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Fundación Residencia de Estudiantes

ANTONIO GARCÍA-BELLIDO
"Soy un experimentador al que le gusta teorizar"
José Méndez

Antonio García-Bellido (Madrid, 1937), patrono de la Fundación Residencia de Estudiantes, es uno de los científicos españoles con más prestigio de las últimas décadas. Se formó en la Facultad de Ciencias de la Universidad Complutense, en el laboratorio de Vincent Wigglesworth en Cambridge y con Ernst Hadorn en la Universidad de Zurich, y ha trabajado en el California Institute of Technology con Edward B. Lewis (Premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1995). En 1975 regresó a España para dirigir el Laboratorio de Genética del Desarrollo del Instituto de Genética y Antropología del csic, hoy integrado en el Centro de Biología Molecular (uam-csic). Su teoría de genes selectores y jerarquías génicas, desarrollada al poco tiempo de su regreso, y el conjunto de su labor experimental y teórica le acreditan como uno de los investigadores más creativos e innovadores en la genética del desarrollo. El interés por disciplinas como la historia o la lingüística le otorgan un perfil renacentista en el mundo hiperespecializado de la ciencia contemporánea.

Pregunta.- ¿En qué circunstancias nació su vocación de investigador?

Respuesta.- En mi familia viví en un ambiente claramente humanista. Mi padre era un hombre culto y leía cosas más allá de su profesión. En su biblioteca tenía muchos libros de divulgación científica y a la edad de doce o trece años, igual que me atraía la literatura, comencé a leer sobre física, química, astronomía o biología. Esa lectura me fascinó y así comencé a tomar interés por la biología, por los seres vivos. De la lectura pasé a decantarme por cosas específicas dentro de la biología, concretamente por el desarrollo de los seres vivos; cómo se desarrolla desde su origen un ser complejo. Comencé a comprarme mis propios libros y cada vez me definí más por lo que quería hacer. Al terminar el bachillerato estaba claramente decidido por estudiar biología, y dentro de la biología, por la biología del desarrollo, por la embriología. A esta edad se plantea uno qué pasos dar más allá de la mera curiosidad y decidí, en contra de lo que proponía la familia, estudiar ciencias naturales. Mi familia quería que estudiara medicina o alguna ingeniería y se preguntaban: «¿qué es eso de ir por el campo cazando mariposas?». Claro que la biología que a mí me interesaba no era la del naturalista, la del coleccionista de insectos, sino una biología más de tripas de juguete: ¿qué es un ser vivo por dentro?

Y ésa será la gran pregunta de toda su vida como investigador.

Sí, siempre lo ha sido y, claro, como no se ha resuelto todavía, sigue siéndolo. Estudié biología, pero las clases me aburrían profundamente y fui a un laboratorio. Allí conocí lo que me interesaba como instrumento de análisis del desarrollo: la genética. Los genes se heredan y concluyen por definir un organismo, pero, ¿qué hacen esos genes? Hemos tardado bastante en saberlo. Entonces se creía que los genes codificaban enzimas, que los enzimas controlaban y aceleraban procesos metabólicos, pero nada más. La evolución biológica entonces estaba en un estadio puramente clasificativo y descriptivo, bien de fósiles o de variaciones genéticas dentro de una población.

¿La biología se complacía entonces en exceso en la descripción y clasificación de la diversidad?

Sí, pero eso ha sido así siempre. La historia de la biología comienza describiendo la diversidad. Linneo lo que hace es poner en orden esa continuidad aparente de las especies. La diversidad de los seres vivos es el mismo tipo de diversidad que el de las moléculas o el de los átomos. Lo que ocurre es que su diversidad corresponde a un nivel fenomenológico mucho más complicado, porque, claro, los organismos están compuestos de moléculas y de ahí hacia abajo. La biología entonces se complacía en la descripción de esa diversidad: ordenarla, clasificarla…, pero en el fondo existía una fascinación: la belleza de la biología era la diversidad.

