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Fundación Residencia de Estudiantes

Carta de León Sánchez Cuesta a José Moreno Villa
«Una época de mediocridad y falta de interés por la poesía»

Cuatro años después de su regreso del exilio, el día 13 de junio de 1951, el librero León Sánchez Cuesta dirige, por primera y última vez desde la Guerra Civil, una carta a su amigo el pintor y poeta José Moreno Villa, refugiado en México. El librero le relata sus avatares durante la guerra y le cuenta el triste ambiente cultural que ha encontrado en Madrid. Moreno Villa y León Sánchez Cuesta se conocieron en 1917, primer año de la estancia de ambos en la Residencia de Estudiantes.

Querido Moreno: Qué emoción y qué alegría su carta. Le había enviado recados y saludos por diversas personas y nunca me llegaba nada suyo. Cuando pensaba en Ud. —y he pensado en Ud. muchas veces— me sentía triste, pues no me resignaba a que nuestra amistad, amistad tan buena y de tantos años, se terminara así: sin una palabra entre nosotros. A Dios gracias, eso no ha ocurrido. Ud. me ha escrito y no puede figurarse cuánto se lo agradezco y qué alegría tan grande me ha dado.

Ud. ha podido ahorrarse el relato de su vida en estos años de separación remitiéndome a su La vida en claro —libro que leí en Argel y que me ha gustado muchísimo— pero yo, que no tengo un recurso semejante, no sé por dónde empezar a hablarle de la mía. La revolución me cogió con mi mujer y  mi chico en La Granja. Estuvimos allí hasta que la situación se nos hizo imposible —mes y medio o dos meses— y nos largamos a Salamanca. En Salamanca permanecimos hasta julio del 37 en que, agotadas las posibilidades de vida, pues se prohibió la entrada de dinero del extranjero, salimos de allí: Andrea, con el chico y una sobrina que estaba con nosotros veraneando, para Argel, a casa de sus padres, y yo para Alemania a donde me fui con el propósito de aprovechar el tiempo trabajando el alemán y ver qué podría hacer en relación con la librería alemana, el día que se terminara la guerra. Estando allí me ofrecieron el lectorado en español de la Universidad de Marburgo, el que tenía Clavería, y allá me fui y para allá llevé a Andrea y a Pablo. Allí estuve dando cursos de español durante tres semestres, hasta que la guerra europea nos hizo emprender, una vez más la marcha precipitada. Nos fuimos a Argel, a casa de los padres de Andrea, y allí permanecimos hasta diez años. Cansado de esperar; necesitado de volver a la vida activa y de dar a mi chico una educación española, volví a España en el año 47. De lo de aquí, no hablemos porque la cosa sería larga. Me establecí de nuevo como librero y ya puede figurarse lo duro que ha sido y aún sigue siendo la brega. […]

Contada ya la historia de estos años, contestaré a su carta. Ante todo sepa Ud., Moreno, que sus amigos de aquí le recuerdan con el afecto de siempre. Rodríguez Spiteri, por ej., creo se ha portado siempre bien con Ud. y que no ha ocultado en ningún momento su amistad y su afecto para con Ud. El Dr. Hernando, a quien incidentalmente hice saber había recibido carta suya, me encargó mucho le hiciera presente su cariñoso recuerdo. En cuanto a la gente de letras, ya es otra cosa. Algunos puede que se olviden de sus compañeros de otros tiempos, pero a los jóvenes, no cabe tomarles en cuenta el silencio. La gente joven de ahora no les conocen, no han leído nada de Ud., no tienen libros suyos. Este silencio respecto a los mayores es general. Con excepción de Machado, Lorca y Juan Ramón, nada saben de los otros poetas del 36 (con excepción de Guillén). Atravesamos además por una época de mediocridad o de falta de interés por la poesía que Uds. no puedes sospechar a distancia. Después de años de lucha en favor de los libros de Poesía, me he visto obligado a renunciar a ella: la necesidad de vivir me ha vencido. Al llegar a España, se me acercaron los jóvenes poetas, y me pidieron hiciera por ellos lo que había hecho por los poetas de la generación anterior. Con gusto y entusiasmo me puse a hacerlo. Pronto llegué a acreditarme como el librero de los poetas, pero esta gloria me cerraba al mismo tiempo las posibilidades de vida: los libreros rechazaban, sospechando que mis envíos eran de libros de poesía, todos los paquetes [que] de mí les llegaban. […]

Para terminar quisiera hablarle algo de nuestros amigos. Hace pocos días estuvieron a verme Gavito y Truan. No los había visto todavía. Le recordamos a Ud. y me encargaron le hiciera presente su recuerdo. Los dos muy bien: Gavito de ingeniero en Asturias, casado y contento, y Truan, hecho un gran negociante, soltero y feliz con su suerte. También estuvo por aquí Balzola. Simpático como siempre. Don Paulino hace un año que regresó a España, pero ni le he visto ni ha dado señales de vida. Me escribió alguna vez desde La Habana, pero desde Taboada ni una línea suya he visto. Creo, está bien. También veo de vez en cuando a Torbado. Esta en León y a lo que parece trabajando. Casado con una alemana que le ayudó mucho. A Calandre también le veo con frecuencia. Le ha ido, con la medicina, todo lo bien que Ud. puede figurarse. Siempre que nos vemos recordamos —como los viejos— nuestro pasado común. ¡Y no sé de quién más hablarle! Me siento ya apremiado por el tiempo. […]

Abrazos muy afectuosos a los amigos. Siga Ud. escribiéndome. Muchas cosas a su señora; besos a los chicos y para Ud. un abrazo muy fuerte de este su amigo que lo es muy de veras.

 

LEÓN