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La
música, actualidad y tradición de la Residencia
La presencia de la música ha sido una constante en la historia de la Residencia. En ella surgió en 1930 el llamado Grupo de los Ocho, integrado, entre otros, por los Halffter, Rosita García Ascot y Gustavo Pittaluga. Federico García Lorca amenizaba las veladas con el Bechstein de media cola del salón y, en los laboratorios, Francisco Grande Covián y José Solís tarareaban la Patética de Beethoven. Este espíritu,que no fue un hecho casual, sino un elemento estructural del proyecto de la Residencia histórica, tiene una clara continuidad en esta segunda etapa como refleja esta crónica de Arturo Reverter. |
Sin la labor que durante casi veinte años se realizó en y desde la Residencia de Estudiantes, es posible que muchas cosas no fueran hoy como son en la cultura española. Por referirnos exclusivamente a la música, es difícil que, sin esos antecedentes, se hubiera llegado a producir la eclosión de los años diez y quince, que fructificaría poco más tarde en las primeras obras de, entre otros, Ernesto y Rodolfo Halffter, y que tomaría cuerpo social en el denominado Grupo de los Ocho, nacido oficialmente en 1930 en la Colina de los Chopos. Ese caldo de cultivo que no se circunscribía exclusivamente a la Residencia, y que se encarnaba en figuras clave como Falla o Salazar, representativas de un estado de cosas y de un nuevo estilo, fue en cierto modo tamizado y reconducido en buena parte gracias a la actitud y a la actividad desplegada en esta casa, imbuida desde el principio de un espíritu renovador, moderno, dotado de amplia visión. Una historia ejemplar Cabe recordar una vez más que entre estas paredes estuvieron platicando, dialogando y tocando sus músicas, en algún caso totalmente nuevas —decisivas en la Europa de la época—, compositores como Ravel, Poulenc y Stravinsky; que durante un tiempo fue permanente la afluencia de los más relevantes adalides de lo contemporáneo; que se dio pie al estudio y a la creación de una importante corriente musicológica encabezada por Martínez Torner y por Bal y Gay; que se abrieron las puertas a las tendencias y a las personas más representativas de esa modernidad tan ardientemente defendida y postulada, los Halffter o Pittaluga en primer lugar. Había un ambiente, un clima de entusiasmo realmente contagioso, propiciado, ya desde principios de los veinte, por la presencia como residente de Federico García Lorca. Las tertulias creadas en torno a su piano hicieron época. No es raro que a partir de ahí surgieran iniciativas tan poderosas como la citada del nacimiento del grupo madrileño de compositores, representantes de una nueva y renovadora etapa que eliminaba viejos moldes y esquemas ya periclitados. Y que, entre otros muchos acontecimientos, situaría en su programación —y esto es algo que queda también para los anales— el estreno en Madrid de La historia del soldado stravinskiana, en junio de 1931, en un concierto preparado y llevado a cabo por artistas e intelectuales de la talla de Vázquez Díaz, Rivas Cherif, Cernuda, Caballero, Aggerholm y Ernesto Halffter. Transposición de un espíritu Cegadas prácticamente sus actividades desde la guerra, la Residencia apagó su voz musical hasta mediados de los ochenta, cuando otros gobernantes y otras preocupaciones decidieron resucitar el antiguo espíritu —antiguo en el tiempo, que no en las ideas y propuestas— y darle forma. Consecuencia de tales propósitos ha sido, tras el asentamiento del proyecto, el paulatino incremento de las actividades musicales que, desde 1989, han tomado, en paralelo con las conectadas con otras disciplinas, carta de naturaleza y se han convertido ya en una sana costumbre que ha abierto un hueco en el panorama musical madrileño y español. Análisis de un siglo En estos años se ha venido haciendo, de un modo u otro, un auténtico repaso en profundidad a la música de este siglo que ahora concluye. Los antecedentes que han determinado que la música de hoy haya ido por unos derroteros y no por otros están siendo permanentemente estudiados, en paralelo con la marcha de los acontecimientos producidos en los demás ámbitos de la cultura española y europea. Lo que marca la posibilidad de extraer consecuencias y de llegar a conclusiones que nos permitan conocer mejor la realidad actual como hija lógica de un pasado. Esta evolución se ha podido ver muy claramente