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Fundación Residencia de Estudiantes

LOS REFUGIADOS ESPAÑOLES Y LA CULTURA MEXICANA
Actas de las primeras jornadas
Manuel Aznar Soler

Este libro, aparecido recientemente en las Publicaciones de la Residencia de Estudiantes, recoge las ponencias presentadas por diversos investigadores españoles y mexicanos en las primeras jornadas sobre el tema, celebradas los días 14 y 15 de noviembre de 1994 en la Residencia de Estudiantes bajo el mismo título de Los refugiados españoles y la cultura mexicana. Tras la firma de un convenio entre la Residencia y El Colegio de México, se estableció la continuidad de estas jornadas, la segunda de las cuales se celebró, esta vez en México, durante el mes de noviembre de 1996, y cuyas actas están actualmente en imprenta.

Este libro colectivo, de carácter misceláneo, reúne nueve trabajos en los que se combinan enfoques y temas diversos: desde el enfoque de carácter general (Abellán) hasta el de índole testimonial (Marichal), sin olvidar los estudios de tema científico (Barona), historiográfico (Lira), literario (Díaz de Guereñu, Souto) o sociológico (Segovia), ni aquéllos que analizan las influencias intelectuales entre ambos países, sean la de Alfonso Reyes en España (Garciadiego) o la de Ortega y Gasset en México (Gil Villegas).

José Luis Abellán esboza en «México y el exilio español» un panorama general donde, desde la creación en julio de 1938 de la Casa de España –antecedente de El Colegio de México–, analiza la aportación de nuestro exilio republicano a la cultura mexicana. A diferencia de la actitud gachupinesca de «hacer las Américas», Abellán recuerda los versos del célebre poema «Entre España y México», escrito por Pedro Garfias a bordo del Sinaia, para constatar un cambio radical de actitud y para resaltar el concepto de «transtierro», neologismo acuñado por José Gaos para expresar la situación de unos exiliados que viven «en una tierra que no es la misma pero sí semejante a la abandonada».

Juan Marichal evoca en «Recuerdo de Mascarones» las circunstancias que le impulsaron a matricularse en 1944 en la Facultad de Filosofía y Letras, cuya sede estaba entonces en Mascarones, «en el remanso de paz que era aquel antiguo convento barroco». Recuerda a alguno de sus maestros (José Gaos, Edmundo O’Gorman, Eduardo Nicol, Luis Recaséns Siches, Joaquín Xirau) y a algunos de sus condiscípulos y amigos (Manuel Durán, Joaquín Sánchez MacGregor, Ramón Xirau) para afirmar que su vocación por la historia intelectual americana nació «en el seminario del maestro Gaos». Por ello, tras rectificar a Max Aub («uno es de donde hizo el bachillerato»), «sin duda el ciudadano más ejemplar de la república hispanomexicana de las letras», Marichal concluye que «se es de donde se han hecho los estudios de la maestría de la historia: uno es de Mascarones».

Rafael Segovia se sirve, en «La difícil socialización del exilio», de una obra inédita en tres volúmenes, escrita por Luis I. Rodríguez –secretario particular del general Lázaro Cárdenas–, para afirmar desde el inicio de su trabajo que entre los exiliados republicanos «las fisuras, las oposiciones, las rivalidades y los odios superaron en cualquier caso a la unidad de la causa común». La documentación recogida en este libro prueba que, desde un punto de vista sociológico, se crearon algunos mitos que carecen de fundamento real: por ejemplo, el de la presencia de campesinos en apoyo a la reforma agraria cardenista. Por otra parte, Segovia también nos recuerda que la integración social del exilio no fue un camino de rosas, ya que la impopularidad del cardenismo en sus últimos años sirvió a un sector de la sociedad mexicana para atacar la política presidencial a través de la crítica a la presencia del exiliado español: de ahí una denominación tan peyorativa como la de «refugiacho». El autor critica también la idealización de España realizada por nuestro exilio, así como su ensimismamiento («se terminó por ser refugiado antes que español»), y concluye con contundencia que «del exilio permanece una idea entera o, me atrevería a decir, un mito, en el que reconocen vagamente los herederos, ya mestizos, de tercera, cuando no de cuarta generación, de quienes llegaron en el Mexique, el Sinaia o el Serpa Pinto».

aEl libro de Clara E. Lida y José Antonio Matesanz sobre La Casa de España es el punto de partida de Arturo Souto Alabarce para estudiar a «Poetas y pintores en La Casa de España y su imagen en México». Dentro del proceso de autognosis que realiza la sociedad mexicana durante la década de los años cuarenta, Souto Alabarce documenta la imagen de México visto como objeto (Letras de América, de Díez-Canedo; Cornucopia mexicana, de Moreno Villa) y dedica una especial atención a la personalidad humana y a la obra poética y crítica de Enrique Díez-Canedo, «el escritor español que más a fondo» leyó a los escritores hispanoamericanos «en una época en que eran mal conocidos en España». La imagen de Díez-Canedo, como la de la mayoría de poetas y pintores españoles, procede de la Visión de Anáhuac, de Alfonso Reyes, para quien «lo mexicano, lo medularmente mexicano, no es el trópico, sino el gran valle entre montañas, el altiplano, la entonces “región más transparente”».

