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Historia intelectual
Lecciones de un fin de siglo

Carlos Wert

El ciclo de conferencias que la Fundación Francisco Giner de los Ríos (Institución Libre de Enseñanza), con la colaboración de la Residencia de Estudiantes y el patrocinio de la Dirección General de Cooperación y Coordinación Cultural (MEC), organizó en conmemoración del 98 quiso aprovechar este centenario para reflexionar sobre el significado del fenómeno «fin de siglo», centrando el análisis en aquellos aspectos de la realidad que más interesaron a las personas que formaban la Institución en 1898, y extraer de aquella experiencia las lecciones para el presente. El ciclo se inició el 22 de octubre y finalizó el 3 de diciembre.

Aunque el fin de siglo es una convención, como tal puede convertirse en acontecimiento. Promueve estados de ánimo, expectativas de cambio, esperanzas o temores; provoca reflexiones... que pueden acabar convirtiéndolo en una fecha significativa», decía Mercedes Cabrera al iniciar el pasado 4 de noviembre su conferencia «Percepción del fin de siglo: 1898 y 1998». Así ocurrió al acabar el siglo xix, en un fenómeno que es por lo menos de ámbito europeo. 1898, en esta perspectiva, sólo añade un ingrediente dramático al caso español.

Ciencia sin tecnología

Lo había abierto José Manuel Sánchez Ron abordando el tema «España y la ciencia: dos momentos». La derrota de 1898 -dijo, basándose en Cajal- provocó la identificación de las carencias científicas como una de las causas de los males de la patria. «Se nos ha vencido en el laboratorio y en las oficinas», dirá Eduardo Vincenti. Sin embargo, para aquellos regeneracionistas, el problema es «la ciencia, sólo la ciencia: la tecnología, que no es sino ciencia aplicada, ya vendrá». Y esta idea, en la que Sánchez Ron cifra el peligro que ha afectado a la manera de plantear el problema de la incorporación de España a la producción científica, sigue viva cien años después. La Junta para Ampliación de Estudios, cuya labor durante treinta años es impresionante en el terreno científico, se orientó sólo a la investigación pura, no a la aplicación tecnológica.

Hoy está claro que «el futuro de los países subsidiarios en ciencia y tecnología será únicamente eso, subsidiario, de segundo orden, de servicios se dice a veces». No ha hecho falta otra derrota para comprender esta verdad. Pero el progreso reciente de la ciencia española sigue dominado por la consideración del valor de la ciencia básica. Sánchez Ron considera cada vez más necesario prestar atención prioritaria al desarrollo de la tecnociencia para no caer de nuevo en el error de los regeneracionistas. La responsabilidad recae sobre todo en la Universidad, que produce el 70% de la ciencia española. Pero sus estructuras conservan un alto grado de inercia. De aquí la más importante conclusión del autor: si, para rectificar este curso, es preciso cambiar la propia esencia de la Universidad (por más que uno sienta que «decir esto es casi como confesar un crimen»), hágase. Antes de que alguien «a los albores del siglo xxii comience a perorar sobre por qué se encuentran elementos comunes entre las críticas y lamentos de los regeneracionistas del siglo xix y las que ellos mismos, en 2098, hacen».

La conquista de la democracia

La contribución de Mercedes Cabrera («Percepción del fin de siglo: 1898 y 1998») se centró en los problemas políticos. Y en primer lugar trató de despejar el significado de la fecha mágica: 1898. Si la convulsión que generó el desastre fue tan notable es «quizá... porque muchos se sintieron responsables». Por eso «la derrota encendió una catarsis, no una rebelión ni un cambio político». Y, sin embargo, en la sociedad española de fin de siglo no todo eran sombras. En el terreno político, la Monarquía de la Restauración «no era una democracia, evidentemente, pero tampoco lo eran todavía la mayor parte de los países europeos [...]. En ninguno de ellos fue fácil el tránsito desde el liberalismo a la democracia». Y este tránsito, donde triunfó, fue una delicada obra de ingeniería política. En España, el proceso fracasó y los problemas que entonces afloraron se entendieron como evidencia de la inviabilidad del régimen. A ello «contribuyó, sin duda, el discurso político deslegitimador del régimen» de los intelectuales del 98 y del 14, aunque «no tiene sentido ni consistencia responsabilizar a aquellos intelectuales del fracaso de la Monarquía de la Restauración».

