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LE CORBUSIER
"ESPAÑA"

Fragmento del artículo «Espagne». Según Juan José Lahuerta, profesor de Historia del Arte y de la Arquitectura en la Universidad Politécnica de Cataluña, es probable que esté escrito poco después de su estancia en Madrid en 1928 y que se lo enviara al arquitecto Fernando García Mercadal para su publicación. Ha aparecido con anterioridad en el monográfico de la revista Nueva Forma dedicado a García Mercadal (núm. 69, octubre de 1971) y en el catálogo de la exposición Le Corbusier i Barcelona (Barcelona, Fundació Caixa de Cataluya, 1988).

España está al otro lado de los Pirineos, y esto significa muchas cosas. Como no vamos por allí, y Merimée hizo vivir a Carmen, todos tenemos la misma idea de España. Ésta es sólo medio incorrecta, o, al menos, el ferrocarril sólo ha relegado al pasado la mitad. Recibimos bocanadas de España por Cervantes, que aún mantiene su vigencia; por Picasso, que tiene tradición y aguda clarividencia; por Juan Gris, que era de Castilla; por los músicos Albéniz y Granados, que a mi modo de ver se equivocaron al hacer música española, y por los escritores modernos que apenas conozco y que, dicen, son magníficos. Me habían pedido que fuera a hablar de arquitectura a la Sociedad de Cursos y Conferencias en la Residencia de Madrid. Acepté con la condición de ver corridas de toros. La que vi fue, al parecer, excepcionalmente bella. En esto se basa -como tantos otros lo han dicho tan admirablemente- uno de los fundamentos del carácter español, tal y como nosotros lo exigimos. Porque el paisaje es único, impresionante, insistente, exasperante. El alma se deshace de la densidad de la abundancia verde y del fértil bienestar. Todo son piedras rojas, arena roja, roca gris, limo amarillo y grandes ríos imprevisibles entre riberas estériles. [...] De Barcelona a Madrid, catorce horas de rápido. Hubiera podido tomar el tren nocturno: entonces desconocía España. De pie, ante la ventana del pasillo, quedo en todo momento atrapado por el paisaje. Y el crescendo se acentúa. Sabemos que los mares rodean la península; las llanuras se escalonan. Se puede, de cero, ascender cerca de 1.000 metros. Exhausto, uno piensa al fin «Debo de estar subiendo al país donde están sentados los dioses». Sin embargo, uno encuentra ahí arriba una hermosa ciudad moderna de un millón de habitantes. Vida intensa, trazados amplios, rectos y espaciosos, luz, carácter latino. Es muy asombroso, verdaderamente, encontrar una gran ciudad allá arriba. No alcanzo a comprender la razón de ser de una ciudad tan grande, sin preámbulos de arrabales o de fábricas. Me han dado todas las pruebas de que aquí están apasionados por una arquitectura nueva. «Funcionamos a saltos violentos, hemos pasado de la lámpara de aceite a la electricidad, vamos a comenzar la era de la arquitectura.» En Madrid, se está construyendo un rascacielos (Telefónica). La alta sociedad madrileña se ha complacido en mis demostraciones, que no tienen nada de divertido, puesto que ha venido también a la segunda conferencia. He visto interiores de una pureza de gusto y de una grandeza en su sobriedad que no podemos concebir con nuestras nuestras almas ligadas a lugares fértiles. Existe gran efervescencia y fe entre los arquitectos. La hospitalidad es, tal y como nos habían contado, legendaria. Quiero decir que es magnánima, digna, natural, refinada. La Residencia es una acrópolis sembrada de chopos donde los señores de Jiménez han fundado un hogar para estudiantes, escuela de solidaridad, de espíritu de iniciativa, de virtud varonil. Es como un monasterio sereno y alegre. ¡Qué gran suerte para los estudiantes! [...] De todo Toledo, sólo esto: una casita con un patio limpio y cuidado; me permiten entrar, subir a los pisos minúsculos; está lleno de mujeres y niños; las medidas de esas galerías, de esas alturas de ventanas deliciosas de vieja casa hispano-árabe son las que llevo diez años buscando para construir nuestras casas: la escala humana. Me siento reconfortado. Lo inmutable está en este país rodeado de agua y que parece tener que desentenderse completamente de la industria y el maquinismo. Entonces, un diletantismo espiritual. Se vuelven curiosos; se complacen en traer «de Europa» a personas que vienen a hablar de cosas de «allá». Y me parece que sin tener que cultivar la planta (ese fenómeno moderno e industrial), de lo que ya se encargan los anglosajones y los alemanes, aquí se recogerá la flor (literatura, arquitectura). Y las gentes de aquí están alimentadas de las savias más admirables (árabe, judía, italiana, griega). Pienso que abundará la imaginación. Y el hidalgo -elegante, hombre moderno, con clase- se asombrará, con una desenvoltura aparente, de esa austeridad apasionada que tan bien mantiene a distancia a los imbéciles.