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Christian Zacharias
Preguntas en torno a Schubert

A. R.
En su intervención del día 12 de abril en la Residencia el pianista alemán Christian Zacharias mostró al público todas las preguntas que le sugiere la obra del compositor austriaco Franz Schubert y le enraizó en las culturas austriaca y alemana, relacionándole con músicos, poetas e incluso con filósofos como Nietzsche. Arturo Reverter traza una semblanza de este instrumentista y recoge el entusiasmo mostrado por Zacharias ante la personalidad de Schubert, entusiasmo compartido por el numeroso público que asistió al encuentro.

El alemán Christian Zacharias no es un pianista al uso: nacido en la India en l950, discípulo de Perlemuter en París, premiado en los concursos de Ginebra, van Cliburn y Ravel, ha mostrado siempre una permanente y voraz curiosidad, ha desplegado unas insólitas dotes de investigador y ha edificado su sólida carrera en torno a un variado y constante cuestionario. Es un eterno inquisidor, un inquisidor nato, que se sirve de facultades técnicas de primer rango para explicar pertinentemente todas las verdades –o parte de ellas al menos– que la música encierra. Es bueno que haya intérpretes de este tipo, que al tiempo que exponen y engarzan sonidos, los aclaran, los interrelacionan y los ponen en conexión con las grandes corrientes del pensamiento occidental.

Con este bagaje y estas inquietudes se presentó Zacharias el 21 de abril en la sala Rockefeller del Consejo. Y con la simpatía que se desprende de su talante sencillo, espontáneo, comunicativo. Prefirió expresarse en un castellano macarrónico, pero inteligible (con el apoyo logístico de Antonio Moral, director de la revista Scherzo) y, sin ningún tipo de ceremonias y de preámbulos, fue directo al grano: ¿Por qué Schubert suena a Schubert? La respuesta vino en este caso de la mano de la armonía (noción que establece las reglas combinatorias de los sonidos que se producen simultáneamente). Zacharias habló y tocó profusamente para ilustrar sus palabras.

En l817 el autor vienés compuso dos Sonatas bien distintas, una en mi bemol mayor (D 568) y otra en la menor (D 537): «En el primer caso la música va en una dirección, sigue un discurso, es parte de la construcción que lo impulsa; al modo practicado antes por Haydn o Mozart y coetáneamente por Beethoven. En la segunda las armonías se presentan no como integrantes de un discurso musical, sino como portadoras de una nueva energía: una fuerza que se mueve, pero que no actúa en ninguna dirección concreta ni conduce a parte alguna.» Y una nueva pregunta: ¿Dónde puede ir?: «Con Schubert la armonía se presenta por primera vez como algo precioso, esencial; ha abierto una puerta: necesita una repetición antes que un desarrollo; busca frases no resueltas, suspensiones sin solución. Es la misma música de antes, pero diferente en planteamientos, exposición y resolución.»

El método schubertiano alcanza su madurez en Sonatas posteriores, como la D 664 en la mayor, cuyo segundo movimiento es un buen ejemplo de esas prospecciones. «Aquí Schubert, a diferencia de Beethoven, no actúa con impaciencia, no está siempre en movimiento, se detiene, repite; su actividad es más receptiva que la de su colega; y el silencio, como elemento interviniente en la construcción, es básico.» Y ante la pregunta de si este silencio es equivalente a pesimismo: «El arte después del Renacimiento tiene una perspectiva central; Beethoven es el ejemplo. Pero Schubert es el eterno reposo, su pulso está siempre cercano al concepto de viaje circular; algo que vemos también en la gran Sonata en la mayor D 958.»

Concepciones que conectan también, evidentemente, con el mundo del lied, que está en la misma entraña de la música del compositor austriaco y que quedan claramente contenidas en una obra emblemática como la célebre canción Margarita en la rueca, con texto de Goethe, escrita a los 17 años: «El movimiento de la música va en una dirección y halla, en el repetido acompañamiento y en las modulaciones, la eternidad, el pesimismo, la posibilidad de un tiempo eterno. Hay en ello algo triste.» Pero, ¿la armonía y el movimiento se encuentran ligados en estos pentagramas? El lied nos continúa dando respuestas. Der Wanderer (El caminante), con texto de Schmidt von Lübeck, es una buena piedra de toque. La noción del viajero es el símbolo del romanticismo alemán; la felicidad siempre queda por detrás para el caminante. «En el lied Wohin? (¿A dónde?), Schubert utiliza la armonía para identificar un lugar y crea una música que corre en paralelo al agua del arroyo que se describe en el poema de Müller. En la expresión “No sé” hay una suspensión, una duda.»

Todo ello determina que por lo general en la música de nuestro autor haya en todo momento una sombra; «no una tragedia propiamente dicha. La tragedia en Schubert es el destino; no puede hacer nada contra la fatalidad. Lo que nos lleva a una nueva idea, expresada en otra canción de viaje, Der Wanderer an den Mond (El caminante a la luna), sobre poema de Seidl: andar es quedarse en casa. De ahí nace esa música imposible pero cierta, que mezcla movimiento y quietud.»

Porque, en definitiva, lo que caracteriza en último y más trascendente término la música schubertiana proviene de una tremenda metáfora: la emoción derivada de perder el país, el lugar (de cada uno). «La angustia, las sombras, tan claramente descritas por la pluma del compositor con su revolucionario juego armónico y su concepto del tiempo, plantean singulares contraposiciones: cercanía y lejanía, tiempo y eternidad.»

El pianista quiso despedirse con la lectura de un fragmento del Zaratustra, de Nietzsche, en el que un enano (Schubert) respondía a un viajero (Beethoven) que «todas las cosas derechas mienten», «toda verdad es curva» y «el tiempo mismo es un círculo». Algo que ya sabíamos y que con Zacharias hemos constatado.