La genética ha comenzado a hacer cosas que reducen la diversidad a procesos conservados como tales: los enzimas son los enzimas, el dna tiene cuatro diferentes nucleótidos, con los que de verdad se pueden hacer muchas cosas porque funcionan sus combinaciones, pero son sólo cuatro. Los aminoácidos son veinte. El número de genes de una levadura, una bacteria y un cordado son unos quince mil. Esto quiere decir que la genética del desarrollo se reduce en cuanto a sus elementos generativos a pocos.

Su intuición fue pensar que esa diversidad se reduce a leyes.

Intuición no, no fue intuición. La historia de la ciencia dice que la diversidad está sometida a ciertas limitaciones, no todo es posible. El concepto de posibilidad es más complicado: lo que existe no sabemos si está determinado causalmente o es puramente contingente. El hecho es que hay una limitación en la diversidad. Esa constatación plantea, de inmediato, una pregunta: ¿por qué los mecanismos de hacer cosas son mecanismos finitos y no existen muchas diferentes maneras de hacer cosas? Ésta sí es una pregunta, una intuición que tuve de joven. Por eso me han interesado los aspectos teóricos de la biología, aunque entendidos para mi uso privado, no para su publicación. Yo soy un experimentador total, hago experimentos. Pero me gusta pensar.

¿Y en ese pensar ocupa un primer plano la disyuntiva entre determinismo y contingencia en el origen de la vida?

Es un problema no resuelto. No sabemos hasta qué punto la vida es contingencia o es determinismo causal. No lo sabemos. Cuando te metes a niveles complejos la sensación es que muchas cosas son puramente contingentes, y en biología es más obvio el elemento contingente. Por ejemplo, los nucleótidos [las piezas que forman el dna] son cuatro, podrían ser muchos más, pero, a la hora de funcionar, esa combinación de cuatro ha prevalecido y, una vez establecida en una dirección, ya no hay retorno. Quien habla de eso podría hablar de los azúcares que son dextrógiros, rotan ópticamente a la derecha aunque podrían rotar a la izquierda. Son así porque los enzimas primitivos que los manipulaban debían tener forma no esférica para reconocer la forma complementaria no esférica de los azúcares. Una vez que se ha llegado a eso, el proceso evolutivo tira hacia delante, hacia más complejidad.

Es decir, las formas vivas se hacen más complejas combinando elementos finitos, que han quedado determinados y en los que, una vez que se encuentra un orden, una función, no hay cambio posible…

Sí. A otros niveles yo utilizo el símil de la sintaxis. Hay limitaciones a la hora de componer sistemas con elementos que son propiedades análogas en todos los sistemas complejos, por eso existen analogías entre la biología, la lingüística o la sociología. Los sistemas complejos no se hacen aditivamente, se hacen con grupos que establecen entre ellos unas relaciones difícilmente modificables. En el caso de la biología, hoy día sabemos que lo que mantiene el edificio de los seres vivos es el reconocimiento molecular. Una molécula, una vez que tiene una configuración que reconoce a otras, ya no puede cambiar, porque ésa es su sintaxis dentro del proceso. En biología no hay semántica pero sí hay sintaxis.

La noción de que existe orden, de que hay sintaxis dentro de la diversidad, es algo que todos los científicos tenemos por el hecho de serlo, y en mi caso puede ser más o menos notorio. Me gustaba buscar ese orden, que no son leyes, es orden. Pero el orden no se busca con palabras, se busca investigando.

¿Cómo funciona esa sintaxis? ¿Cómo se produce el desarrollo desde una célula, desde un óvulo fecundado, por ejemplo, hasta el organismo completo?

Desde pronto el esfuerzo fue reducir el desarrollo a células, no seguir hablando de órganos ni de territorios celulares, y descomponer las acciones de los genes en acciones que son específicas, que definen un comportamiento celular, haciendo que las células tengan personalidad. En lugar de explicar, como se ha explicado y aún la gente explica, que son propiedades del sistema que mapean hacia dentro utilizando una indefinición interna, es al revés. Es la enorme definición interna la que da soluciones que son finitas, hacia fuera.

¿Funcionan los genes de igual manera en todos los organismos? ¿Esto no se había hecho antes así?

