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méxico (1952-1960)

De izquierda a derecha, Luis Cernuda, María Luisa Gómez Mena y Manuel Altolaguirre, México, años 50. Archivo de la Residencia de Estudiantes, Madrid

Luis Cernuda en México, años 50

Luis Cernuda en México, años 50. Archivo de la Residencia de Estudiantes, Madrid

De izquierda a derecha, Manuel Ulacia Altolaguirre, Paloma Ulacia Altolaguirre, Luis Cernuda y Luis Ulacia Altolaguirre, en el jardín de Tres Cruces, 11, México, hacia 1960. Colección de Paloma Altolaguirre, México

Durante su primer año en el Distrito Federal, alquiló un apartamento en el centro de la ciudad. Luego, hacia finales de 1953, se trasladó a la casa de Concha Méndez en la calle Tres Cruces, de Coyoacán. A principios del año siguiente, y con la ayuda de Octavio Paz, que acababa de regresar a México desde París, Cernuda consiguió, por un lado, un puesto de profesor de tiempo parcial en la Universidad Nacional Autónoma de México y, por otro, una beca de El Colegio de México que le permitió dedicarse a la investigación literaria.

El primer fruto de esta beca fue su polémico libro de Estudios sobre la poesía española contemporánea que, al publicarse en Madrid, en 1957, causó gran revuelo en el mundo literario por cuestionar a fondo muchos de los lugares comunes que entonces existían sobre el tema, pero sobre todo por formular una crítica muy severa a la obra de poetas como Juan Ramón Jiménez y Pedro Salinas. La beca también le permitió escribir sobre poetas ingleses como Blake, Keats, Shelley, Coleridge, Wordsworth, Browning, etc., proyecto que dio lugar, en 1958, a la publicación de un libro sobre Pensamiento poético en la lírica inglesa (siglo XIX). Esta monografía fue acogida por la crítica mexicana con relativa frialdad e indiferencia.

Pero si 1958 fue un año importante para Cernuda, esto se debió sobre todo a la publicación en el Fondo de Cultura Económica de una tercera edición de La realidad y el deseo. En esta edición ampliada y corregida se agregaron los poemas de Como quien espera el alba, Vivir sin estar viviendo y Con las horas contadas (que incluía el breve ciclo de Poemas para un cuerpo). Además, Cernuda decidió añadir al final los primeros poemas de una nueva colección que, con el tiempo, se llamaría Desolación de la Quimera. En México, la crítica dispensada a esta tercera edición no sólo resultó favorable, sino que poetas como Octavio Paz, Tomás Segovia y José Emilio Pacheco incluso empezaron a ver en Cernuda un maestro indiscutible de la poesía contemporánea. Por otro lado, en España, los jóvenes José Ángel Valente, Jaime Gil de Biedma y Francisco Brines, entre otros, iniciaron la reivindicación de la obra del poeta exiliado.

De izquierda a derecha, Manuel Ulacia Altolaguirre, Paloma Ulacia Altolaguirre, Luis Cernuda y Luis Ulacia Altolaguirre, en el jardín de Tres Cruces, 11, México, hacia 1960

En 1959 murió Manuel Altolaguirre en España, en un accidente de tráfico. Como homenaje póstumo, Cernuda cuidó la edición de sus Poesías completas, que vio la luz en 1960. Ese mismo año se publicó Poesía y literatura, una excelente colección de ensayos literarios de Cernuda, escritos, la mayor parte de ello, en su exilio británico.

Mientras tanto Cernuda iba acostumbrándose a la vida en familia que compartía en Coyoacán no sólo con Concha Méndez, sino también con su hija Paloma, con su yerno Manuel Ulacia,  y con los nietos que iban naciendo: primero Manuel y luego Luis, Paloma e Isabel Ulacia Altolaguirre. El amplio jardín de la casa brindaba a Cernuda una paz que pronto le permitiría establecer la rutina de una vida sobria y sencilla. Dos o tres veces a la semana iba al cine y, a medida que iban creciendo los hijos de Paloma, el poeta los acompañaba a la escuela o los recogía después a la salida. El gran cariño que sentía por estos niños se confirma no sólo en su correspondencia, sino también en su poesía. A Luis Ulacia le escribió el poema «Animula, vagula, blandula»; a Paloma, «Hablando con Manona». Manuel, por su parte, haría suyo el poema «Niño tras un cristal», al escribir, ya mayor, su hermoso Origami para un día de lluvia. En fin, no todo era desdén y altivez en la vida de Luis Cernuda.

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