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Música en la Residencia
Grandes directores e intérpretes marcaron la tónica del curso
Arturo Reverter

Numerosas han sido las actividades musicales en la Residencia dentro del curso que ahora concluye. Conciertos, encuentros, conferencias, mesas redondas han constituido un totum nada revolutum que ha permitido abrir varias vías de ilustración y comprensión en torno a la música de distintas épocas y acercarnos tanto a la personalidad y significado de algunos compositores claves de la era moderna cuanto a la vigencia de sus mensajes culturales o a la entidad de varios de sus intérpretes actuales. Existen diversas vías de aproximación a la breve historia de un año musical. En este conciso resumen hemos elegido la que nace de la unión inconsútil de zonas de influencia, de parentescos estéticos y de relaciones. A través de ella se aprecia la coherencia –y por ende el valor didáctico– del cañamazo dentro del que se ha movido la oferta.

Roberto Gerhard y Manuel de Falla

Viena, la ciudad en la que se operaron cien años atrás todas las crisis que han dado como consecuencia, en la música y en todas las disciplinas artísticas y científicas, la Europa en la que hoy vivimos, ha estado muy presente. En ella residió y compuso Schönberg, un hombre sin el que la música de toda la centuria no sería la que es, cuya Noche transfigurada fue una de las partituras dirigidas en el Auditorio de Madrid por la Orquesta del Concertgebouw de Amsterdam. En el encuentro presidido por su director, el italiano Riccardo Chailly (25 de octubre), quedaron puestas de manifiesto las conexiones entre este artista y su maestro Gustav Mahler (del que orquesta y batuta brindarían la Sinfonía nº 10 en la versión completada por Cooke). Como claras quedaron las habidas entre el patriarca de la escuela de Viena y creador del sistema dodecafónico y su discípulo el español Roberto Gerhard, protagonista junto con Falla de un ciclo que recordó los aniversarios de ambos autores, desarrollado entre el 12 de noviembre y el 14 de diciembre y que sirvió tanto para despejar dudas respecto a su respectiva valía –con obras tempranas y de madurez de uno y otro–, como para entender sus correspondientes divergencias estéticas nacidas curiosamente de un mismo tronco: el del nacionalismo estilizado y auténtico de su maestro español Felipe Pedrell. Luego ya se sabe: cada uno tomó su rumbo. El catalán, sin descuidar su herencia hispana, de la que nunca renegó –es más: estuvo siempre en la raíz de su música, por muy serial que ésta fuera–, llegó a hacerse un crédito y una fama en Inglaterra; el gaditano alcanzó, como ninguno de sus colegas, a profundizar en la entraña de nuestra música popular, a la que en ocasiones supo revestir de un ropaje sutilmente impresionista, y fue el elemento más influyente en la pléyade de compositores de la Generación del 27, tan importante en la historia de la Residencia. Entre ellos, Gustavo Durán, de breve pero enjundiosa producción, a quien el 11 de marzo se dedicó un entrañable homenaje protagonizado por la soprano Estrella Estévez y el pianista Francisco Hervás. Por su parte Rosalía Pareja y Montserrat Obeso (12 y 27 de noviembre) nos acercaron, respectivamente, al mundo menos conocido del piano y de la canción de Falla, mientras que, ya en diciembre (día 3), Santiago de la Riva y Ángel Gago hacían lo propio con el del violín de Gerhard, autor que compartía atriles con Schönberg en sendos conciertos del Ensemble Erwartung (10 y 12). Las personalidades de los dos creadores españoles festejados eran, asimismo, glosadas en noviembre por Jorge de Persia (13) y Javier Alfaya (26). A ellas se unía la del casi nonagenario Joaquín Nin Culmell, discípulo episódico en tiempos de don Manuel, pianista y compositor felizmente vivo, en torno al cual –pozo inacabable de anécdotas– se realizó un sabroso coloquio (10 de diciembre).

Schubert-Zacharias

París fue lugar de residencia durante lustros de este músico. Allí moró Debussy, tan decisivo para el desarrollo futuro de Falla y tan básico en el repertorio de cualquier pianista contemporáneo. En torno a las verdades y la estética de Claudio de Francia se explayó el pianista milanés Mauricio Pollini, en el coloquio del día 10 de marzo, al tiempo que nos sumergía, con sus características parquedad y concisión, en el universo sonatístico beethoveniano. Un compositor tan afín al genial sordo, Franz Schubert, que nació y vivió en esa Viena en la que también se hizo famoso su antecesor (y que alumbraría el talento schönbergiano), fue objeto del escalpelo analítico de otro gran instrumentista de nuestra era, el alemán Christian Zacharias, que el día 21 de abril abrió, desde un peculiar entendimiento de la armonía, caminos poco hollados que nos ayudaron a penetrar en la sorprendente personalidad del autor de la Sinfonía Incompleta.

Dos enormes directores de esta época, el húngaro (hoy británico) Georg Solti y el moscovita Gennadi Rozhdestvenski, pusieron, además, el gracejo, mucho conocimiento y sentido común en los encuentros que protagonizaron el 31 de octubre y el 10 de enero, respectivamente. Cuestiones políticas, sociales y fundamentalmente musicales fueron afrontadas sin tapujos y con simpatía ante una solazada concurrencia.