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entre california y coyoacán (1960-1963)

Luis Cernuda en el Lago Arrowhead, Sur de California, verano de 1960. Colección de Carlos Peregrín-Otero, Los Ángeles

Luis Cernuda en Coyoacán, años 50.

Luis Cernuda en Coyoacán, años 50.

En el verano de 1960 Cernuda se trasladó a Estados Unidos, invitado por la Universidad de California de Los Ángeles. La visita la organizó Carlos-Peregrín Otero, joven profesor que acababa de defender la primera tesis doctoral sobre la obra del poeta sevillano. La experiencia sentó bien a Cernuda, quien entonces volvió a escribir poemas después de un largo período de inactividad. De esta etapa datan composiciones que reflejan las relaciones conflictivas del poeta con sus compañeros de generación, así como sus diferencias con los valores entonces defendidos en España por los promotores de la poesía social. En estos versos nuevos Cernuda dejó muy clara su determinación de no volver nunca a España.

En dos ocasiones más Cernuda volvió a California a dar clases: durante el curso 1961-1962, como profesor visitante en el San Francisco State College, y durante el siguiente curso de 1962-1963, como profesor invitado de la Universidad de California de Los Ángeles. En esta última ocasión, la estancia no fue del agrado de Cernuda: si bien vivía en un pequeño piso muy agradable frente a la playa, su relación con los miembros del Departamento de Español le resultó insoportable. La publicación hacia finales de 1962 de Desolación de la Quimera, por un lado, y de un homenaje en la revista española La Caña Gris, por otro, le proporcionó cierto consuelo. Pero, por lo demás, los chismes e intrigas de pasillo, reales o imaginados, convirtieron esta última etapa californiana en una pesadilla para el poeta. En junio de 1963 Cernuda volvió a Coyoacán, con la intención de iniciar, en septiembre, un curso en la Universidad del Sur de California. Pero, debido a su negativa a someterse a la revisión médica que la renovación del visado le exigía, finalmente decidió renunciar al contrato y permanecer en México.

En la mañana del 5 de noviembre de 1963, Paloma Altolaguirre subió a la habitación de Luis Cernuda, donde lo encontró en el suelo, ya sin vida. Había muerto víctima de un paro cardíaco. En la máquina de escribir estaba una hoja en la que podía leerse una nota de pie de página para un trabajo en marcha sobre los Álvarez Quintero. El día 6 fue enterrado en el Panteón Jardín. El mismo día de su muerte llegaron los primeros ejemplares de una tercera edición de Ocnos. Sólo permanecía inédito el segundo volumen de Poesía y literatura, que aparecería, en edición póstuma, en 1964.

Desde mediados de los años cincuenta, la obra de Cernuda empezó a ser recuperada por la joven poesía española. Resultado de esta estima fue la publicación en 1955 de un primer homenaje organizado por los poetas del grupo Cántico: Ricardo Molina, Pablo García Baena y Vicente Núñez, entre otros. Más trascendencia aún tuvo el homenaje, en 1962, de la revista valenciana La Caña Gris. Coordinado por Jacobo Muñoz, este tributo contó con la participación de varios de los poetas que, con el tiempo, iban a dominar el panorama de la poesía española de posguerra: José Ángel Valente, Jaime Gil de Biedma y Francisco Brines, entre otros.

A estos homenajes hay que añadir el creciente interés que críticos y estudiosos como Carlos-Peregrín Otero, Elisabeth Müller, Philip Silver y Derek Harris mostraban por la poesía de Cernuda. De 1964 destacan los números monográficos en Ínsula y la Revista Mexicana de Literatura. Y desde entonces la reputación del poeta ha ido en constante ascenso.

Es difícil imaginar lo que Cernuda, bastante olvidado en vida, hubiera pensado de haber leído las repetidas alabanzas póstumas. Receloso ante los críticos en general, seguramente hubiera preferido mantenerse un poco más al margen de las celebraciones oficiales. Al escribir, se dirigía no al público masivo, ni a los críticos, ni mucho menos a las instituciones culturales del país, sino al poeta futuro. Y era en la sensibilidad e inteligencia de éste donde finalmente esperaba encontrar sentido a su propio trabajo.

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