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LA CIENCIA HISTORIA DE TODOS

José Manuel Sánchez Ron
Antonio Lafuente

Un siglo de ciencia en España e Imágenes de la ciencia en la España contemporánea son dos exposiciones que desde distinto ángulo quieren mostrar el desarrollo de la actividad científica en nuestro país en el siglo que ahora termina y su influencia como factor de modernización de la sociedad. José Manuel Sánchez Ron y Antonio Lafuente, comisarios respectivamente de ambas exposiciones, explican en este artículo las principales ideas que han pretendido plasmar y transmitir a quienes las visiten.

En las postrimerías de un siglo que ha asistido –en ocasiones atónito– a desarrollos espectaculares en los dominios de la ciencia y la tecnología, desarrollos que han penetrado prácticamente hasta los últimos recovecos de nuestras vidas, parece difícil, muy difícil, ignorar la importancia de la ciencia. De hecho, en numerosos países –entre los que destacan aquellos que, no casualmente, podemos llamar «los más avanzados»– tal importancia se da por sentada, habiendo sido reconocida hace ya mucho tiempo, tanto que se puede decir que forma parte de la «cultura nacional».

Sin embargo, y a la vista de lo que con frecuencia se escucha, parece como si en España no existiese semejante familiaridad, como si fuésemos ajenos a la ciencia y hubiese que estar constantemente justificando su importancia y argumentando que somos capaces de relacionarnos satisfactoriamente con la práctica y enseñanza científica. En nuestra opinión, esta situación, a todas luces insatisfactoria, debe mucho a la imagen histórica que se tiene de la ciencia, y más aún, de la ciencia española.

La ciencia sigue siendo una asignatura pendiente de la historiografía española. El hábito inveterado de la mayoría de los autores consiste en tratarla de forma marginal o sumaria y casi siempre sin otro propósito que insinuar un proceso de modernización mediante la cita de alguna individualidad destacable. Sin duda, la mayor parte de la responsabilidad corresponde a los propios historiadores de la ciencia que, además de ser un colectivo profesional reciente y reducido, tampoco han hecho todo el esfuerzo necesario para difundir sus investigaciones fuera de los nichos académicos del gremio. Pero los historiadores generales tampoco están exentos de culpa y han aceptado sin pestañear la tesis de que en España no hubo ciencia o, para ser justos, de que la poca que hubo no tuvo mayor influencia social y que, por tanto, tampoco merecía ser recordada. Y, en efecto, esta mentalidad es un reflejo casi condicionado del pobre resultado que han producido tantas y tan recurrentes polémicas sobre si los españoles han contribuido o no al desarrollo científico. Los términos de tales debates públicos son fácilmente resumibles, pues todo ha desembocado en un enfrentamiento entre dos posiciones rivales fuertemente ideologizadas y políticamente muy comprometidas; de una parte nos encontramos a quienes, tras lamentar las deficiencias del genio hispánico para las ciencias positivas, han levantado un largo catálogo de inventores y precursores en el ámbito de las humanidades. Enfrente, y más cercanos a posiciones liberales, se apiñan quienes proyectan sus dardos sobre la incompetencia secular de nuestros gobernantes para sostener cualquier empresa intelectual de mérito.

Aunque se trata de un debate recurrente que podríamos calificar de lugar común de la cultura española, creemos, sin embargo, que los conocimientos sobre nuestro pasado científico han cambiado mucho y que ya está disponible una literatura de calidad que puede ser leída con provecho por quienes realmente quieran informarse antes de opinar sobre un tema tan vertebral de la identidad cultural de un país moderno. Pero no sólo contamos con la novedad de un voluminoso número de estudios monográficos, pues también se han construido nuevos objetos historiográficos. En efecto, la búsqueda de grandes figuras o de egregios precursores ha cedido el paso al análisis de las prácticas y las políticas científicas, al estudio de las instituciones o a la exploración del papel de la ciencia en la conformación de unos valores y una cultura ciudadana. Las consecuencias han sido muy importantes. Nuestra imagen de la ciencia se ha modificado sustancialmente. Más que la actividad de un cogito pensante y aislado, absorto en abstracciones incomprensibles, ahora tendemos a verla como una práctica social y cultural de carácter colectivo y fuertemente insertada en los contextos locales en donde se produce.