en el terreno estrictamente musical gracias a la linea trazada de acercamientos entre el pretérito, el presente y el futuro. A partir de 1992, cuando ya en los salones de la Residencia se había hecho sitio a manifestaciones de gran interés —como aquellos encuentros de música por ordenador y videoarte iberoamericanos— y se había dado cabida a intérpretes y estudiosos de excepcional calidad —los clavecinistas Gustav Leonhardt, Pepe Rada, Françoise Lengellé, Jacques Ogg, el chelista barroco Anner Bylsma, el laudista Hopkinson Smith, el Noneto Checo, el London Wind Consort, el cantaor José Menese—, la programación comenzó a sistematizarse. Surgieron así distintos ciclos que pretendían agrupar de manera coherente la música de una época o movimiento determinado para ponerla didácticamente en relación con el devenir histórico; una forma de establecer puentes y de facilitar corolarios. La primera iniciativa de este tipo, que se integraba en un proyecto más ambicioso, de carácter interdisciplinar, recayó en el período vienés de finales del siglo xix y principios del xx. Fue un muy hermoso y enriquecedor paseo por la Viena de 1900, con un lógico epicentro constituido por la escuela fundada por Arnold Schönberg, creador del dodecafonismo, de quien se ofrecieron algunas de sus más significativas partituras de cámara y piano, así como el fundamental Pierrot lunaire. A su alrededor, lieder y música de cámara de sus discípulos Berg y Webern, de Mahler, el precursor del rupturista expresionismo, y de Brahms y Strauss, recopiladores y restauradores, a su modo, de la tradición. Y junto a ellos, páginas de compositores de evolución diversa, coetáneos y complementarios, como los rusos Scriabin y Stravinsky y los franceses Debussy, Ravel, Caplet y Poulenc, y creaciones de músicos españoles actuales herederos o defensores, desde su medio y tiempo, de los presupuestos seriales: Gerhard, Homs, Rodolfo Halffter, Rincón y Soler. Para completar este panorama sonoro se programaron varias conferencias a cargo de especialistas de la importancia de Donald Mitchell, Henry-Louis de La Grange y Luigi Pestalozza. Artistas relevantes, como las sopranos Janis Taylor y Marianne Pousseur, pianistas como Jean-Marie Cottet y Jeff Cohen, el barítono François Le Roux, el Grupo Manon, el Nuevo Cuarteto de Leipzig y el Ensemble Erwartung, se hicieron cargo de la interpretación. Un año después, en 1993, se organizó un ciclo en torno a la Generación del 27, tan íntimamente relacionada, como más arriba se comenta, con la Residencia de Estudiantes. Obras francesas de estética impresionista, básicas en la formación de nuestros músicos, de Debussy y Ravel, y partituras participativas de la estilización de los Seis de Satie, Poulenc o Stravinsky, precedieron a un recital de piano y canción con títulos de los dos Halffter, Bacarisse, Rosita García Ascot, Pittaluga y Bautista; a una sesión Falla con dos de sus grandes obras maestras, el Concerto y El retablo de maese Pedro; a un recital pianístico con composiciones del grupo catalán-valenciano —Mompou, Gerhard, Lamote, Esplá y Blancafort—; a una página camerística que incluía a Remacha, Bautista y Ernesto Halffter (Cuarteto de cuerda de este último, a los setenta años de su estreno), y a un concierto de flamenco y canciones populares armonizadas por Lorca. El Grupo Manon, la soprano Marta Almajano, los pianistas Ana Vega, Alberto Atenelle y Menchu Mendizábal, el Teatre Lliure, el Cuarteto Arcana y Carmen Linares fueron los ejecutantes. Miguel Ángel Coria, Emilio Casares y Enrique Franco disertaron en torno al fenómeno que supuso la aparición del movimiento, por otra parte recreado y enriquecido en la exposición organizada al efecto. En paralelo a la interpretación en Madrid de la integral de las sinfonías de Bruckner, se desarrolló una serie de actos en torno al compositor y su época, que buscaba fundamentalmente practicar una reflexión sobre uno de los momentos de incubación de la música de nuestro tiempo. Así se dieron la mano, junto a los del organista de San Florián, pentagramas pertenecientes a compañeros de viaje o consecuentes como Brahms, Wagner —que tanto influyera en el pío compositor—, Mahler —su discípulo—, Wolf, Strauss y los tres componentes de la escuela de Viena, también hijos espirituales del autor de Asfelden. El excelente Cuarteto Brodsky tuvo a su cargo los dos conciertos instrumentales, mientras que las mezzosopranos Iris