Cuando yo era estudiante lo que se hacía era describir los mutantes, cosa que no tiene ningún interés. Yo, sin embargo, quise inferir la función del gen normal a partir del fenotipo del alelo mutante [lo que aparece al final del proceso mutante, como organismo o como célula]. Eso tenía un carácter puramente de procedimiento en su origen. Pero ha resultado que cuando hemos conocido más los genes hemos visto que tienen una gran especificidad y que están conservados, es decir, que son los mismos los del hombre que los de la mosca Drosophila, los de la levadura y hasta los de las bacterias. Eso quiere decir, por lo tanto, que las funciones profundas de los genes (con quién hablan, cómo interactúan,…) están conservadas. Es decir, que la noción de «gen haciendo función» tiene sentido. Se ha trasladado el problema no a la descripción de la variedad de la mutación, sino a la descripción de la invarianza de los genes que están funcionando en ella. Hay funciones que están conservadas, y esto es un regalo de la naturaleza a los biólogos que ha cambiado muchas cosas. Ahora la pregunta es: ¿cómo se hacen organismos más complejos con genes que son los mismos y que no han aumentado mucho en número? Los humanos tenemos del orden de 60.000, la Drosophila tiene 15.000 y la levadura, 10.000; o sea, que aunque entre una levadura y un ratón hay una diferencia morfológica aparentemente enorme, ambos están hechos con muy poco número de elementos y con las mismas funciones. Más aún, esos 60.000 genes de los humanos corresponden a 15.000 funciones repetidas cuatro veces por duplicaciones de cromosomas.

Nosotros somos distintos de una mosca o de un ratón, pero no más complejos. Hemos hecho con los mismos genes distintas combinaciones. Eso es lo que da la diversidad. La diversidad se clasifica igual que en química. Genes de diferentes organismos generativamente son equivalentes. Ésa es la percepción de la invarianza que empezamos a tener desde hace diez o quince años. La biología ha dejado de ser la ciencia natural en la que la gente iba clasificando tipos para buscar propiedades generativas invariantes. Estamos, por así decirlo, haciendo de la biología una ciencia dura, como ocurrió con la química a finales del siglo pasado.

Lo que define una ciencia dura son las leyes universales y, por tanto, su capacidad predictiva. ¿Podrían encontrarse paralelismos en la biología actual con estos puntos?

La física va asociada a la equivalencia masa-energía, para decirlo simplemente, a la temperatura. En la explosión del Big-bang se condensan quarks, neutrinos y fotones y aparecen las partículas elementales, los protones. Al bajar la temperatura de fondo los elementos del núcleo comienzan a cuajar, no sabemos por qué, pero cuajan. Pero esto es reversible: si aumentáramos la temperatura descompondríamos de nuevo el átomo. La física es determinista porque es reversible. Lo mismo en química. Pero en biología ha ocurrido una cosa singular: aunque las mutaciones génicas son reversibles punto a punto, mutación por mutación, como se producen muchas a la vez, el fenómeno estadístico de todos los cambios resulta irreversible. Siendo así que, aunque está hecho a partir de materiales y propiedades químicas, se hace irreversible. Por tanto, la biología tiene un componente histórico, porque es irreversible, mientras que la física y la química son reversibles. ¿Hasta qué punto ésta es una diferencia mayor? Yo no creo que lo sea, pero sucede que cuanto más complejo es el fenómeno, más difícil es de predecir. Pero lo mismo ocurre en física.

Predecir la aparición de los mamíferos sería imposible. Ahora, una vez que ha ocurrido, podemos saber qué cosas sucedieron para dar el cambio, en qué consistió la diferencia. Eso es un equivalente a la predictibilidad. Nosotros no sabemos, pero se sabrá, si el Universo vuelve a compactarse. No podemos, obviamente, predecir el origen de la vida. El resto de la evolución no se puede predecir, pero la operación mental de entender cómo ha ocurrido, de una manera comprobable en sus detalles, es predecible igual que en física al entender qué pasó con el Big-bang.

¿Dónde se sitúa la lógica de la función, de la especialización? ¿Por qué aparece una mosca y no un elefante?

