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Adiós al León
Arturo Reverter

Georg Solti, desaparecido inopinadamente mientras dormía en su casa de vacaciones del sur de Francia, era un superviviente de la antigua generación de maestros. Había nacido en Budapest en 1912, el mismo año que Celibidache, Markevich o Leinsdorf, ya fuera de este mundo, y que Sanderling, todavía vivo. Era un auténtico león del podio, una fuerza desatada, una personalidad que ejercía una extraña atracción. Sus movimientos eran eléctricos, con frecuencia espasmódicos, a veces violentos. Poseía, no obstante, un sutil juego de muñeca que le servía para marcar e insinuar unos tempi que vertebraban un discurso musical habitualmente pleno de aristas, de esquinas, de acentos incisivos, pero que le facultaban también para sugerir, con inusitada suavidad, desarrollos llenos de lirismo. Aun siendo heredero de la tradición centroeuropea más acrisolada —pronto se trasladó a Austria, Suiza y, tras la guerra, Alemania—, era al tiempo un directo retoño de Toscanini, de quien fue asistente en el Salzburgo prebélico de los años 1936 y 37. Aunque en realidad Solti en esa etapa era, ante todo, un magnífico pianista, ganador del Concurso Internacional de Ginebra de 1942. Sin embargo, no es raro que se interesara enseguida por la dirección orquestal: las condiciones arriba indicadas, que poseía prácticamente de natura, y su talante y disposición así lo aconsejaban. Su manera de sumergirse en los pentagramas, con un entusiasmo y una plasticidad casi física, le convirtieron pronto en un maestro de foso, al que se dedicó prácticamente en exclusiva en los decenios siguientes.

En la actualidad el vitalista director anglo-húngaro ejercía todavía una actividad incansable. Probablemente haya sido el director de discografía más copiosa después de Karajan, y en su haber se hallan logros tan definitivos como la primera grabación íntegra en estudio de la Tetralogía wagneriana, a la que dotaba de un colorido y una acentuación despegados de las viejas concepciones de Furtwängler o Knappertsbusch. Era, en tal sentido, una visión más moderna y estimulante, de un dramatismo más urgente y a flor de piel. Concedía a las partituras de Richard Strauss una tensión extraordinaria y un brillo magnificente. Y ahí están para probarlo esos registros de Salomé, Elektra o La mujer sin sombra. Pero no era reacio a otros repertorios. Así, su Mozart podía llegar a tener una inusitada efusión poética y un verbo exquisito (Las bodas de Fígaro y La flauta mágica son los mejores ejemplos), y su Verdi se revelaba elocuente, contrastado y vehemente, con lo que, respetando siempre muy minuciosamente las extremas exigencias dinámicas del autor, alcanzaba importantes estadios de arrebato lírico y fuerza dramática.

Resplandecía en la música orquestal de Mahler —de quien era capaz de localizar todo el substrato expresionista y de proyectar, a veces de manera excesivamente apremiante y enfática, sus ideas relativas a la progresiva descomposición de la forma— y, en particular, de sus compatriotas Bartók —del que extraía toda la agresividad rítmica— y Kodály. En Madrid hemos tenido ocasión de verlo en repetidas oportunidades con distintas agrupaciones. Debemos retener aquella doble actuación al frente de la Orquesta de París en los años 70 para ofrecernos unas inolvidables versiones de la Sinfonía Fantástica, de Berlioz, y el poema Una vida de héroe, de Strauss. Fue todo un curso de dirección, de movilidad, de control y de interpretación. Espectacular. Y también ha de permanecer en nuestra memoria su última actuación entre nosotros con la Orquesta Filarmónica de Londres, a la que seguía muy unido, con interpretaciones, éstas sí más discutibles, de Beethoven y Brahms. El mismo día del concierto estuvo en la Residencia brindándonos su simpatía, su energía, su entusiasmo, en un coloquio ejemplar por la claridad de ideas y de propósitos. Parece mentira que una mente tan despierta, una personalidad tan arrolladora, en constante y febril actividad, no estén ya entre nosotros. El que firma todavía pudo verlo en Londres a mediados de junio en un excelente Simón Bocanegra verdiano. Era el Solti de los grandes momentos.

Georg Solti murió el pasado 6 de septiembre, a los 84 años, en Antibes, en la Costa Azul francesa.