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I ENCUENTRO DE POESÍA EUROPEA

HOMENAJE A DÁMASO ALONSO, FEDERICO GARCÍA LORCA Y VICENTE ALEIXANDRE

José Méndez

Con el objetivo de difundir entre el público español distintas tendencias de la poesía europea contemporánea y dar a conocer a algunos de sus autores más representativos, la Residencia de Estudiantes fue la sede de este encuentro, celebrado durante los días 23 al 27 de noviembre. Poetas de varias generaciones y de cinco nacionalidades pusieron en común sus opiniones sobre la creación poética y la traducción.

La jornada inaugural de las lecturas reunió a dos poetas difícilmente calificables de no recurrir al tópico. Grandes poetas cada uno en su tradición pero, al tiempo, excéntricos a la época que les toca vivir. A Francisco Pino (Valladolid, 1910) y Charles Tomlinson (Stoke on Trent, Reino Unido, 1927) les separa una generación y pertenecen a dos universos idiomáticos distintos; sin embargo, coinciden de manera notable en los dos polos que guían su producción poética: el aparentemente paradójico interés por la tradición formal y por la poesía experimental, que se dan en su obra de manera simultánea. El español lleva su interés experimental a las más elaboradas (o improvisadas) formas de la poesía visual, y el inglés, más fiel a las vanguardias de principios de siglo y sus consecuencias, crea poemas de hondo latido surrealista y no desdeña la escritura compartida, como sucedió en Air Born/Hijos del aire, libro que escribió conjuntamente con Octavio Paz en 1979.

Poetas a la antigua usanza, hasta su estampa vertical y sus maneras los unen, también el humor irónico y distante con la contemporaneidad. En el caso del poeta español su formación británica en Cambridge unida a su hidalguía castellana colaboran en la proximidad de los gestos.

Tomlinson habló de su experiencia como lector y traductor de la poesía de Lorca y de Machado y de su relación intensa con Jorge Guillén, con quien, dijo, «me unen tantas cosas». Sobre su experiencia como traductor, manifestó: «la traducción literal mata la obra. La traducción es la resurrección, pero no la resurrección del cuerpo. Hay que traducir en versos reales». Resurrección que pudo producir su mano en el poema «Salamandra» de Octavio Paz, pero que fue imposible, aunque «hubo lucha», cuando leyó «Piedra de sol», que, sin embargo, le mostró «cómo se inserta la historia en la poesía». La intervención, previa a la lectura, concluyó reiterando su admiración por Jorge Guillén y por Ángel González, que le mostró «toda la riqueza de la poesía en español», y su deslumbramiento ante los poemas de Jorge Luis Borges, que le llevó a traducir algunos de ellos.

Cuando Francisco Pino comenzó su intervención se hizo un total silencio en la sala. Había una gran expectativa, una gran curiosidad incluso, dado lo escaso de sus intervenciones públicas. El poeta del Pinar de Antequera, coetáneo de los poetas objeto de homenaje, editor de todos ellos en sus tempranas aventuras editoriales, comenzó por reclamar su soledad generacional: «quiero decir que admiré muchísimo a los poetas de la generación del 27, pero no pertenezco a ella, ni siquiera a la del 36. El más joven del 27 me parece que era Altolaguirre y debía de tener seis o siete años más que yo. Es decir, cuando yo tenía trece el tenía veinte, por lo tanto yo no sabía ni de la existencia de Altolaguirre. Supe de la existencia de los poetas del 27 a través de José María de Cossío; le visitaba en su casa [la que hoy es Casa Revilla, en Valladolid] y allí leíamos poemas de Alberti junto a la chimenea; tenía yo dieciséis años».