Esto es una cadena de sucesos históricos. Una cosa es la combinación de genes que le ha tocado a un ser vivo, que viene de los padres, y la otra, el sustrato sobre el cual esos genes van a operar, es decir, el huevo. Los genes, los mismos genes, se encuentran en contextos distintos. Un gen está callado hasta que alguien le dice: «habla». La combinación de ellos, sus interacciones en el espacio y en el tiempo, varía en la mosca y en el elefante.

Y el exterior, el medio, ¿qué papel desempeña?

El exterior juega muy poco papel en biología, por mucho que se haya dicho. El mundo biológico es un mundo químico, no físico. Definido desde dentro, el ser vivo ha superado las dependencias físicas, corrige sobre la gravedad, sobre la temperatura. Las cosas ocurren en el espacio, en un mundo newtoniano, claro, pero no dependen de él. La especificidad está en los genes, ellos son los que dan la variación. El sistema es modular, la complejidad no es resultado de un continuo. Por ejemplo, no todos los átomos están en los seres vivos, sólo los que se han usado, pero no con propósito de nada, sino porque han dejado tanta descendencia que han terminado por dominar, son los más abundantes. Se iteran, se repiten, se duplican y varían. Los genes que toman decisiones distintas son genes iterados, son recursos para crear diversidad sobre la base de cosas que ya existen. Por eso, el sistema es muy inerte, no puede cambiar porque está limitado por los pasos anteriores.

¿Fue indispensable salir de España para comenzar su carrera como investigador?

Por lo que me ha pasado a mí diría que sí. Estaba claro que quería investigar en biología del desarrollo, y aquí no se estaba haciendo nada –Llorca estaba haciendo algo en embriología, pero no había genética–. Me planteé que debía dar tres pasos claves: un primer paso tenía que ser fisiología de insectos. Salí para un mes y me quedé medio año en Cambridge con Vincent Wigglesworth, donde trabajé en fisiología de insectos, hormonas en particular. Regresé para hacer la tesis; tampoco encontré a nadie que me la dirigiera y decidí hacerla solo. Estaba en un laboratorio de genética, cogí unos mutantes de un gen con fenotipos que tenía cierto interés. Como leía alemán traté de estudiar ese gen con la metodología de Ernst Hadorn en Zurich. Mientras hacía la tesis me escribía con él y, al final, le expresé mi deseo de trabajar en su laboratorio. Fui temblando allí; me tuvo tres días con otro estudiante, al que expliqué en qué consistía mi tesis en detalle. Al tercer día apareció: «Quisiera hablar con usted». Me ofreció un sitio, sin beca ni nada. Con él fui a aprender desarrollo de Drosophila, y al año me hicieron ayudante de investigador. Estuve con mi mujer, que me ayudó mucho, y, al final, me hicieron colaborador del csic. Después me quedé un año en Madrid estudiando reconocimiento celular en mutantes y, de nuevo, me ofrecieron una beca en el California Institute of Technology, donde estaba A. Stursevant, uno de los padres de la genética, y Edward Lewis, su estudiante, que estaba trabajando en un sistema muy complicado por el que le darían después el Nobel. Estuve dos años; hubiera podido seguir más, pero en este tiempo me inicié con células somáticas para crear mosaicos genéticos en organismos con células mutantes y normales, y empecé mi carrera de genética del desarrollo. Mis estancias fueron tremendamente productivas. Aprendí una combinación de fisiología, biología celular y genética. Tuve mucha suerte.

¿Cómo es su relación con la tradición científica española?

Mi respuesta es un poco triste. No está en mi recuerdo que cuando yo empecé hubiera una tradición en biología en España. En el Consejo se hacía citogenética, una descripción de los tipos y número de cromosomas, pero esto no me sirvió. Había un grupo muy bueno en el Centro de Investigaciones Biológicas, el de Sols, pero era de bioquímica. Yo insistía: tengo que sacarle partido a la genética, la genética tiene mucho que decir. De tal manera que lo tuve que hacer yo solo. Mis referencias fueron libros, no personas. Yo no he vivido el ambiente científico anterior, el de la República; funcionalmente su ambiente no existía. Tengo en la memoria la sensación clarísima de que había que salir fuera. Recuerdo que estaba estudiando cómo transplantar órganos de larvas sin conseguirlo y cuando llegué a Cambridge me dijeron que allí grandes nombres habían fallado en lo mismo. Por tanto, tuve la sensación de que, finalmente, no estábamos tan perdidos. Pero había que sacudirse el pelo de la dehesa. Mi referencia siempre ha sido hacia fuera, y sigue siéndolo. Pero no por desprecio a nada, sino porque somos pocos y tenemos lo que tenemos. Y la ciencia es universal.

