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Cándido Bolívar
y la ciencia en el exilio
Antonio Bolívar Goyanes

La labor cultural del exilio español de 1939 tuvo también una dimensión científica. México fue el país que acogió mayor número de investigadores españoles, muchos de ellos agrupados en torno a la revista Ciencia, cuyo director fue Cándido Bolívar (1897-1976). A su recuerdo se dedicó un acto de homenaje el pasado día 28 de abril en la Residencia, realizado en colaboración con la Agencia Española de Cooperación Internacional, la Dirección General de Enseñanza Superior (MEC) y la Fundación Francisco Giner de los Ríos.

En abril de 1939, al término de la guerra civil, mi padre, Cándido Bolívar, cruzó la frontera en los Pirineos como muchos otros republicanos. Cumplía por aquellos días 42 años. Había transcurrido ya más de la mitad de su vida y probablemente no pensó en esos momentos que nunca volvería a España. Dos años antes, en 1937, desde su exilio en Inglaterra, don José Castillejo, secretario de la Junta para Ampliación de Estudios durante casi tres décadas, escribió estas palabras: «El advenimiento de la República atrajo a la política a muchos de los líderes intelectuales preparados por la Junta. No han mostrado instinto político o sentido de responsabilidad social, cualidades –dice Castillejo– que no se consiguen en los laboratorios, y su deserción de éstos ha roto el marco científico todavía débil del país. Las persecuciones revolucionarias o reaccionarias al final los echarán de España y quizá América Hispana recogerá parte de la cosecha cultivada en la Madre Patria».

No le faltaba razón a don José, quien con estas dolorosas pero certeras palabras, escritas cuando apenas se podía empezar a prever el resultado de la contienda, vislumbró cuál sería el destino de muchos de los intelectuales españoles de ese momento. En efecto, músicos, escritores, poetas, pintores, arquitectos, humanistas, médicos y científicos se trasladaron a diversos países de América. Sin embargo, el contingente más nutrido, con gran diferencia, tarde o temprano llegó a México, y esto no fue por azar. Gracias a la campaña iniciada en septiembre de 1936 por don Daniel Cosío Villegas y secundada rápidamente por don Alfonso Reyes y por un nutrido grupo de intelectuales y políticos mexicanos, el presidente Lázaro Cárdenas encabezó el proyecto cultural que Clara Lida califica como uno de los esfuerzos nacionales de solidaridad internacional más ejemplares de este siglo. Con la creación en julio de 1938 de La Casa de España en México, catedráticos, investigadores y artistas republicanos contaron con una institución que se consagró a la tarea de encontrarles una ocupación digna en tanto no pudieran regresar a su país.

A pocos días de llegar a Vernet-les-Bains, Cándido Bolívar recibe un telegrama del propio Cosío en el que le confirma oficialmente una invitación hecha poco antes para trabajar en México. Tres meses después, en julio de 1939, llega a México con su familia y es incorporado como miembro especial a La Casa de España. Cuando don Alfonso Reyes, presidente de La Casa, explica a fines de 1939 algunos casos en relación con las labores realizadas, dice lo siguiente: «El entomólogo Cándido Bolívar, cuyos trabajos corren por cuenta del Departamento de Salubridad Pública, está consagrado al estudio de la mosca de la oncocercosis, y ha pasado tres meses estudiándola en los pantanos de Chiapas con loable diligencia y aun con indiferencia para su salud personal». Se diría que don Alfonso había visto al incansable naturalista colectando dípteros, coleópteros y otros insectos en la hoy convulsionada selva Chiapaneca con gran curiosidad de los quetzales y los jaguares de la Sierra Madre del Sur.

En realidad –y valga la digresión porque viene a cuento–, me he permitido parafrasear a Machado, quien, hablando de Juan de Mairena, recordaba las palabras que éste dirigía a sus alumnos de retórica contra la llamada «educación física»: «Para crear hábitos saludables, que nos acompañen toda la vida, no hay peor camino que el de la gimnasia y los deportes, que son ejercicios mecanizados, en cierto sentido abstractos, desintegrados, tanto de la vida animal como de la ciudadana. [...] Si lográsemos, en cambio, despertar en el niño el amor a la naturaleza, que se deleita en contemplarla, o a la curiosidad por ella, que se empeña en observarla y conocerla, tendríamos más tarde hombres maduros y ancianos venerables, capaces de atravesar la Sierra de Guadarrama en los días más crudos del invierno. [...] Se diría –agrega Machado– que Juan de Mairena había visto al insigne Ignacio Bolívar, cazando saltamontes a sus setenta años, con general asombro de las águilas, los buitres y los alcotanes de la cordillera carpetovetónica».

Cándido Bolívar, en efecto, heredó de su padre y maestro ese amor a la naturaleza de que habla Mairena, y a su vez supo transmitirlo a sus hijos y a sus discípulos. Se empeñó también en integrarse con el espíritu más abierto al medio científico mexicano y en contribuir a su fortalecimiento, y llegó a recorrer casi la totalidad del territorio en sus innumerables excursiones en busca de insectos. No obstante ello, conservó siempre presente en la memoria a su querida España.

En 1941 entra a formar parte del cuerpo docente de la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas del Instituto Politécnico Nacional, creado por Lázaro Cárdenas en la década anterior, y dedica el resto de su vida –35 años– a la cátedra y la investigación en el Politécnico, actividades compartidas con la dirección de la revista Ciencia, que junto con su padre y un grupo de científicos españoles había fundado en 1940.