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En el cincuentenario del grupo Cántico
Dulce es vivir

Pablo García Baena

El cincuenta aniversario de la revista Cántico, fundada por los poetas Ricardo Molina, Juan Bernier, Mario López, Julio Aumente y Pablo García Baena, fue ocasión de una mesa redonda —organizada en colaboración con la Dirección General del Libro— en la que participaron el poeta Guillermo Carnero, el profesor Juan Lanz y el autor de Rumor oculto, quien abrió el acto con el texto que se transcribe a continuación.

Recordamos hoy con esta mesa redonda y en este hogar de la gran poesía española contemporánea los cincuenta años de la aparición de la revista Cántico en Córdoba. Anterior a ese paso inicial —igual que en otras provincias ayer y ahora— unos amigos se reúnen para leer sus poemas en torno a una copa de vino, unos discos de música, unas confidencias. Son jóvenes e ilusionados, y los cinco poetas —Ricardo Molina, Juan Bernier, Julio Aumente, Mario López y este que os habla— envían sus libros a la convocatoria del premio Adonais de 1947 sin conseguir el galardón. De esa decepción —y del convencimiento ingenuo de la virtud de la letra impresa— nace la revista en ese mismo año contra todo pronóstico: escasez de medios, falta de apoyo oficial, censura, ciudad cerrada, si no hostil. Ya ese primer número es clamor de voces desacordes con el ambiente que le rodea: libérrimos versos derramados cuando todo se medía en imperiales endecasílabos, goce de los sentidos en la larga abstinencia de la posguerra, cultivo de una actitud estética independiente. Guillermo Carnero, imposible soslayar su nombre de «Doctor en Cántico», diría: «Es admirable que la llama de los jóvenes que fundaron Cántico supiera nadar por el agua fría de “Garcilaso”, de “Espadaña”, del existencialismo impostado y del mesianismo político».

Son tiempos de trivialidad en el lenguaje poético y en el quehacer de Cántico están como principales claves el ahondamiento en la búsqueda de la palabra justa, a veces desusada pero siempre precisa, el intimismo llevado como experiencia hacia un paganismo carnal que puede retroceder ante el acompasado gregoriano de la penitencia, la recuperación de la imagen y la metáfora, tan desdeñadas por los secos poetas escurialenses de la época. Nada de esto era nuevo pero sí ponía sobre el humilde mantel de hule de los racionamientos el poder deslumbrante de Góngora, el erotismo decadente de los modernistas, el ritmo sugestivo y caudaloso de la Generación del 27. Desoyendo a Ortega los poetas de Cántico hicieron una poesía expresamente impura e intensamente humana, visual, una plenitud armónica de intelecto y sentidos. Lo diría muy bien Ricardo Molina: «Otra sabiduría no quise...».

Y asombra en una revista provinciana, esa universalidad de la que carecen las estrechas publicaciones poéticas de su tiempo, poniendo especial oído en las traducciones: Auden, Milosz, Gide, Aragon, Passolini, Eliot o Montale, junto a los poetas chinos o la voz de las lenguas peninsulares, poesía en catalán o en gallego.

Cántico se funde en el número de homenaje a Luis Cernuda, primero que se le otorga al casi ignorado poeta sevillano, desdeñoso desde su exilio en Méjico; a partir de entonces es innegable su vigencia en la poesía española.

Cántico también estuvo abierto a las encontradas corrientes poéticas de su tiempo; incluso la poesía social —vade retro— de un Celaya o de un Cremer desmienten el comportamiento estanco en que se ha querido encerrar a los poetas cordobeses. Las fuertes convicciones estéticas de Cántico hicieron de él una isla olvidada, pero nunca una torre de marfil donde encerrarse en opresiva atmósfera, tal la torre del desdichado y tenebroso príncipe de Aquitania. La afirmación de un vitalismo irrenunciable confirmaba el «Dulce es vivir aunque se goce en vano, / aunque se sufra en vano dulce es vivir».

Cántico fue algo más que un grupo organizador de una revista poética en una retraída provincia: un himno a la dicha de vivir, desde la desposesión y la elegía.