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Aquel poeta distraído
Juan Manuel Díaz
de Guereñu |
La nómina de documentos que integran el archivo de Emilio Prados es extensa y tiene la desconcertante diversidad del baúl de papeles viejos de cualquier familia ilustrada, de ese rimero de certificados oficiales lastimosamente obsoletos, cartas, fotografías, cuadernos emborronados y libros maltratados que suele encontrarse embarrancado en cualquier remate de libros usados. Prados temió que ése fuera el destino de sus escritos, como el de tantos otros: «Aquí se quedan y pierden nuestros papeles sin que nadie se ocupe de ellos», le escribía a un amigo, con amarga conciencia de las habituales derivas hacia el naufragio definitivo de tantas rutas del exilio. Pero, pese a achicarse y enquistarse siempre y cada vez más en su soledad de inadaptado, a Prados le cupo la fortuna de unos parientes y amigos que supieron percibir la estatura real de su obra y cuidaron de preservarla a su muerte. Aunque dividido entre las responsabilidades compartidas de varios legatarios y errante durante décadas por los rumbos más inesperados –la Biblioteca del Congreso, México, Francia, Bilbao, Vancouver–, su archivo ha podido recalar, quizá definitivamente, en el Centro de Documentación de la Residencia, retornando así a puerto, a uno de los puertos que dibujan su peculiar trayectoria. La multiforme abundancia del archivo admite los usos más diversos. Lo han perfilado peripecias variadas, la andadura sonámbula pero también particularmente atenta de Prados por entre los acontecimientos y episodios más apabullantes de nuestro siglo. A él tendrán que acudir los historiadores del exilio republicano y de las organizaciones e instituciones de los refugiados, lo mismo que los estudiosos de la poesía española y de la intervención de los intelectuales en nuestra política y en nuestra cultura, pues Prados fue exiliado y hombre de iniciativas culturales antes de empozarse en su universo interior, y esos desempeños han dibujado su estela más o menos definida en formularios, instantáneas y manuscritos. Pero es sobre todo la tarea cotidiana del poeta, su escritura absorta, su afán inagotable por dar con la palabra y encontrarse en ella lo que define la significación de este archivo. Prados, aunque implicado una vez y otra en los sobresaltos colectivos, se sabía deudo de otras angustias y buscador de otras razones, y agotó su vida en la creación, contando sus días por versos y desenredando la madeja de su tiempo en la forja de una obra. Para él, la elocuencia de su palabra no dependía sólo del acierto expresivo fugaz, del hallazgo puntual, sino de la totalidad construida. Poema es, en su intención y en su concepto, una entidad significativa mayor que una tirada de versos. Así llama a lo que otros denominan libro o aun colección de libros. Y la prosecución del poema exige tanteos, vagabundeos de la escritura, reestructuraciones y una reflexión continua. Y como la poesía era su vida, ese trajinar callado y tozudo sobre el papel, sobre cualquier papel –con sus trochas abandonadas, sus senderos apenas apuntados o sus rutas abiertas con la confianza siempre insegura del poeta en la viabilidad de su caminar–, quedó asentado en su rastro de papeles, carpetas, poemarios esbozados y originales recompuestos a cada nueva intentona. Las cartas de Prados pueden orientar en parte la inmersión del investigador en esa escritura, a la que su propia acumulación en el tiempo da apariencia de laberinto. La búsqueda del poeta era en efecto laberíntica, pero él cartografió la trayectoria errática y certera de su afán; a veces con detalle, como lo hizo para su amigo y estudioso José Sanchis-Banús, cuyo legado pradiano completa el archivo. En este legado, en sus papeles emborronados de versos, en los libros que, incluso ya impresos, retocó y recompuso el poeta lápiz en mano, en su correspondencia, tan obsesiva como su escritura poética, como su vida, se ofrece la posibilidad de rastrear su deambular por los dominios del misterio, dar con la razón de su paso distraído y escuchar los ecos y las resonancias inéditas de su voz en el tiempo. |