A partir de estas premisas surgió el proyecto de esta exposición. La rememoración de la crisis del 98 fue el pretexto que nos puso en marcha y la excusa que facilitó la obtención de los recursos necesarios. Partíamos de dos convicciones. La primera se resume en la tesis de que durante la última centuria España había conocido un desarrollo científico muy importante, y en algunos momentos y disciplinas incluso espectacular, interrumpido por la confrontación incivil de 1936. La segunda procedía de la confirmación de que tal renacimiento científico se había producido en paralelo al de su creciente presencia en la esfera de la opinión pública. Así pues no sólo se multiplicó el número de practicantes de la ciencia o de instituciones de prestigio, sino que también proliferaron los canales de comunicación entre los científicos y el público. En definitiva, la ciencia además de una actividad profesional de excelencia desarrollada durante el primer tercio de nuestro siglo, principalmente en los laboratorios de la Junta para Ampliación de Estudios –institución que tras la guerra fue refundada en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas–, pasaba a convertirse en un ingrediente nuevo de la identidad cultural ciudadana. Y estos son los mimbres con los que imaginamos la posibilidad de hacer una exposición, que iba a tener dos sedes. En la Residencia de Estudiantes la atención se concentraría en la presentación de la ciencia tal como la vieron o la realizaron los biólogos, matemáticos, químicos o físicos españoles desde finales del siglo xix hasta las últimas décadas del XX. Complementariamente, en la Fundación Arte y Tecnología nos proponíamos mostrar cuáles pudieron ser las percepciones populares de la citada actividad, empleando fuentes iconográficas procedentes de la prensa, el cine o los noticiarios del NODO.

En conjunto, el esfuerzo que hemos realizado esperamos que alcance a satisfacer algunos objetivos mínimos. El propósito inicial siempre fue acercar a la ciudadanía un segmento desconocido de nuestro pasado más reciente. Hemos procurado ser claros y simplificar los contenidos sin renunciar al rigor histórico. Esperamos que los visitantes se sorprendan por la calidad y abundancia del trabajo científico realizado en España y que al mismo tiempo comprendan la naturaleza de algunas de sus limitaciones –que puede que sigan existiendo– en la práctica y enseñanza científicas. Creemos también que se ha especulado demasiado con la opinión de que la discontinuidad es el rasgo dominante de la actividad científica española. No vamos a insistir en la influencia que han tenido los vaivenes de la política sobre la ciencia, pero creemos innecesario seguir presentando nuestra historia como una secuencia de rupturas radicales con la tradición. Sin duda, España estaba atrasada respecto a la mayoría de sus vecinos europeos, pero se equivoca quien haga equivalentes las palabras retraso y aislamiento. Este argumento se extiende también al problema de las percepciones públicas de la ciencia, pues aunque la empresa editorial fuera más endeble, las imágenes o textos divulgativos que se publican guardan mucho parentesco con las aparecidas en otros países. El público fue seducido para la causa de la ciencia con las mismas esperanzas e idénticos temores y, como en el resto de Europa, se habló de la capacidad de la ciencia para resolver todos los problemas, como también del temor por el poder que venía acumulando este nuevo e influyente actor social. Y no queremos extendernos mucho más, pues esperamos que los visitantes extraigan sus propias conclusiones. Sí queremos, no obstante, terminar expresando nuestra convicción, que entendemos se plasma en las dos exposiciones, de que la historia de la ciencia española contemporánea, sus logros al igual que sus carencias, fue el resultado del esfuerzo compartido de muchos actores. De los científicos, por supuesto, algunos de los cuales desarrollaron su actividad en condiciones de gran penuria, pero también de la sociedad española en su conjunto. Y que el avance que sin duda se ha producido no habría sido posible sin la complicidad o implicación de la ciudadanía. En definitiva, la ciencia, tal y como la hemos presentado, no es un asunto exclusivo de los científicos, sino una empresa común y colectiva en la que estamos implicados una multiplicidad de actores sociales. Las funciones son intercambiables, pero todos somos imprescindibles y de ahí la importancia de esfuerzos que, como el que aquí presentamos, intentan comprometer al conjunto de la población con el desarrollo de la actividad científica.