Se habla mucho de comunidad científica. ¿Tiene sentido? ¿Existe realmente una comunidad científica?

La comunidad científica existe y opera en la sociedad con una escala de valores distinta de la del poeta, de la del músico o de la del político. Ahora, más allá de la definición, ¿en qué consiste? La comunidad científica varía con los tiempos. En el siglo pasado había más comunidad, en el sentido de integración, y los científicos vivían y operaban con una filosofía similar. Eso ha cambiado y el aspecto comunidad está cada vez más restringido a la especialidad. Cuanto más especializado seas, más dispersa está tu comunidad en el mundo. Cualquiera de nosotros está más cerca de los laboratorios en los que se trabaja sobre asuntos iguales o parecidos en el extranjero que del laboratorio de ahí al lado. Y el proceso de especialización está creciendo de tal manera que a un científico llega a no interesarle nada lo que hace el vecino. Somos buenos profesionales que nos ganamos la vida haciendo esto, y con todos sus problemas asociados de envidia, competencia, etcétera, como individuos.

En un mundo cada vez más aparentemente global, ¿tiene algún sentido hablar de ciencia nacional?

Vamos por partes. Sin entrar en los detalles de qué tipo de ciencia –que serían por definición universales–, la ciencia hoy día, por su costo o infraestructura, depende mucho del contexto. Antes era el individuo en un grupo de amigos o colegas y el pensar sin grandes infraestructuras. Hasta los gastos, proporcionalmente hablando, de la ciencia en los presupuestos generales del Estado eran mínimos. Hoy día comienza a requerir una partida considerable. La lucha por los medios, tanto individual como de grupo científico, se está convirtiendo en una lucha política. Hablamos con las autoridades, pedimos más dinero y ¿qué está en juego?, ¿hasta qué punto tiene que pagar la sociedad el que un científico se divierta? Nuestra salida es decir que educamos, o sea, cumplimos el papel en la sociedad de preparar a las siguientes generaciones con técnicas y razonamientos que son cada vez más complejos. Tenemos que justificarnos como servicio.

Con respecto a la estructura del sistema investigador es necesario que haya centros en los que se produzca una resonancia. Me refiero a que tengan una masa crítica, que cree bibliotecas que permita unas conversaciones para solucionar un problema de una técnica y, eventualmente, reunirte a tomar un café para hablar de filosofía o de ciencia. Eso es un aspecto necesario de la sociedad actual. Desgraciadamente, la palabra ciencia en cuanto a creación de conocimiento parece menos importante. Pero resulta que un país, una cultura, va con premios Nobel detrás; ésa es su fuerza. Si jugamos la carta de estar a un nivel europeo tendremos que jugar la carta de hacer ciencia. Hay que hacerlo cueste lo que cueste. El político tiene una vida media corta y no ve los efectos de su acción, pero si hubiera personas responsables hacia el futuro se darían cuenta de que una de las cosas que definen un país a fondo son sus intelectuales, y entre ellos sus científicos.

¿Cuál es su valoración de la estructura científica española en estos momentos?