Preocupó mucho a Francisco Pino dejar meridianamente claro su concepto de poeturas, y volvió a explicarlo: «las llamo poeturas porque pretendo unir los conceptos de poiesis, de duración y de regreso o "vuelta". Son cosas efímeras, me gustan porque me gusta no quedar; tienen la afabilidad de mostrarse a las miradas de los demás y, sobre todo, a las miradas de las mujeres, que me encanta que pasen por esas cosas raras mías». Distinta opinión le merecen otras poeturas, los «agujeros para la poesía», sus libros troquelados, que son, dijo, «la más importante poesía que yo he hecho». Quizás es así porque estos «agujeros», estos «vacíos», están muy cerca del origen de su creación: «cuando salía por el Pinar de Antequera veía los grandes vacíos inmensos y en ellos las estrellas pequeñitas. No había apenas materia, Dios no hizo materia, hizo vacíos. Aquellos vacíos me entusiasmaban y las estrellitas me parecían, como sucede en los poemas, letritas tachadas, que desaparecen. Dios es el vacío sumo, no la soledad, sino la no existencia hasta de la soledad». Lo que él realizó después en libro tuvo su origen en «la juventud, cuando tenía dieciséis o diecisiete años», en un «poemilla» que decía: «Borde me he encontrado/un hueco que contempla/ .».

Otra urgencia tuvo el autor de Espesa rama antes de comenzar su lectura con un poema sobre el soneto: «desde los diecisiete años [en el poema antes apuntado] dije adiós al cielo. Mi poesía quiero que se interprete como terrenal, no como trascendente o angélica». Y para plasmar la concreción de sus orígenes contó: «durante aquella guerra caótica y especialmente rara yo quería mucho a una mujer que era mi novia. Vivir en plena guerra a mí me importaba muy poco, estaba recién llegado de Inglaterra y el hecho me pilló desprevenido, sin embargo a ella le llevaba todos los días un soneto en el que hablaba de todo su cuerpo. Le encantaba. Para nosotros no existía el frente, existía el amor».

El hecho de que Charles Tomlinson hiciera una detenida referencia a los problemas de la traducción, marcó desde el comienzo el centro de la polémica junto a las opiniones sobre los poetas homenajeados. Vasco Graça Moura, el primero de los poetas portugueses que intervino, traductor del Romancero gitano, señaló que para él la «importancia de la traducción reside en que permite [al traductor] un conocimiento perfeccionado del poeta antes que del texto traducido y, al mismo tiempo, importar una obra desde una lengua extraña al patrimonio de la lengua que la acoge. En este sentido, creo que la traducción debería funcionar como un cristal permitiendo reconocer el texto original». Graça Moura antes de dar comienzo a su lectura resaltó su proximidad a la poesía española, especialmente a Lorca, pero también a Antonio Machado y, «naturalmente», a los clásicos. Bernard Noël, contestó directamente al «aforismo» de Tomlinson, a que la traducción sea la resurrección, «pero no la resurrección del cuerpo, yo añadiría que desafortunadamente. El cuerpo del poema es la voz y es verdad que uno de los problemas de la voz es la sonoridad. Al cambiar de un idioma a otro no siempre se consigue la sonoridad, el sonido no se puede traducir, traducimos el sentido y la poesía no es sólo sentido». Noël, que realizó su lectura como quien se sumerge en un quieto mar de palabras, en un sostenido tono de equilibrio lamentó que «el hecho de no leer español me priva de un conocimiento más completo de la poesía española y de los poetas que este acto recuerda. Naturalmente que he leído a Lorca y Aleixandre, pero no así a Dámaso Alonso. A Lorca lo conocí desde la niñez y lo que me gusta de él es que de sus poemas, en francés, se puede recoger su fondo negro, su nitidez y su sonoridad». Sobre Lorca añadió: «se le tradujo por motivos políticos pero, afortunadamente, también se tradujo a Jorge Guillén, a Pedro Salinas y Antonio Machado. Fue un momento espléndido de la poesía española».

Sobre su propia obra expuso esta aparente paradoja: «Tengo un extraño deseo. Me gustaría escribir malos poemas para que fueran buenos, como alguien que es feo y que consigue ser más amable que alguien que es guapo. Yo querría escribir malos poemas para que fueran buenos, querría atrapar lo inatrapable, algo que se pueda mantener en pie a lo largo del tiempo».