En nuestro fin de siglo, el panorama es diametralmente opuesto: el Estado democrático definido por la Constitución del 78 posee una legitimidad de la que los regímenes anteriores carecieron. Y esto fue posible, sobre todo, «porque estuvo presidida por unas elites políticas -las que venían desde la oposición a la dictadura y las que el final de ésta alumbró desde dentro del mismo régimen- que primaron la negociación y el consenso, el pacto, frente al conflicto y las exclusiones. Y porque estuvo sostenida por una cultura política, generalizada en la sociedad española, que empujaba hacia el centro del espectro político». La explicación del origen de esta cultura es aún una tarea pendiente.

Renovación de la Universidad

Nuestra visión del 98 muestra hoy -nos recordó Elvira Ontañón en su exposición «Un aspecto positivo del 98: la extensión universitaria de Oviedo»- muchas de sus ambigüedades: ni el desastre lo fue tanto, ni la Generación del 98 tuvo tantos rasgos comunes. El fin de siglo fue un fenómeno de reorganización del mundo con sus perdedores y sus ganadores relativos. Y, entre otros fenómenos, la experiencia española muestra algunos signos positivos, como la renovación de la Universidad que se puede reconocer en la experiencia emblemática de la extensión universitaria de Oviedo. Renovación que significaba el triunfo de una mentalidad abierta a la sociedad española y al mundo exterior. Los impulsores de la extensión de la Universidad de Oviedo están ligados a la Institución Libre de Enseñanza y les mueve el afán de modernización de métodos y el aprovechamiento de los modelos exteriores. Giner de los Ríos, impresionado por sus realizaciones, proclama: «La Universidad española revive». Así se abría para la Universidad española en 1898 un período de avances que continuó hasta la interrupción de la guerra. El análisis de la Universidad española actual revela la realidad de una Universidad viva, consciente de sus nuevas responsabilidades para con la sociedad, con sus problemas (masificación, falta de recursos), pero que vive también -concluyó Elvira Ontañón- un momento esperanzador, como el que la experiencia de Oviedo revelaba en 1898.

Tiempos paralelos: el clima moral finisecular

El objetivo que se planteó Salvador Giner en su conferencia fue el examen del clima moral intelectual en ambos fines de siglo en un contexto europeo. Partió del hecho de que «no existe el tema de nuestro tiempo, existen varios temas, una pequeña galaxia que, junta, da un perfil a las cosas». Entre ellos está la reformulación de las concepciones de la razón a finales del xix: «intentar vérselas con la irracionalidad racionalmente» (Simmel, Pareto, Durkheim, Weber, Freud...). «Hoy en día, los herederos de la tradición racional no se enfrentan con lo irracional, están agotados, cansados.» Lo que se ha producido en nuestro mundo es una bifurcación entre un pensamiento que sólo concibe condiciones de racionalidad y «una filosofía emocional y confusa, que se puede llamar posmoderna, y que es un galimatías».

A través de un repaso a los temas del fin de la historia, la estetización del mundo, la banalización de la vida humana y el triunfo completo del utilitarismo, arribó Giner a la conclusión de la continuidad esencial entre ambos períodos: «el siglo xx es la puesta en escena de los peores temores de los catastrofistas del anterior fin de siglo». No tenemos paradigmas nuevos. Las generaciones que van de Nietzsche a Freud formularon «el mundo moral en que vivimos ahora». Contrasta la solidez de sus construcciones (que son las de la sociedad en la que se desarrollaron la Institución Libre de Enseñanza y sus gentes) con la endeblez de lo posmoderno. La legitimación del mundo no proviene de cualquier creencia universalmente aceptada salvo, tal vez, la democracia. Además, «el aparato mediático es hoy una conspiración eficaz contra el pensamiento autónomo del hombre», por lo que la solución, si hay alguna, consiste -concluyó Giner- en crear conventos de racionalidad y «no encerrarse, sino predicar la razón».