Es de esos temas que me gustaría evitar porque quizá me falta conocimiento para decir cosas sensatas. Yo echo de menos muchas cosas, me preocupa mucho el sistema de la educación de las nuevas generaciones, con la tremenda endogamia provincial, que es una barbaridad. Eso de que estemos exportando científicos, ¡a estas alturas!, porque no pueden ir a otra comunidad de España, es un absurdo. Otro de los problemas es el sistema de selección, unas absurdas oposiciones que todos sabemos que se resuelven por otro tipo de intereses extracientíficos. En especial hay una fracción muy pequeña de investigadores respecto a la población y al producto interior bruto comparado con otros países. Es un problema muy complicado, pero hay muchas cosas básicas que deberíamos arreglar. Tiene mucho que ver con la estructura de la universidad; la universidad se está masificando y ya no es responsable del paso siguiente, que es: ¿qué van a hacer una vez que terminan con respecto a la empresa, con respecto a la investigación? Están dando títulos cada vez más baratos. Están jugando también los sindicatos, porque deberían defender al pobre para que tuviese posibilidades para luchar por un trabajo contra el hijo de papá. Pues no, quieren que los estudios sean más fáciles y los títulos más baratos; pues seguiremos dando los puestos de trabajo a los hijos de papá, que son los que tienen poder. Aquí estamos todos haciéndolo mal, deberíamos preparar y dar un cambio. Empieza a haber ciencia buena en España, pero no por razones institucionales, sino porque la gente sale fuera; son muchachos espabilados y con mucho entusiasmo, y… ¡algunos vuelven! Pero nadie se lo ha preparado, nadie lo ha programado. Ocurre porque, como decía Ortega, «la mierda sube de vez en cuando al tejado».

Además de su profesión, con la que mantiene, parece evidente, una relación pasional, ¿cuáles son otros intereses intelectuales de García-Bellido?

Me gusta mucho la historia. La historia me da perspectiva, cosa que necesita el científico. Soy un ávido lector. Vengo de estar un año sabático en Roma y allí uno se empapa de historia. Lo que más me gusta es la historia del descubrimiento y la conquista de América. Ése es mi hobby. Ahí veo de nuevo que los mejores libros sobre esto los están haciendo fuera. Aquí se están haciendo tesis doctorales sobre detalles, que no está mal, pero falta la perspectiva, falta esa madurez que significa ver las cosas desde arriba. Me gusta la filosofía, más que la filosofía como historia del pensamiento me gustan los problemas de epistemología y teoría del conocimiento, porque ahí está la base operativa de lo que hacemos todos los días.

También me gusta la música clásica y la pintura, pero en esto soy un mero consumidor. Yo diría que en mi vida el componente humanista es amplio. Sin embargo, he dejado de leer novela y me gusta más el libro de ensayo. Yo creo que la literatura contemporánea está llena de artilugios. Hay excepciones, la literatura sudamericana, por hablar de una en castellano. Leí mucha poesía, pero ahora no le saco jugo, quizá se debe al tipo de vida. La poesía tiene que estar uno completamente dentro de ella, porque, si no, no se degusta.

Hay en física una tendencia a encontrar una ley a partir de la cual se pueda explicar cualquier fenómeno: la famosa teoría del todo. ¿La biología contemporánea puede tener una tentación similar?

No. A niveles químicos, donde hablamos de átomos y moléculas, tiene mucho sentido hablar de teorías de causalidad, el componente contingente es pequeño. En biología, cuando la contingencia empieza a operar, comienza a no tener sentido una teoría. Pero eso no quiere decir que no haya teorías, lo que pasa es que estas teorías están a otro nivel, ya no son del mismo nivel que pueda ser el de la mecánica cuántica. A ese mismo nivel no hay grandes teorías biológicas. Sí hay reglas, leyes, invarianzas, limitaciones al continuo, cristalizaciones en cosas y una gran conexión entre niveles fenomenológicos. Yo diría que la biología del desarrollo está en el centro de toda la biología porque, por un lado, es biología celular –por tanto, biología molecular–, y, por otro, explica en términos de funciones de genes que regulan a otros genes. El 40% del genoma regula al otro 60%. Es un montón de información simplemente poniendo orden, por así decirlo. Y el sistema nervioso funciona como funciona por cómo está hecho, fundamentalmente. Por tanto, es un problema de desarrollo. Y por último, no hay manera de entender la evolución si no se comparan genéticamente los desarrollos. La biología del desarrollo está en el centro de otra escala de complejidad para entender los niveles fenomenológicos de las moléculas, de los organismos y de las poblaciones. ¿Eso es unitario? No. Eso es buscar un nivel en el cual se refleja de arriba para abajo o se proyecta hacia abajo toda la biología. Eso operativamente es así, no teóricamente, sino pragmáticamente.