Gabriele Morelli, hispanista autor de valiosos estudios sobre la generación del 27, el último de ellos sobre la Antología de poesía española realizada por Gerardo Diego en 1932, presentó a los asistentes al poeta Luciano Erba haciendo notar la necesidad de «partir de la poesía, de la cultura, como elemento muy importante de la cohesión europea, especialmente en el área de la cultura mediterránea que comparten España e Italia». Erba, de natural silencioso y amable, con una permanente sonrisa de exiliado de este mundo, se reveló en su introducción como un gran conocedor de la poesía española, y particularmente de Dámaso Alonso y Vicente Aleixandre: «Conocí la poesía de Lorca sin traducción. Cometiendo errores de lectura me salvé de caer en los errores de la traducción. La poesía de Lorca fue instrumentalizada políticamente en Italia, no se hizo nada por mostrarlo como un poeta revolucionario, fue el poeta del amor, de la pureza, de la naturaleza. No entiendo por qué ha sido visto como un poeta ideológicamente inservible. Más tarde me encontré con la poesía de Aleixandre y con la de Dámaso. Este último es para mí como de la familia por su doble vertiente de poeta y de filólogo».

Nuno Júdice es, además de uno de los primeros poetas portugueses del presente, director del Instituto Camões y de la Casa Fernando Pessoa de Lisboa, institución coorganizadora del encuentro. Su presencia en él, se debe, naturalmente, a la primera circunstancia y al hecho también indiscutible de ser entre los poetas del país vecino uno de los que mantiene una continuada relación de intercambio con la poesía española, relación que explicó en estos términos: «Uno de los aspectos de la historia última de mi país fue la hostilidad a la cultura española, por lo que interesarse por ella se transformó en un acto de resistencia a la dictadura. La muerte de Lorca fue tratada frecuentemente por los portugueses en los años cuarenta. A Dámaso Alonso lo conocí en la universidad a través de un profesor que había sido alumno de Menéndez Pidal. Pero también lo conocí como poeta en una antología de poesía de posguerra y su lenguaje me llegó porque entendí que era una poesía también muy cercana a la situación portuguesa. Después de la normalización democrática se produce un acercamiento muy grande entre los dos países. Mi generación, que comenzó a publicar en los años setenta, tiene preocupaciones y un lenguaje muy cercanos a los novísimos españoles. Por ejemplo, Guillermo Carnero fue un poeta muy importante para mí en aquel momento».

«En el momento poético las cosas y las palabras tienen un momento de virtud que luego desaparece.» Esta afirmación de Claude Esteban se hizo real en el «momento» que duró su lectura. Este poeta francés, de padres españoles como proclama su apellido, cautivó a su audiencia desde la primera palabra, quizás porque «cada mundo necesita su perfil y este perfil lo dan las palabras». Vehemente en sus gestos y cálido en sus expresiones, su poesía se adelgaza en la emoción y crece en atmósferas de luz. Amigo de Bernard Noël, le une a su compatriota una compartida pasión por la precisión expresiva y la economía de lenguaje que en él se hacen más carnales, más próximas a la emoción. El idioma, dijo antes de leer sus poemas, «no es sólo una manera de comunicación, es una visión y una versión del mundo. Quizás los filósofos y los lingüistas no crean en esto, pero los poetas y los niños lo saben: una cosa está representada en la mente, pero también en el paladar».

Dannie Abse es un genuino representante de lo que en la poesía y el teatro inglés de los años cincuenta se conoció como «los jóvenes airados», un correlato, con sus diferencias notables, con la llamada poesía social en la España de la posguerra. No es extraño, por tanto, que el primer poeta español contemporáneo que leyó fuera Miguel Hernández, cuyos poemas aparecían en la antología Poems for Spain, compilada por Steven Spender y John Laymon. Durante la lectura, que en parte realizó a dúo con su esposa, se pudo comprobar su sentido del humor y la intención de establecer una relación íntima con el lector, sin retóricas ni referencias oscuras, y su dominio de una gran variedad de estrofas métricas y de la musicalidad. Como un bardo de la antigüedad celta, Abse canta a los héroes cotidianos, a los defectos y virtudes de la sociedad que le rodea.

