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Edición facsímil
de la revista
Música
Arturo Reverter
La revista Música nació en plena guerra civil, en 1938, por iniciativa de la Dirección General de Bellas Artes del Ministerio de Instrucción Pública. Esta publicación, de la que sólo se editaron cinco números, incluía artículos sobre temas musicales firmados por los músicos más revelantes de la generación del 27, junto a trabajos de carácter ideológico e incluso militante. Su interés para musicólogos e historiadores, y el espíritu humanista y progresista que la inspiraba han motivado la edición facsímil realizada por la Residencia gracias al patrocinio de la Fundación Autor, de la SGAE. |
Es curioso que el recuerdo de una publicación que no pasó de los cinco números y que estuvo en vigor unos pocos meses haya llegado hoy a nosotros tan vivo y presente. Un caso sin duda insólito, pero justificado. Porque la revista Música, que de ella hablamos, supuso mucho en la historia cultural de este país. Fue una consecuencia, en cierto modo tardía y que tuvo escaso tiempo para desarrollarse, de un estado de cosas recogido e impulsado por las autoridades de la República, quienes, al llegar al poder en 1931, comenzaron a tomar conciencia de la importancia del arte de los sonidos para una sociedad. El peso de los músicos de la generación era muy grande y, ya en las postrimerías del régimen establecido, tuvo paradójicamente esa fructificación que quizá, como apunta Casares, es «el último símbolo de una política y también de una resistencia cultural casi heroica». Si alguna vez hubo una revista –musical o no– compremetida con un ideario progresista, ésta fue, en efecto, Música –muy diferente a la que con el mismo título editarían, a partir de 1952, los conservatorios–, que vivió de enero a mayo de 1938 y a la que Espinosa Guerra consideraba como depositaria de «toda la vida musical de la guerra española: la crítica del pasado, la legislación, las realizaciones, la problemática estética». En ella aleteaba el espíritu de todo un movimiento, concentrado a su vez en las humanistas propuestas del Consejo Central de la Música, inspirado, como la antigua Junta Nacional de Música y Teatros Líricos de 1931, por Adolfo Salazar. Es hoy altamente ilustrativo asomarse a esas páginas, afortunadamente recuperadas para el moderno lector por la Residencia de Estudiantes en una trabajada edición facsímil, y adentrarse en los entresijos de la música de aquellos años difíciles durante los cuales, pese a todo, pervivieron ideas incontaminadas. La estructura, muy didáctica, de la publicación nos abre prometedores caminos. Cada número venía dividido en distintas y proverbiales secciones, encabezadas por el correspondiente editorial, dedicadas a estudios sobre compositores del momento o sobre música histórica y popular, análisis de músicas de actualidad, música de cine, escritos doctrinarios, vida musical, música y músicos españoles en el extranjero, testimonios de músicos extranjeros a favor de la República... Además: bibliografía, revistas, noticias breves, resúmenes... En definitiva, y como abunda Emilio Casares en su prólogo a la edición que saludamos, «todo un alegato a favor de la libertad y de la defensa del ideario compartido por el que se luchaba». Colaboradores de la talla de Renau –director general de Bellas Artes en 1937–, Rodolfo Halffter, Martínez Torner, Subirá, Casal Chapí, Bautista, Borguñó, Gols, Mayer y un largo etcétera dejaron sus nombres en las páginas de la revista. La edición facsímil viene acompañada, por supuesto, del sumario de cada número, pero también de los correspondientes índices, que son un complemento perfecto a la pléyade de datos e informaciones que la revista alberga. Parece mentira que en tan pocas páginas pueda contenerse tanta materia de interés. Es cierto que en aquella época no existían los sistemas de impresión actuales y que, quizá por las prisas y la abundancia de información, a veces la ordenación de temas, la estética de paginación y la reproducción de centenares y centenares de nombres no dan apariencia de un producto cuidado y bien hecho. Son numerosas las erratas. Pero siempre pesa más la importancia del dato, del testimonio, del juicio, del examen o del análisis riguroso; o la adecuación histórica y veracidad de lo narrado; o la relevancia del contenido, en todo caso, más apreciable que el continente. Se ha procurado ofrecer al moderno lector la posibilidad de localizar fácilmente cualquier información mediante una rigurosa ordenación documental, en la que aparecen una relación de ilustraciones, una lista de ejemplos musicales y otra de títulos, con indicación del número de página y, si así procede, del género y, en su caso, de la obra a la que pertenece, si se trata de un fragmento aislado. Como mandan los cánones, se ha construido un amplísimo índice onomástico, en el que, cuando es posible, a cada apellido sigue el nombre de pila. De esta forma, el interesado podrá seguir cómodamente la lectura del contenido de las cinco revistas y retrotraerse, a sesenta años vista, al riquísimo mundo de la música de nuestros abuelos, producto, como se ha dicho, de un sorprendente y fructífero estado de cosas. Resulta cuando menos chocante que en el artículo de presentación del primer número de la otra revista Música, citada anteriormente, Federico Sopeña se refiriera a aquella generación musical del 27 –los Halffter, Pittaluga, Bautista, Remacha, Bacarisse y demás compañeros de viaje, los que están en la base de ese espíritu irrenunciable que anima la recuperada publicación–, reconociendo su valía –«eran buenos músicos»–, pero también tachándola de «excesivamente atropellada, injusta, ferozmente vuelta de espaldas a muchas normas». Hoy sabemos que no eran ellos los injustos y los vueltos de espaldas a las normas, gracias, entre otras cosas, al libre examen de textos y documentos como los que ahora podemos tener en nuestras manos en virtud de la iniciativa de la Residencia, muy lógica y comprensiva hacia una estela cultural que tanto tuvo que ver con ella en su momento. REVISTA MÚSICA |