REVISTA

Último número
Números anteriores

1 2 3
 
4 5 6
 
7 8 -

Jefe de Redacción:

José Méndez

Comité de redacción:

Belén Alarcó
Santos Casado
Manuel Rodríguez Rivero
Salomé Sánchez

Fotógrafos:

Joaquín Amestoy
Alfredo Matilla

Corrección de textos:

Antonia Castaño
Lola Martínez de Albornoz
Salomé Sánchez

Diseño:

Área Gráfica

Maquetación:

Natalia Buño
Celia Gª-Bravo

Fotomecánica:

DaVinci Impresión:
Artes Gráficas Luis Pérez

Depósito Legal:

M. 4.793-1997

Edita:

Amigos de la Residencia de Estudiantes
Pinar, 23. 28006 Madrid.
Tel.: 91 563 64 11
Copyright©1999
Fundación Residencia de Estudiantes

LOS BAROJA
Radiografía familiar
Pío Caro Baroja

El pasado mes de junio, y en coincidencia con la exposición Los Baroja en Madrid, que se pudo visitar en el Museo Municipal hasta el pasado día 13, la Residencia de Estudiantes, en colaboración con el Ayuntamiento de Madrid y la Cuarta Tenencia de Alcaldía (Concejalía de Cultura, Educación, Juventud y Deportes), ha querido rendir homenaje a la familia Baroja, íntimamente ligada a la historia de esta casa y a su entorno histórico. Fueron tres sesiones –coordinadas por Joaquín Puig de la Bellacasa– dedicadas al repaso de una trayectoria intelectual que arranca en el siglo xix, con Serafín Baroja, y que abarca ya tres generaciones. El acto de clausura, que contó con la presencia de José María Álvarez del Manzano, alcalde de Madrid y patrono de la Residencia, corrió a cargo de Pío Caro Baroja. A continuación se reproduce un extracto de su intervención, bajo el lema Radiografía familiar o los Baroja desde dentro.

«Elegirás el exilio para poder decir la verdad.» Nietzsche.

Comenzaré por decir algunas generalidades que se pueden aplicar a mi familia, a mis tíos principalmente, y empezaré por advertir que al personaje, en general, no se le conoce por su obra, sino por otra serie de datos generalmente externos: aspecto, retratos, fotografías, biografías, y hoy por los llamados medios de comunicación, por su aparición en público y por lo que dicen de él los críticos y periodistas. Con estos últimos elementos se crea una figura, una imagen, un cliché, que puede ser falso y que, sin embargo, persista durante años y se convierta en estatua de bronce. Así, a una persona se le puede tildar de ogro, de misógino, de malhumorado o de no saber escribir o ser mal gramático para toda su vida, como a mi tío Pío, bien por no haberle leído o no conocerlo [...]

Estos calificativos de ogro, misógino, egoísta, o de no poner bien las comas y otras sandeces, los ha tenido mi tío Pío, cuando era el hombre más respetuoso, correcto, educado y justo que he conocido; el más sincero, el más fiel a sus ideas, el que mejor y con más cariño ha cantado a su tierra, el que ha escrito páginas perfectas e inolvidables y el hombre más delicado con las mujeres, como se puede ver entre sus páginas, en donde aparece una variedad de tipos como en la obra de ningún otro escritor. No voy a dar ahora la larga y variada lista de sus tipos femeninos, ni marcar el interés que sentían las mujeres por él. Todavía recuerdo a algunas que le oían embebidas en las tardes de Ruiz de Alarcón, ya en su vejez. [...]

Es indudable que uno de los problemas que se le puede plantear a cualquier intelectual de cara al público, y probablemente el que más le puede afectar a su imagen, es el de la relación con el mundo social. A veces la vulgaridad es una ventaja, se crea una identificación inmediata con el personaje, cosa que se da en el arte y sobre todo en la política. Es el llamado «mensaje», la vulgaridad al alcance de todos. Pero hay otros personajes que esto no lo logran nunca. Hoy, con los llamados medios de comunicación, la identificación o no con la sociedad vigente es rapidísima y se puede modelar. El cambio de imagen, esta «peluquería» moderna, sabe mucho de ello: se lima un colmillo, se le añade un tufo, se le pone silicona o un tinte, una zamarrilla o un traje negro, y ya está al servicio del socialismo o del capitalismo. Pero para esto hay que prestarse a ello. Estos males, vamos a llamarlos carencias, para una vida social cómoda, los han tenido, en mayor o menor grado, los miembros de mi familia, no por su aspecto físico, o porque fueran antipáticos, sino por otras causas más profundas: de pensamiento y de actitud, entre otras, la sinceridad y la dignidad, que ya se adivinan en esta radiografía. Hoy día a esta actitud disconforme y crítica se la considera peligrosa, y en términos ampulosos, a los que no llega el arte ni la literatura, se la llama «alarma social», una nueva figura de censura. [...]

Mi familia, a lo largo de estos cien años, ha dejado una larga estela de trabajo, que está ahí para juzgar sobre ella. De todas maneras, buena parte se ha perdido, se ha roto por el tiempo y por la guerra. Pero quedan muchos testimonios que sirven para ajustar sus personalidades: son unos doscientos escritos, entre novelas, textos, poesías y estudios; y cerca de otros dos mil testimonios plásticos, entre cuadros, aguafuertes o dibujos; y naturalmente muy poca gente conoce esta obra en su totalidad.

Muchas veces me he preguntado dónde residía o de dónde venía el «micelio» que originó tanta producción, tanto trabajo, y he creído que podía venir de las orillas del lago de Como, de los Nessi, litógrafos y también pintores; pero fallaba mi supuesto cuando pensaba también en los Baroja impresores y en mi abuelo Serafín con estas inquietudes literarias y pictóricas. Y he llegado a la conclusión de que el micelio, si era vasco, se fortificó con néctar lombardo, en el caso de mi madre y mis tíos, y después recibió savia genovesa y andaluza. [...]