El más joven de todos los poetas convocados al encuentro fue el austríaco Raoul Schrott. Su biografía responde al perfil nómada de la sociedad contemporánea, nacido en São Paulo en 1964, ha vivido y trabajado en medio mundo. Su interés por la poesía española lo llevó al descubrimiento del idioma catalán, y dentro de él, a la obra de un poeta que, afirmó, «aprecio mucho»: Joan Brossa. Sin embargo, «lo primero que aprendí sobre España fue a través del ultraísmo. Me siento muy cerca de los ultraístas porque utilizan imágenes muy modernas». Después de destacar su admiración por Guillermo de Torre y Ramón Gómez de la Serna, Schrott descubrió un sentido algo más utilitario de su conocimiento de nuestra poesía: «se pueden escribir buenas cartas de amor comenzando con citas de poetas españoles. Yo he utilizado citas de Federico García Lorca, de Vicente Aleixandre y también de Claudio Rodríguez».

Valerio Magrelli cerró la nómina de poetas no españoles en el encuentro. Quizás de todos ellos sea el más conocido entre nosotros, junto a Nuno Júdice. Esta proximidad de su obra al lector español se explica quizás también por la proximidad de su poética a la de algunos de los poetas españoles de su generación, que coincide con la de los novísimos. Esto al menos insinuó César Antonio Molina en sus palabras de presentación: «Valerio Magrelli está dentro de una tradición europea, la de la poesía culta, de un cierto hermetismo, con raíces en Eliot; una poesía del pensamiento, de carácter filosófico, en la que algunos, con mayor o peor fortuna, participamos».

La participación de poetas, ensayistas y profesores españoles en el encuentro merece un amplio capítulo de agradecimientos, que quizás no se vea debidamente cumplido en esta crónica. Carlos Bousoño, Claudio Rodríguez y Guillermo Carnero son tres mundos diversos pero mayores de nuestra poesía contemporánea. Cada uno de ellos aportó no sólo una voz, sino una perspectiva de nuestra reciente historia literaria. Su colaboración fue fundamental para vertebrar la semana y dotarla de una sólida base referencial para los poetas de otros países. Su condición de profesores, asumida en grado de reconocimiento internacional en los casos de Bousoño y Carnero, aportó a sus intervenciones sobre los poetas del 27, realizada en el caso de Carnero en su conferencia de la Universidad Autónoma, la altura necesaria en una celebración de estas características. En el mismo rango hay que situar las conferencias de Andrés Soria, Mario Hernández y Gabriele Morelli, que acercaron al público más interesado, los estudiantes, al encuentro y dotaron, al mismo tiempo, de un sentido de utilidad a la celebración de los centenarios.

El éxito de esta compleja semana de poesía no hubiera sido posible sin la entusiasta colaboración de los traductores, ellos hicieron posible que el público pudiera seguir las lecturas en el idioma original, a través de los cuadernos editados con tal motivo, y conociera detalles de su obra en las mesas redondas previas a las lecturas. Nuestro agradecimento a Carlos Schwartz (Tomlinson), Blanca Ramos (Dannie Abse), Miguel Casado (Bernard Noël), Juan Abeleira y Jesús Munárriz (Claude Esteban), Antonio Gómez Ramos (Raoul Schrott) y Antonio Crespo (Vasco Graça Moura). La exposición Francisco Pino. Poeturas, celebrada entre el 14 y el 29 de noviembre, ofreció una ocasión singular para contemplar la evolución de un poeta secreto, que resulta ser, paradójicamente, el más experimental y abierto de su generación. Primeras y exquisitas ediciones de autor, manuscritos, poemas concretos, collages-poemas y poemas-objeto introdujeron a los visitantes en el curso natural de una de las aventuras estéticas más originales de la poesía española del siglo XX. La muestra reunió una selección de 37 obras en pared realizadas entre 1949 y 1997, una colección de sellos-poema y variadas piezas en vitrinas, entre ellas las primeras ediciones de sus libros. Especial interés despertaron las ediciones experimentales, aquellas en las que el vacío troquelado en las páginas transforma al libro en metáfora de sí mismo, y las intervenciones del poeta sobre la materia más efímera, cualidad de todas las poeturas, para transformar su significado. El catálogo de la exposición se transformó en un homenaje creativo al poeta de Valladolid al incluir, junto a catorce poemas visuales de Pino, catorce traducciones literarias de José Miguel Ullán. Contó, además, con una introducción de Antonio Piedra, poeta y profesor, al que la Residencia de Estudiantes agradece especialmente su inestimable colaboración para que la muestra pudiera llevarse a cabo.