¿Cuál es el misterio concreto que guía actualmente su interés como investigador?

Lo que me fascina desde hace años es lo que se puede llamar el problema de la entelequia, el problema que ya se plantea Aristóteles: cómo y por qué los organismos saben cuando han terminado de crecer y adquirir una forma específica; su complección. Morfogénesis en el sentido más profundo de la palabra. Es decir, las células proliferan, sí, pero, ¿por qué paran de hacerlo? ¿Porqué les dicen desde fuera que paren? No, paran ellas desde dentro. Entonces, el problema es cómo las células proliferan, computan espacio y generan espacio, dividiéndose ordenadamente. Es algo así como hacer un avión volando. Es el problema más serio de los que somos capaces de percibir en la biología del desarrollo. Es el problema de la morfogénesis, el control del tamaño y de la forma. Estamos en ello, estamos viendo cada vez más propiedades. Yo lo enfoco desde el punto de vista de las células, desde el comportamiento celular definido por los genes activos en las células. ¿Desde cuándo el órgano sabe que es perfecto, cómo eso está informado genéticamente para que el sistema termine con una forma y un tamaño específico? Es el problema más profundo de la morfogénesis, la adquisición de dimensiones reales.

En más de un sentido parece que las investigaciones, los experimentos, fueran etapas para intentar continuamente llegar a ese misterio mayor…

Claro. Al investigador le gusta estar o intentar estar en la frontera del conocimiento, sentir una especie de vértigo, estar con aquellas cosas donde va a ver algo por primera vez y va a hacer una exploración sensata y, por lo tanto, definitiva. Los demás van a decir: «bien hecho». Estar en la frontera y decir sensateces es una especie de ambición que compartimos con los artistas. Al fin y al cabo nos parecemos mucho en la disposición mental. Me gusta atreverme con cosas más difíciles simplemente por el hecho de estar en cosas difíciles. Luego hay otra cosa muy importante para un científico que es el reconocimiento de tus colegas. Quizás por ese sentimiento de comunidad, el científico no puede vivir sin el reconocimiento. Es importante no sólo ver que estás de acuerdo con la naturaleza porque predices y luego compruebas que es así, sino, además, que eres entendido en la medida de lo posible y por una fracción de la comunidad eres entendido realmente. Estos tres componentes creo que definen a un científico.

Dándole tanta importancia al hecho de ser entendido parece extraño que no haya publicado alguna obra teórica sobre biología.

El concepto de libro teórico también hay que matizarlo. Una cosa es un libro de texto y otra el de divulgación. A mí me podría interesar un libro reflexivo; claro que, como decía Ortega, el libro reflexivo empieza a no tener sentido. Tiene un componente sistémico que reclama mucha energía inútil, porque lleva un componente de doctrina. La ambición la calmo escribiendo artículos más cortos sobre situaciones concretas de filosofía o teoría de la biología, que van mucho más al grano. Existe otro factor limitante y es que la biología va muy deprisa. Un libro de tipo didáctico queda sobrepasado enseguida, a la vuelta de cinco años. Sin embargo, los artículos son acumulables, los concentras y les das cierta dimensión externa más favorable. Además es muy español esto de los libros, porque tienen ese componente de vanidad. Me da miedo, hay una tendencia natural al libro de texto, a los recopilados, refritos. Además se pierde mucho tiempo porque detrás está el nombre de uno.

¿Las nuevas herramientas informáticas permitirán nuevos avances?

Se refiere usted a la creación de modelos biológicos con ordenador. Yo soy muy reacio. En general, la biología de simulación ha sido un fracaso. Ha llevado a creer que sabemos cosas sin entenderlas, se queda con esos elementos bellos, internamente consistentes, analógicos, pero que no sirven para operar. Es un puro devaneo. Ha permitido modular ciertas cosas, pero no teorizar. Modular es numerizar una serie de fenómenos y convertirlos en un algoritmo, las ideas que no son edificables, que no están hechas de parámetros, sino de relaciones, que es lo que a un científico le mueve. Teorizar en ese sentido es útil, yo lo admiro y lo hago, aunque no tan bien como me gustaría.