Precisamente sobre «Alfonso Reyes en España» trata el trabajo de Javier Garciadiego, quien documenta su estancia en Madrid desde 1914 –donde escribió su Visión de Anáhuac– y resalta que, a través del Ateneo, «la amistad con Díez-Canedo fue determinante» para el intelectual mexicano. Más próximo a los procedimientos interpretativos de Francisco de Icaza que a la metodología de Menédez Pidal y su escuela, la figura de Alfonso Reyes constituye desde sus años madrileños un puente permanente de diálogo entre los intelectuales mexicanos y españoles, sobre todo tras el exilio de éstos.

También Alfonso Reyes, invitado a colaborar en el primer número de la Revista de Occidente, es el punto de partida de Francisco Gil Villegas para estudiar «La influencia de Ortega en México». Tras citar a Samuel Ramos, la figura de José Gaos y de su Seminario del Pensamiento en Lengua Española de El Colegio de México resultan claves para documentar la influencia orteguiana sobre los discípulos de Gaos (Leopoldo Zea, Edmundo O’Gorman, Justino Fernández), una influencia visible en Las mocedades de Ortega y Gasset, obra publicada por Fernando Salmerón en 1959. En este contexto debe situarse El laberinto de la soledad, de Octavio Paz, quien no oculta su deuda orteguiana. Respecto a la recepción mexicana de Ortega y Gasset, resulta significativo el silencio sobre La rebelión de las masas, ya que «Ortega fue apreciado en México fundamentalmente por su conciencia historicista aplicada a las circunstancias, lo cual era compatible con la ideología nacionalista de la Revolución Mexicana, y no por sus ideas explícitamente políticas».

Josep Lluís Barona sintetiza en «Los científicos españoles exiliados en México» la aportación de nuestros investigadores al desarrollo de la ciencia mexicana. Tras un sucinto examen histórico del atraso científico de España y de los intentos de renovación anteriores a la guerra civil, entre los que cabe resaltar los esfuerzos del Institut d’Estudis Catalans, de la Junta para Ampliación de Estudios o de la propia Residencia de Estudiantes –recuérdense el Laboratorio de Fisiología General de Juan Negrín, el de Fisiología y Anatomía de los Centros Nerviosos de Gonzalo Rodríguez Lafora y el de Histología Normal y Patológica de Pío del Río-Hortega–, Barona constata la aportación de los científicos españoles exiliados (los Bolívar, Manuel Márquez, Rafael Méndez o José Puche, entre otros) a la sociedad mexicana, tanto en antropología (Pere Bosch Gimpera, Juan Comas) como en farmacia, química y, muy particularmente, en medicina.

«Del llanto a la quimera: Juan Larrea en la fundación de Cuadernos Americanos» es el título del trabajo escrito por Juan Manuel Díaz de Guereñu, centrado en la creación de una revista tan importante como Cuadernos Americanos y en el que analiza el protagonismo como fundador y orientador que, desde su creación en 1942 hasta su marcha en 1947, tuvo en ella Juan Larrea. Éste concibió la revista como un instrumento al servicio del «fin teleológico que atribuye a la historia y según el cual la descifra: la nueva humanidad que habrá de nacer en la América hispana». Por ello, se suceden las críticas y polémicas contra Larrea, tanto procedentes de otras revistas mexicanas (Letras de México, El Hijo Pródigo) como de los propios exiliados españoles: por ejemplo una carta al director de Letras de México escrita por Antonio Sánchez Barbudo, miembro de la redacción de Taller y de Romance, donde se ataca «su método de pensamiento mismo».

Por último, Andrés Lira –actual director de El Colegio de México– subraya en «Cuatro historiadores» la decisiva aportación a un nuevo concepto historiográfico en México de algunos intelectuales españoles exiliados, entre los cuales destaca a José Gaos, Ramón Iglesia (El hombre Colón y otros ensayos, 1944; Cronistas e historiadores de la conquista de México. El ciclo de Hernán Cortés, 1942), José Miranda (Victoria y los intereses de la conquista de América, 1947; Las ideas y las instituciones políticas mexicanas. Primera parte, 1521-1820, 1952) y Juan Antonio Ortega y Medina (Ensayos, tareas y estudios históricos, 1962).

No quiero finalizar la breve reseña de esta miscelánea sin citar unas palabras de Souto Alabarce que, a mi modo de ver, aciertan a poner el dedo en la llaga sobre la índole y el carácter de la mayoría de publicaciones sobre nuestro exilio republicano de 1939: «Predomina, sin embargo, la visión de conjunto y el tono de homenaje. Faltan por estudiar detenida, objetiva y reflexivamente muchas cosas». Este libro misceláneo alterna la visión de conjunto con el tono de homenaje, pero también hay aquí felizmente trabajos en que se estudian «detenida, objetiva y reflexivamente» algunos aspectos de las relaciones entre nuestra intelectualidad exiliada y la cultura y sociedad mexicanas. Acaso un enfoque más monográfico de sucesivas jornadas sería la vacuna más idónea para evitar determinados tonos y enfoques.


Los refugiados españoles y la cultura mexicana
Actas de las primeras jornadas

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