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Pinar, 23. 28006 Madrid.
Tel.: 91 563 64 11
Copyright©1999
Fundación Residencia de Estudiantes

Góngora y amistad
Andrés Soria Olmedo

Andrés Soria Olmedo, catedrático de Literatura en la Universidad de Granada y comisario de ¡Viva don Luis! 1927. Desde Góngora a Sevilla, relaciona en este artículo esta exposición con Signos de amistad, la muestra dedicada a la colección de obras regaladas por sus amigos a Federico García Lorca. Ambas están expuestas en la Residencia de Estudiantes hasta los días 3 de mayo y 19 de abril, respectivamente.

«Le abraza en Góngora y amistad». Con esa frase cierra Pedro Salinas una carta a Gerardo Diego (15-III-1927), como si anticipara el tema de cada una de las exposiciones que la Residencia de Estudiantes presenta unidas. ¡Viva don Luis! y Signos de amistad se han montado con independencia la una de la otra, se han visto en ciudades distintas (Sevilla y Granada). Cada una tiene su lógica interna, su desarrollo claramente perceptible.

Sin embargo, el visitante de las dos, contiguas, se fijará enseguida en que se entreveran. De un lado, el homenaje a Góngora mira hacia el pasado en busca de la contemporaneidad, y la afición contagiada («Todo por don Luis!», exclama esta vez Juan Guerrero en carta a Dámaso Alonso, cuando no es el «¡Viva Góngora!» de Gerardo Diego al mismo Dámaso) va tejiendo una trama de labores comunes, de intereses mutuos, de diálogos, cartas, recuerdos. Una tupida trama de amistad. El camino que va desde Góngora a Sevilla marca un momento, que sí, ya es una leyenda, como dice Jorge Guillén en su poema de 1973. En aquella excursión cristalizó breve pero sin duda un programa de «Esperanza en acción y muy jovial», sin el aparato retórico de la machadiana «juventud implacable y redentora» (retruca Guillén: «Sin presunción de juventud que irrumpe»), con el único sostén, sin énfasis, de la amistad: Nos fuimos a Sevilla. / ¿Quiénes? Unos amigos / Por contactos casuales, / Un buen azar que resultó destino: / Relaciones felices / Entre quienes, aún mozos, / Se descubrieron gustos, preferencias / En su raíz comunes. / ¡Poesía!

Además hubo amores, desencuentros, rupturas -claro está, fuera de la selección de estas exposiciones-. Y una guerra atroz civil, con sus bandos y sus víctimas y sus des-terrados. En última instancia, sin embargo, siguen siendo avatares de la amistad, según atestiguaba desde su exilio mexicano el más apartadizo de todos, Emilio Prados (en carta a Camilo José Cela, entre 1957 y 1962): «Fuimos y seguimos siendo un grupo de amigos, "¡tan amigos!" que, aunque hoy estemos alejados aparentemente por la vida, cada cual lleva en su alma ese pedacito que se rompió -para unirnos más- de la piedra unidad que somos y seremos por encima del olvido mismo».

Los signos de aquella amistad fueron poemas, cuadros, composiciones musicales, novelas, ensayos, ediciones, de modo que la nómina y la variedad de las actividades se amplía de modo coherente.

¿Estamos hablando de una u otra de las exposiciones? Un Federico García Lorca, admirado y adorado por todos, hasta la rivalidad y la celera, se nos aparece aquí «rodeado de talento» (Christopher Maurer), en correspondencia y conversación con toda la literatura, el arte y la música de su breve tiempo, de Huidobro a Neruda, a Marañón o Falla, de Ismael González de la Serna a José Caballero, del núcleo granadino de El Rinconcillo al decisivo espacio de la Residencia de Estudiantes («Es primero el amor, la amistad o la esgrima»). Pero sobre todo con «el grupo de poetas jóvenes» que destacaba con orgullo en 1933: «integrado por Alberti, Aleixandre, Guillén, Altolaguirre y otros, es grande, muy grande. Su obra interesa hoy a todo el mundo y es codiciada como algo extraordinario. A mi juicio es, sin duda créeme, lo mejor del mundo, y su influencia tan solemne y grande como lo fue la del romanticismo francés; sólo que hoy, apenas nacido, no se le ha llegado a desentrañar popularmente».

O en abril de 1936, al presentar La realidad y el deseo, de Luis Cernuda: «Yo vengo para saludar con reverencia y entusiasmo a mi "capillita" de poetas, quizá la mejor capilla poética de Europa [...] Entre todas las voces de la actual poesía, llama y muerte en Aleixandre, ala inmensa en Alberti, lirio tierno en Moreno Villa, torrente andino en Pablo Neruda, voz doméstica entrañable en Salinas, agua oscura de gruta en Guillén, ternura y llanto en Altolaguirre, por citar poetas distintos, la voz de Luis Cernuda suena original, sin alambradas ni fosos para defender su turbadora sinceridad y belleza».

Uno de los carteles certeros de Gecé (1928) representaba la vida literaria de su tiempo como un cielo nocturno, surcado de planetas y constelaciones, con un telescopio al pie para contemplarlo por quince céntimos. En este 1998 saturado de conmemoraciones (Ganivet, García Lorca, Dámaso Alonso, Aleixandre, Rosa Chacel; sin olvidar al Azorín de 1913: «La generación de 1898 [...] rehabilita a Góngora...»), estas dos muestras reunidas, tanto la mirada colectiva y horizontal o simultánea de ¡Viva don Luis! como la individual y vertical o sucesiva de Signos de amistad, permiten una ojeada divertida e instructiva a la más brillante de aquellas constelaciones, en su cara (o casa, si queremos proseguir con el símil astrológico) más amable, laboriosa y ejemplar.