Vermillion y Mónica Minarelli acometían los vocales. Los musicólogos Sergio Martinotti y Ángel F. Mayo y el filósofo Francisco Jarauta daban las lecciones magistrales. Presencia de la música de hoy La exposición en torno a Los Putrefactos promovió asimismo diversas manifestaciones que pretendían estudiar la presencia de la música en la obra nacida de la mente y la inspiración de unos satíricos Lorca y Dalí, y que estudiaban, por otro lado, una vez más, la influencia francesa (Ravel) en los compositores españoles (Coria, Gombau, Falla). La soprano María José Montiel, atendida por el piano de Jorge Robaina, puso lo mejor de su arte para ilustrar estas ideas. El mismo año se hizo llamada, bajo el epígrafe La última música en la Residencia, a la participación de jóvenes instrumentistas franceses y de compositores españoles de última hora: los nombres de David del Puerto, José Luis Turina, José Ramón Encinar, Alfredo Aracil, Francisco Luque y José Manuel López tuvieron así el eco merecido, proyectado en sendos coloquios en torno a la creación actual. En esta misma senda se sitúa la serie Maestros y discípulos, que, en un par de sesiones de principios de 1996, puso en atriles, combinándolas didácticamente, partituras de Luis de Pablo, Josep Soler, Gotzón Aulestia y Francisco Escudero, maestros, y de sus respectivos discípulos, Joseba Torre, Israel David Martínez, Mikel Mate y Ramón Lezkano. En este orden de cosas, sin perder de vista ni la noción de modernidad ni la de tradición, se imbrica la serie dedicada a Manuel de Falla y Roberto Gerhard con motivo de sus respectivos cincuentenario (de la muerte) y centenario (del nacimiento), programada a lo largo de noviembre y diciembre de 1996. En ella se daba un repaso a la estética de los dos mejores compositores españoles del siglo y se consideraban algunos de sus antecedentes y consecuentes: obras primerizas del gaditano, de canto y de piano, al lado de piezas de lejanos precursores (Antonio Soler) y de coetáneos más o menos emparentados con él (Mompou, Rodolfo Halffter y otros miembros del Grupo de los Ocho); partituras variadas del anglo-catalán se conectaban con las de su maestro Schönberg y con las de allegados de su primitivo entorno geográfico, continuadores suyos en algún caso, como Montsalvatge, Turull y Homs. El Ensemble Erwartung volvía a la Residencia para acometer dos de los cinco conciertos. Los tres restantes estaban encomendados a la pianista Rosalía Pareja, la soprano Montserrat Obeso, con el acompañamiento de Jorge Robaina, y el violinista Santiago de la Riva, apoyado desde el teclado por Ángel Gago. Javier Alfaya y Jorge de Persia, en sendas charlas, nos aproximaron a ambas figuras. Cuando esta publicación esté en la calle, se habrá abierto ya en los salones del Transatlántico la exposición en torno a Ernesto Halffter, el más dotado de los músicos madrileños del 27. El apoyo sonoro, que sin duda supondrá perfecta ilustración a lo plástico y documental, viene dado por un pequeño ciclo de cuatro conciertos, que aprovecha la oportunidad para tratar la personalidad de su hermano Rodolfo a los diez años de su muerte. Obras pianísticas, para canto y piano, de cámara y para pequeño conjunto podrán ser escuchadas. Ocasión para volver a degustar una página tan estimulante como el Cuarteto, de Ernesto, y de descubrir el divertimento sobre el ballet Don Lindo de Almería, de Rodolfo. Y para penetrar en el estilo y la obra para tecla de ambos a través del curso dictado por Guillermo González, amigo y alumno del menor de los hermanos. Colaboraciones de otras entidades Además de esta continua presencia de la música en la Residencia, hay que anotar las actividades que se desarrollan igualmente en ella y que dependen de o son propuestas por otras entidades, que buscan su colaboración y apoyo en un centro. Adquirieron justa fama los conciertos, conferencias y mesas redondas relacionados con tres ciclos consecutivos denominados Tercer Milenio, una idea creada por José Luis Pérez de Arteaga, patrocinada, en un principio, por la Fundación Caja de Madrid —que ha estado financieramente detrás de muchas de las cosas realizadas en esta casa— y la Orquesta de la Radiotelevisión y, después, integrada en la programación del Festival de Otoño. Las principales tendencias musicales de este fin de siglo han venido siendo servidas así a través de este vehículo cultural de primer orden situado en la Colina de los Chopos. |