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Ágora para la ciencia
Genes, neuronas, números y complejidades

En los trimestres de invierno y primavera de 1997 continuó en la Residencia el ciclo Ágora para la ciencia, iniciado el año anterior con el objetivo de crear un ámbito de diálogo interdisciplinar sobre la ciencia y el pensamiento contemporáneos. Una variada gama de cuestiones fue apareciendo a lo largo de sucesivos encuentros con la genética, las neurociencias, las matemáticas y la física, con el patrocinio de la cicyt y Telefónica de España.

¿Dónde están los ecologistas?, se preguntaba Enrique Cerdá Olmedo, catedrático de Genética de la Universidad de Sevilla, en su intervención en Ágora en el mes de febrero, dedicada a provocar el debate en torno a la manipulación genética de organismos. Provocativa fue desde luego su presentación, titulada «Una especie rediseña la biosfera. ¿Segunda semana de la creación o segunda caja de Pandora?», en la que, con la ayuda de Antonio Luque, catedrático de Electrónica Física de la Universidad Politécnica de Madrid, como moderador, planteó una visión desinhibida y apasionada de las posibilidades de modificación genética de animales, plantas y microorganismos con distintos fines aplicados. A pocos días de que estallase en la opinión pública el revuelo ocasionado por la oveja clónica, evidenciando la trascendencia del tema planteado, este encuentro de Ágora, al que concurrieron numerosos profesionales, que intervinieron en el diálogo, mostró una comunidad científica optimista que apuesta por un marco de autocontrol y exigencia entre los propios investigadores para prevenir posibles efectos no deseados de esta «nueva semana» de la creación puesta en nuestras manos por la moderna biología.

«¿Dónde está la huella de la memoria?» era la pregunta, esta vez como título de la sesión, que planteaba en el mes de marzo el siguiente ponente de Ágora, Joaquín M. Fuster, investigador de origen español en el Neuropsychiatric Institute de la University of California en Los Ángeles. Los mecanismos de la memoria, entendida por Fuster como una antesala de la conciencia y la voluntad, fueron expuestos con admirable claridad y debatidos en un animado coloquio en el que se plantearon cuestiones tales como la existencia de diversos tipos de memoria o su conexión con otras facultades intelectivas. La memoria no es sólo la sede de nuestros recuerdos, sino también el laboratorio de nuestros planes, de manera que, según Fuster, cuando tomamos una decisión estamos recuperando, casi instantáneamente, una información previamente elaborada. Con el filósofo José Antonio Marina como moderador del diálogo, una mezcla de argumentos antropológicos, psicológicos y filosóficos afloraron a la luz de los actuales conocimientos de las neurociencias sobre la memoria y de los propios estudios del profesor Fuster en este campo.

Las matemáticas como un continuo diálogo entre la creatividad del pensamiento humano y las leyes que descubrimos en la naturaleza fue la idea central de la exposición de Antonio Córdoba, catedrático de Análisis Matemático de la Universidad Autónoma de Madrid, estructurada en torno a una serie de ejemplos cuidadosamente seleccionados para mostrar la verdadera forma de trabajar del matemático, con números, fórmulas y gráficas, pero presentada de forma accesible para un público no especializado. Del pensamiento de Córdoba dijo el moderador, el catedrático de Historia de la Ciencia de la misma Universidad, José Manuel Sánchez Ron, que tiene «la suavidad de las variables complejas». Y, en efecto, su intervención sobre «Matemáticas: la orfebrería de las ideas, las leyes de la naturaleza», en el mes de abril, tuvo la virtud de romper suavemente el maleficio que normalmente proscribe el lenguaje matemático de la comunicación científica dirigida a públicos generales. Desafiando la conocida advertencia que atribuye a cada fórmula matemática que se introduce en un mensaje la virtud de reducir a la mitad el número de potenciales seguidores, Antonio Córdoba engarzó su exposición no con una sino con varias fórmulas, ejemplos de otros tantos modos de descubrir nuevas cosas en ese mundo de los números que, como alguien sugirió en el diálogo, tiene algo de realidad virtual.

El curso de Ágora lo cerró en mayo Pedro Echenique, catedrático de Física de Materiales de la Universidad del País Vasco, hablando de «Lo fundamental, lo simple y lo complejo en nuestro conocimiento de la materia». Tras título tan formidable, la intención del profesor Echenique, tal como se comprobó en su intervención, era la de trasladar a un plano distinto la dialéctica entre simplicidad y complejidad o, en otras palabras, reduccionismo frente a propiedades emergentes. Este debate, tantas veces planteado en la moderna historia de la ciencia, tiene para Echenique una equivalencia en la poca adecuación de planes de estudio y estrategias de formación en general, tendentes al reduccionismo en su especialización, frente a un mundo cada vez más complejo y globalizado en el que sólo quienes sepan manejar los problemas con flexibilidad y capacidad de integración tendrán éxito. En el debate, moderado por Francisco García Olmedo, catedrático de Bioquímica y Biología Molecular de la Universidad Politécnica de Madrid, Echenique insistió en la importancia del doctorado como entrenamiento intelectual polivalente y no sólo como vía de formación de investigadores y docentes.