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Copyright©1999
Fundación Residencia de Estudiantes

León Sánchez Cuesta
Librero, lector, amigo
Christopher Maurer

En la figura del librero León Sánchez Cuesta (Oviedo, 1892-Madrid, 1978) se unen el conocimiento cabal del mundo de las letras y una noción antigua y sabia del comercio.

El comercio es, ¿cómo no?, «trato de mercancías». Pero también, según el Diccionario de Autoridades: «comunicación, trato, conocimiento y amistad de unos con otros, y de unos pueblos con otros, para todo lo conducente a la sociedad y vida humana, sus menesteres y mantenimiento».

Viene a cuenta esta visión dieciochesca de la fácil «comunicación y conocimiento» de gentes y pueblos: durante la Ilustración las librerías madrileñas debieron de asumir una importancia especial en el intercambio de textos y de ideas. Y esa importancia se renovó en las primeras décadas del siglo xx, cuando el futuro del arte español parecía depender de que los escritores de la Península forjaran lo que llamaba García Lorca una «cadena de solidaridad» entre ellos mismos y con los de otros países.

En la España de la dictadura y de la República, la librería de León Sánchez Cuesta vino a ser algo así como un consulado donde los escritores del 27 podían cobrar conciencia de sí mismos como grupo; informarse sobre revistas, libros y proyectos culturales de otras provincias y países de habla española, y adonde llegaban con regularidad las noticias culturales de París y de otras capitales.

Al acercarnos al prodigioso archivo de Sánchez Cuesta, nos sorprende, entre otras cosas, el grado en que los escritores españoles dependían de él para que les avisara de «cualquier cosa de interés» entre lo recién publicado. En un ensayo de 1922 ó 1923, el cordialísimo Alfonso Reyes (del que se conservan 155 cartas a Sánchez Cuesta) se queja de que el librero típico «sabe vender libros, pero no los lee ni se cree obligado a entenderlos». No era el caso de Sánchez Cuesta. Los del 27 le juzgan poco menos que omnisciente. Sirva como ejemplo el caso de Luis Buñuel, que escribe con frecuencia desde París, donde ha encontrado por fin (28-VII-27) «ambiente propicio al trabajo». No sólo espera que Sánchez Cuesta le envíe libros sobre Goya («gran película biográfica» para el centenario de éste, 14-IX-26) o «algo interesante sobre bandidismo» (5-VII-27), sino que sepa «cuál de los tomos de Zugasti» le ayudaría más a preparar cierto scenario (28-VI-27). ¡Y que se entere, «diplomáticamente», de si Ramón Gómez de la Serna está trabajando en el guión que le ha prometido! (28-VII-27). Y así ocurre con todos. ¡Qué mimados los tenía!

A Sánchez Cuesta se le pide orientación bibliográfica, consejo personal, mediación -«confidencialmente, con reserva», «con la mayor diligencia posible»- en asuntos delicados. Dos poetas, por lo menos, le piden empleo: Emilio Prados (en cartas a su entrañable «Lion D'Or...») y Luis Cernuda, a quien emplea. Sin moverse del Paseo de Recoletos (más tarde, de la calle Mayor), conoce Sánchez Cuesta, mejor que nadie, los proyectos y aspiraciones literarias de todo el mundo. Lejos del librero-comerciante al que alude Alfonso Reyes, llega a conocer el contenido de los libros no publicados todavía. Ahí está José Bergamín (del cual se conservan 15 cartas), que proyecta un libro sobre «la nueva literatura» («crítica informativa, que ya puede -y acaso debe- empezar a intentarse») y que le agradece a Sánchez Cuesta «el que haya hablado de mis proyectos con Salinas, Fernández Almagro y Guerrero Ruiz» (20-IX-28).

Como este último, sirve Sánchez Cuesta, en distintos momentos, como punto de enlace entre Juan Ramón Jiménez (3 cartas) y la joven literatura. ¡Magna responsabilidad! A él le confía Juan Ramón la impresión y distribución de sus «cuadernos» poéticos, y a él le llegan, de todas partes, los pedidos impacientes: «Le agradeceré que de hoy en adelante vaya enviándome cuanto vaya publicando JRJ» (Jorge Guillén, 4-VII-33; una de 115 cartas y postales). A su librería, acompañadas de cartas noticiosas, llegan las novedades. En un mismo día, 15 ejemplares de Canciones, de Lorca, y 25 de Vuelta, de Emilio Prados (otros se envían directamente a su otra librería, la Librairie Espagnole, de París). Se reciben, a través de cartas de Prados y de Altolaguirre (72 cartas de aquél, 61 de éste), las primeras noticias de Litoral (enero de 1925) y del «primer libro completo» de Prados: Mosaico del Tiempo. Más tarde, noticias de José María Hinojosa sobre la renovación de aquella revista. Los jóvenes de Granada, «por indicación de Federico», le mandan un ejemplar de lujo de Pavo, ya agotado («no esperábamos que tuviese tanto éxito...»), y un Hinojosa nervioso le ruega que no ponga su Poema del campo a la vista «hasta mi llegada a Madrid» (28-VI-25). Los Cuatro Vientos «están en calma»» o soplan airados, y en julio de 1933, con ocasión del número 2, Sánchez Cuesta intenta apaciguar una polémica literaria, guardando para el futuro amplia documentación sobre ella.

¡Tesoro inagotable, ese archivo! Forma parte de una de las empresas culturales más importantes que ha conocido España en las última décadas: el renacimiento intelectual y material de la Residencia de Estudiantes. Sitio idóneo para estos libros y papeles. No sólo porque están acompañados allí por los de otros escritores -¡qué tertulia forman Buñuel, Cernuda, Prados, Moreno Villa, Jarnés, Gutiérrez Gili...!- sino porque la Residencia sirve otra vez como punto de encuentro de españoles y extranjeros, con libre comercio de datos y libros, ideas y amistades.