La preocupación por los recursos y el territorio

El 98 aporta una nueva visión de la naturaleza física, de la «riqueza nacional» de España: de aquí arrancaba la conferencia de Josefina Gómez Mendoza. La imagen de la «pobreza del suelo» de España (Lucas Mallad) inunda la literatura noventayochista. Pero, en aparente paradoja, en este pesimismo geográfico finisecular estaba implícito un optimismo reformista de la geografía española. Política hidráulica y repoblación forestal (junto a la reforma educativa) como fundamentos del regeneracionismo. La obsesión por el problema del agua tiene raíces ilustradas y recorre todo el siglo xix. «España no será rica mientras los ríos desemboquen en el mar», proclamó Mendizábal. La idea de Costa de crear una red hidráulica que, como un sistema venoso, recorra la península, agarra en la conciencia española de la época. Los planes hidráulicos se ven incluso como solución a los problemas sociales. Cajal establece el doble programa regeneracionista: regar los yermos y las mentes, agua y educación...

Hoy, se han hecho evidentes síntomas de que es necesaria una reorientación de nuestra visión de este problema. El debate del agua no se puede reducir ya a la triple pregunta: ¿hay que ponerle precio?, ¿deben construirse más embalses?, ¿deben interconectarse las cuencas?, con ser éstas cuestiones pertinentes. Igual que ya no es cuestión simplemente de repoblación, sino de gestión forestal completa. Concluyó Josefina Gómez Mendoza con un triple contraste entre ambos 98: Se ha dado un cambio en el imaginario colectivo relativo al valor de los medios áridos en España, a la España seca, cuya conservación se considera también un valor. En segundo lugar, el agua no representa ya genéricamente un factor de desarrollo (aunque lo haya sido y siga siéndolo en medios concretos): debemos avanzar hacia una cultura madura del agua. Por último, el 98 español (en linea con la reciente historiografía general) no fue tan excepcional ni tan castizo como solía pensarse, ni en este terreno ni en los demás, sino sólo un caso singular de un fenómeno más amplio.

La educación: dos encrucijadas

Entre 1898 y hoy, al menos una semejanza: la educación está en el candelero, señaló Alejandro Tiana en su intervención. Y, aunque en contextos muy diferentes, en ambos casos está ante una encrucijada. La importancia del 98 es que hace cristalizar una crisis moral: hace falta una regeneración moral (sobre todo, de las clases populares). De ahí la importancia de la educación. El pensamiento de la Institución Libre de Enseñanza cobra así actualidad veinte años después de su creación. ¿Cuál es la realidad educativa entonces? La escuela de 1898 presenta grandes carencias que los contemporáneos perciben, pintándolas con tintas más o menos negras. Y ante aquella realidad se abrían, sobre todo, tres encrucijadas: La educación, ¿función del Estado o de la sociedad?, ¿elitista o de masas? ¿orientada a la modernización de sus métodos o atada a la tradición? En todos estos aspectos se produjeron avances, pero la mayor parte de los problemas que pesaban sobre la educación española de fin de siglo no tuvieron solución hasta mucho más tarde.

Hoy, el contexto político y social ha cambiado radicalmente. Pero el papel de la educación vuelve a ser reconocido, en paralelo al reconocimiento de la importancia del conocimiento en nuestra sociedad. La situación de la educación hoy en España es razonablemente satisfactoria. Pero se puede decir -concluyó Tiana- que está ante nuevas encrucijadas: su relación con la articulación del Estado y con el desarrollo de las autonomías; la tensión excelencia/equidad; la necesaria redefinición de la educación secundaria y postsecundaria, y la exigencia de un nuevo estilo de hacer política educativa (que sirva para el largo plazo y, por tanto, esté consensuada en aquellas decisiones que condicionen opciones futuras).

Todos estos interrogantes dejan por el momento abierto el ciclo Lecciones de un fin de siglo. Las discusiones a las que dará lugar sin duda la conmemoración del 98 son una buena oportunidad para seguir avanzando en su respuesta.