en España, en la revista Ínsula. A estos homenajes hay que añadir el creciente interés que críticos y estudiosos como Carlos Otero, Elisabeth Müller, Philip Silver, Derek Harris y Luis Maristany muestran por la poesía de Cernuda a lo largo de los años sesenta y setenta. Y, desde entonces, la reputación del poeta ha ido en constante ascenso.
Es difícil imaginar lo que Cernuda, bastante olvidado en vida, hubiera pensado de haber leído las repetidas alabanzas póstumas. Receloso ante los críticos en general, seguramente hubiera preferido mantenerse un poco más al margen de las celebraciones oficiales. Al escribir, se dirigía no al público masivo, ni a los críticos, ni mucho menos a las instituciones culturales del país, sino al poeta futuro. Y era en la sensibilidad e inteligencia de éste donde finalmente esperaba encontrar sentido a su propio trabajo.