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Ágora para la ciencia
La medicina en la encrucijada

Pedro García Barreno

El mundo médico está sometido a una fuerte tensión. Los médicos y los hospitales se quejan de que no pueden satisfacer lo que ha llegado a ser una demanda sin límites de asistencia sanitaria. En numerosos casos, las mejores terapias disponibles sólo aportan soluciones parciales; en otros, los procedimientos terapéuticos ocasionan, irremediablemente, incapacidades permanentes. Más chocante es que enfermedades triviales, como el catarro común, carezcan de tratamiento. Por unas y otras razones, unos y otros reclaman más y mejor medicina.

El descubrimiento de los fármacos antimicrobianos, a finales de los años 30, representó la primera revolución de la medicina de nuestro siglo. Por un lado, supuso algo muy importante para el arsenal terapéutico. Por otro lado, inició un negocio multibillonario que hizo poderosa a la medicina. Los pacientes encomendaron su salud a las manos de doctores omnipotentes, arropados por una industria no menos todopoderosa.

A pesar de ello, es cuestionable el protagonismo que los especialistas, las píldoras o la cirugía han tenido en la mejora indiscutible del estado de salud global de la población durante los últimos cincuenta años. El incremento de la expectativa de vida en el mundo occidental, que se ha ampliado desde los, más o menos, 65 años en los años 40 a los algo más de 75 en la actualidad, se ha debido, en gran parte, a las mejoras higiénico-sanitarias: la nutrición, la vivienda, la higiene, la educación y las campañas de vacunación.

En 1992, la Organización Mundial de la Salud señaló que parecía haberse llegado a un estancamiento en la ganancia de salud e indicó que, en comparación con la década de los 40, la población padece episodios más frecuentes y prolongados de enfermedades agudas, a la vez que se incrementa la incidencia de las enfermedades crónicas. Otro hecho alarmante es el de la rebelión de los microbios; la tuberculosis, por ejemplo, está reapareciendo en Occidente a causa de la utilización indiscriminada de los antibióticos, que ha dado la oportunidad a la bacteria de desarrollar resistencia.

Los científicos han comprendido el reto: descubrir productos médicos eficaces. Saben que el cuidado de la salud es una de las mayores industrias del mundo. Además, tienen la suerte de disponer de poderosas herramientas; la biotecnología, las computadoras, cada vez más rápidas y capaces, las telecomunicaciones y la robótica están ahí. Herramientas a las que se pide que transformen, de nuevo, el mundo sanitario.

La próxima generación de productos médicos mejorará los resultados terapéuticos. No cabe duda de que habrá píldoras para cada una de las enfermedades ahora sin tratamiento; los fármacos biotecnológicos evolucionarán desde lo paliativo a lo curativo. La cirugía, que será menos invasiva y dolorosa y más segura, se realizará sin la utilización del paradigmático bisturí. En la mayoría de las ocasiones, las intervenciones quirúrgicas las practicarán robots cualificados teleasistidos y ayudados, ocasionalmente, por enfermeras; robots que operarán con tal precisión que desplazarán a los más expertos cirujanos. Dada la inocuidad de los procedimientos quirúrgicos, los pacientes se recuperarán con rapidez, sin que se necesiten ingresos más allá de 24 horas; en los casos en que sea necesario pernoctar bajo vigilancia, el paciente ingresará, no más de 12 horas, en saniteles, donde se proporcionará atención de enfermería. Lo más frecuente será que el enfermo no tenga que desplazarse al hospital, pues un quirófano móvil dotado de cirugía por telepresencia, será el que lo haga. Los hospitales de hoy día se reducirán a núcleos de concentración de alta tecnología, sin camas, apoyados en los saniteles.

Médicos, enfermeras, hospitales, industrias y compañías de seguros estarán integrados en una red de computadoras, teléfonos, fibras ópticas y satélites, a la que tendrá acceso cada individuo. Una misma empresa asegurará a los pacientes, a quienes atenderán sus profesionales en sus instalaciones, donde se utilizarán costosas máquinas de diagnóstico y procedimientos terapéuticos, farmacológicos e instrumentales, por ella producidos. No cabe duda de que todas esas innovaciones se-ñalan buenos tiempos para el sector salud, donde la pirámide poblacional comienza a cobrar protagonismo. La población por encima de los 65 años se ha incrementado un 20-25% en los países desarrollados. La tercera y cuarta edad consumen el 35% del gasto sanitario; en pocos años consumirán el 50%.

¿Quién pagará la cuenta?

Hasta el momento, ésa es la pregunta; al parecer, la única pregunta. La ingeniería de mercado ha cogido las riendas en la búsqueda de la eficiencia sanitaria. No existen, de momento, más preocupaciones; han quedado excluidas aquellas que inciden en los planteamientos básicos del concepto de la salud, de la vida y de la muerte. Todo ello hace que los medios de comunicación estén ocupados por una variedad de protagonistas: bioclínicos, que esperan conseguir importantes ayudas de investigación; compañías biotecnológicas, que ofrecen genes a la carta; eticistas, que compiten para conseguir una plataforma pública para airear sus personales puntos de vista, e informadores, cuyas palabras favoritas suelen ser «cura inminente» y «descubrimiento trascendente».

