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Fundación Residencia de Estudiantes

¡Viva don Luis!
1927. Desde Góngora a Sevilla

Andrés Soria Olmedo

La reunión de José Bergamín, Juan Chabás, Jorge Guillén, Gerardo Diego, Dámaso Alonso, Federico García Lorca y Rafael Alberti en Sevilla los días 16 y 17 de diciembre de 1927 supuso «el primero y más concreto acto público», con palabras de Dámaso Alonso, de la Generación del 27. La Residencia de Estudiantes, con el patrocinio de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, ha querido conmemorar el setenta aniversario de este acto con la exposición inaugurada en Sevilla, que vendrá a Madrid en febrero de 1998.

La presente exposición quiere describir un viaje. De ahí su título: ¡Viva don Luis! 1927. Desde Góngora a Sevilla.

Ese viaje comienza en el tiempo, tres siglos atrás, adonde va a rescatarse la obra del poeta cordobés Luis de Góngora, «una obra espléndida, que reluce en la oscuridad como un duro diamante, hostil y claro» (A. Marichalar), y termina en una excursión a Sevilla, donde «el énfasis [...] recayó en la poesía “del momento”, la “actual”, de los sevillanos de Mediodía y de los visitantes de Madrid, y no en Góngora», según explica Francisco López Estrada en el estupendo artículo que se incluye en el catálogo.

Así, la exposición se divide en dos ámbitos principales, que a su vez se subdividen en los siguientes apartados:
1. Góngora reivindicado. Antecedentes.
2. Góngora reivindicado: vanguardismo y filología.
3. Revistas y creadores.
4. «Aire de Roma andaluza» o poética y toros.
5. Sevilla, capital de la poesía española.

Hace setenta años (el 16 y el 17 de diciembre de 1927), siete literatos «madrileños» de vanguardia (José Bergamín, Juan Chabás, Jorge Guillén, Gerardo Diego, Dámaso Alonso, Federico García Lorca y Rafael Alberti) se desplazaron a Sevilla, invitados por el Ateneo de esa ciudad, para concluir el homenaje a Góngora que habían ido celebrando a lo largo de ese año. Como se ha dicho, terminaron por hablar de sí mismos y por decir sus poemas y los de los jóvenes poetas de Sevilla que los recibieron: Cernuda y los agrupados en torno a la revista Mediodía.

El episodio es famoso y conocidísimo, aunque sólo sea por la fotografía que todos los aficionados a las letras reconocen desde la enseñanza media: la que los representa en hilera, junto a Mauricio Bacarisse y los directivos del Ateneo, Blasco Garzón y José María Romero. Una foto que ha sido comparada con lo que fue el cuadro de Esquivel para los románticos de 1830, o con el cuadro de Solana para los tertulianos de Pombo.

En cualquier caso, la excursión a Sevilla fue el más difundido entre los actos públicos que aglutinaron al grupo de amigos que luego sería conocido como «Generación de 1927».

No fue, sin embargo, el primero. Hay que remontarse año y medio atrás, a abril de 1926, cuando Gerardo Diego, Rafael Alberti, Pedro Salinas y Melchor Fernández Almagro deciden homenajear al poeta cordobés Luis de Góngora con el pretexto de cumplirse el tercer centenario de su muerte. Ya en enero de 1927, Jorge Guillén, Gerardo Diego, Pedro Salinas, Federico García Lorca, Dámaso Alonso y Rafael Alberti redactan una circular invitando a estudiosos, escritores, artistas plásticos y músicos a sumarse al homenaje.

¿Por qué Góngora? La doctrina oficial condenaba «el aflictivo nihilismo poético» encubierto bajo las «pomposas apariencias» de su poesía (Menéndez Pelayo). La historia de la poesía viva, por el contrario, se acordaba de Góngora desde el fin de siglo. El simbolismo francés, en cuyo seno se efectúa la renovación del lenguaje poético moderno, recuerda a Góngora, lo asocia a Mallarmé y al Greco. Esa presencia gongorina regresa a la lengua española de la mano genial de Rubén Darío. En Europa, por su parte, Góngora sigue vivo en el contexto de la vanguardia.

Ese contexto previo es el que quiere evocarse en el apartado 1 («Góngora reivindicado. Antecedentes»).

Pero para reclamar a Góngora se hace necesario estudiarlo y conocerlo en profundidad. Eso es lo que se proponen los firmantes del homenaje. Por eso en su labor (apartado 2, «Góngora reivindicado: vanguardismo y filología») combinan el rigor filológico de una serie de ediciones y estudios (sobre todo las Soledades comentadas por Dámaso Alonso) con una serie de actos de provocación vanguardística, que registró Gerardo Diego en su revista Lola, «amiga y suplemento de Carmen», y recordó Rafael Alberti en su magistral Arboleda perdida.

Entre otros actos, hubo un Auto de Fe, donde se condenó al «erudito topo, el catedrático marmota y el académico crustáceo» en forma de tres monigotes diseñados por José Moreno Villa, y donde se quemaron —real o metafóricamente— toda suerte de libros antigongorinos. Hubo «juegos de agua» contra los muros de la Real Academia (uno de los más largos fue —paradojas de la vida— el de Dámaso Alonso, futuro director de la casa). Hubo un funeral (parece que el sacerdote le dio el pésame a Bergamín, el más serio de todos).

En el plano de la escritura, el homenaje se plasmó en las revistas, desde las serias Revista de Filología Española o Boletín de la Academia de Córdoba, hasta las actuales: La Gaceta Literaria, recién aparecida en 1927 (con la que hubo sus más y sus menos), y sobre todo, las revistas propias: la murciana Verso y Prosa y la malagueña Litoral. Esta última es fundamental, porque suma el homenaje puramente vivo, es decir, poemas, cuadros, músicas. Con Picasso y Falla —nada menos— en la presidencia, al lado de Juan Gris, Dalí, Manolo Hugué, junto a Alberti, Lorca, Guillén, Cernuda, Diego, Prados, Altolaguirre, entre otros, mayores y menores (apartado 3, «Revistas y creadores)».

Por azar y por la afición del gran taurino José María de Cossío, la excursión a Sevilla no se concibe sin la presencia junto al grupo —luego más fugaz, ahora muy intensa— del «torero amigo», Ignacio Sánchez Mejías, y junto a él, del «conde, poeta y ganadero» Fernando Villalón, a quienes se dedica igualmente un apartado.

Con esto, volvemos al principio y al final del viaje «desde Góngora a Sevilla».