Las consecuencias sociales de los cambios señalados serán igualmente significativas. El contrato implícito entre el paciente y el médico deberá ser rescrito. Los pacientes, y no los profesionales sanitarios, serán quienes controlen el sistema. Los médicos serán meros miembros de un complejo equipo que, técnicamente, será coordinado por robots. La presencia dominante de los robots ¿ha de significar mayor deshumanización de la medicina que la que siguió a la introducción del estetoscopio? La telepresencia ¿puede suponer un contacto interpersonal igual que la entrevista directa? El efecto placebo que representa el médico ¿lo puede protagonizar un robot?; entre los pacientes con jaqueca, el mero acto de ver al médico induce la desaparición de los síntomas en el 30% de los casos. Con médicos o con robots, puede aventurarse que, a mediados del siglo xxi, la práctica totalidad de las enfermedades genéticas y microbianas habrán sido erradicadas; sólo los traumatismos fortuitos amenazarán una vida prolongada cuya frontera se divisa en, más o menos, 110 años.

Por su parte, la medicina predictiva basada en el diagnóstico génico perinatal dará lugar a un nuevo tipo de personas: aquéllas poseedoras de alguna alteración en uno u otro gen que condicione una expectativa vital condicionada por un futuro incierto. Los prepacientes o enfermos potenciales representarán un nuevo y difícil problema.

Otra problemática la representan los trasplantes de órganos y de tejidos. El incremento en la demanda va muy por delante de la disponibilidad de órganos; el equilibrio sólo podrá lograrse mediante la combinación de medidas educativas, incentivación o medidas legales, que lleguen a permitir la recuperación de todo órgano médicamente acepta-ble. Los trasplantes han reabierto las puertas a la discusión filosófica; conceptos tales como las dualidades identidad/alteridad o mismidad/otreidad ofrecen un amplio campo de discusión teórica. Por otro lado, surgen aspectos que parecen importados de las, hasta ahora, extrañas culturas indo-orientales; la distinción entre cadáver y persona muerta, así como el replanteamiento del significado de la muerte, son temas de primera linea. De igual modo, el significado de las segundas exequias o el segundo cuerpo cobra actualidad.

Todo ello incide en el camino de la muerte; la benemortasia, basada en el respeto al derecho de una muerte digna, frente a la distanasia, es decir, la utilización de las máximas posibilidades terapéuticas con el fin exclusivo -cuando no existe posibilidad razonada de recuperación- de mantener la existencia vegetativa. La persona pasa a ser mero cuerpo; la dignidad humana se olvida, aunque el paciente se niegue a perderla. Benemortasia que va de la mano con otro tema emergente, el de los tratamientos inútiles o superfluos.

En su conjunto, parece existir una insatisfacción progresiva con ciertos aspectos de la medicina ortodoxa o convencional que incluye la alta tecnología. Diferentes estudios indican un crecimiento de una industria conocida como medicina alternativa y que contempla, en especial, el renacer de la folkmedicina. Se compone ésta de creencias y prácticas médicas que, en principio, son accesibles a todos los miembros de una sociedad sin necesidad de que posean tipo alguno de formación diferenciada; creencias y prácticas que no pueden comprenderse fuera del contexto de valores culturales de la sociedad de que se trate.

En una época de una medicina científica impersonal, deshumanizada y tecnificada en grado extremo, algunas personas -cada vez más-, tomando como referencia ejemplos etnográficos de medicina primitiva y de grupos rurales aislados de nuestro entorno cul-tural, encuentran atractivas la simplicidad y naturalidad de las tradiciones folk. Por otra parte, los sanadores fraudulentos, los curanderos, que no tienen ninguna de las características de los anteriores, también constituyen una alternativa a la asistencia médica convencional. En resumen, las terapéuticas alternativas, no convencionales o heterodoxas, que son difíciles de definir, se refieren a aquellas prácticas médicas que no se corresponden con los estándares de la comunidad médica.

Ante esta actitud, debe preguntarse qué está pasando en la medicina. En primer lugar, existen patologías para las que la moderna medicina no ha conseguido curación; en especial, para el cáncer y para una serie de enfermedades crónicas. En segundo lugar, la creciente especialización de la medicina ha fraccionado la asistencia al paciente; el profesional enfoca su atención hacia la enfermedad más que hacia el enfermo. Por último, existen, cada vez más, condicionantes personales respecto a la enfermedad. Un dato objetivo es que los norteamericanos, a lo largo de 1990, gastaron más dinero en medicinas alternativas que en hospitalización. Pero las medicinas alternativas son mucho más que un sorprendente acontecimiento de la sociedad postmoderna occidental. El programa de medicina tradicional de la OMS presume que, aproximadamente, el 80% de los 4.000 millones que habitan el planeta fundamentan su salud en dicho tipo de medicina.