He dicho que hemos sido como una familia de topos que vivían en unas galerías interiores trabajando día y noche. También he hablado de nuestras excursiones externas y de los desengaños, quizá por esto esa «amanita barojiana» ha tenido el néctar agridulce de la elegía; y hemos descubierto unas mil formas distintas de llorar –como dijo León Felipe– al comprobar que lo soñado, lo recordado, el pasado, se destruía o era mentira, y que aquellos campos luminosos que deslumbraban eran también campos de sangre, de odios y rencores, y hemos llorado hasta con sonrisa, que es la forma más hermosa del llorar.

Quizá aquí, ahora, habría que decir algo sobre ese pesimismo barojiano tan cacareado, que, según creo, ha sido el resultado de una confrontación del mundo interior, idealizado, con la realidad exterior.

Cuando Pío se entera, en el comienzo de la Guerra Civil, de que avanza una columna carlista por el Bidasoa, que no es la de Mina o la del Cura Merino, decide, junto con el médico y un policía de Vera, ir a verla. Está pensando casi literariamente y está recons-truyendo la llegada de una «partida» del Escuadrón del Brigante; pero cuando se encuentra con la tropa que avanza, con las boinas rojas, los fusiles relucientes, los cañones, las ametralladoras, la petulancia, el sudor y la mirada brillante, la realidad en definitiva, siente una repulsa y una disconformidad con lo idealizado, y además, por si fuera poco, está a punto de ser fusilado. Y curiosamente en ese instante completa su imagen literaria y nos dice lo que piensa: «Gritaré ¡Viva la Libertad!». Otro sueño.

No creo que a estas alturas del siglo, llamado ufanamente siglo xx, y mirando lo que ha sido, ninguna cabeza clara encuentre motivos para sentirse optimista, y más si hace el balance de cien años: millones de hombres muertos, más que durante toda la vida anterior de la humanidad, enfermedades y lacras incurables, miseria, hambre, rapiña, que, frente a otros logros, no son para sentirse optimistas; y mis tíos no lo fueron, y fue ésta otra causa de crítica y de reproche, el cacareado pesimismo barojiano, tantas y tantas veces repetido, frente al ideal de la falsa sonrisa aunque nos estuviéramos matando. El pesimismo también produce alarma social y sobre todo a los que mandan y figuran en nómina. [...]

Mi familia, a lo largo de estos cien años que se pueden testimoniar año a año, ha tenido un común denominador aunque matizado en las distintas personalidades, una linea seguida y constante que va de punta a punta en la supuesta radiografía. En el esquema, en el gráfico, lleva el nombre de individualismo, y, como atributo de éste, su liberalismo. Un liberalismo viejo que ya aparece en los últimos Alzate, en don Eugenio de Aviraneta y en los primeros Baroja de Oyarzún.

Quizá por eso le interesaron a Pío las personas, los individuos, fueran del bando que fueran, mucho más que las doctrinas.

Y creo que sólo el individualista puede ser liberal, lo demás son entelequias políticas, juegos florales; hablar de libertad con socialismo es una contradicción evidente porque son incompatibles y se destrozan, aunque en tiempos de la Revolución Francesa libertad e igualdad valieran como aspiraciones generales; otra entelequia igual que hablar y predicar la democracia en países pobres con grandes desigualdades económicas, porque jamás el rico se ha asociado con el pobre si no es para hacerle trabajar.

Esta linea larga y clara del individualismo, tan rechazada en nuestro tiempo, lleva en el gráfico, a sus lados, dos círculos grandes que la flanquean; son como barrancos abiertos muy cercanos al camino, dos simas peligrosas que pueden dar vértigo y arrastrarte al fondo de la espelunca: la sinceridad y la crítica, dos atributos o facultades de la libertad.

Poder pasar entre estos dos escollos del viejo mar del pensamiento sólo es posible con la ayuda de la independencia, con la autonomía, con la autosuficiencia intelectual y material.

Llegando a este extremo, se puede recorrer ya todo ese camino, navegar a mar abierto y ver clara la linea sin quiebra alguna.

¡Y qué difícil resulta marchar en solitario por este sendero! Y mi familia lo ha hecho, renunciando a muchas cosas con esfuerzo o, quizá, por reunir una serie de condiciones que no son corrientes y que muchas veces las han llamado «privilegio», como si fueran dones recibidos gratuitamente y no logrados con privaciones. [...]

Al año bien cumplido de la muerte de Julio, necesito hablar de él, hacer unas consideraciones sobre su obra, recordar cómo y cuándo se fraguó su personalidad científica y su enorme capacidad de trabajo. Fue en Itzea y durante la guerra, durante aquellos tres años de hostilidad exterior que Julio pasó hora a hora entre los libros. Por aquellas manos jóvenes pasaron miles de libros, centenares de citas, de páginas, de litografías y grabados. Muchas veces lo he dicho, Julio vio todo lo que el hombre había escrito, dibujado o pintado desde Altamira a Pablo Picasso; de física, matemáticas, apenas sabía las cuatro reglas. Pero la imagen, el retrato, de los mil hombres que han arrastrado el carro del arte o del progreso le eran conocidos a través de cuadros, estampas y grabados. El bombardeo del barrio de Argüelles, de Madrid (1937), con la destrucción de la imprenta de nuestro padre, también le liberó de otro compromiso, el de haber sido impresor. Allí, en aquel bombardeo, Julio volvió a librarse, a la vez que se perdieron más de cien planchas de aguafuertes, muchos originales de las novelas de Pío, dramas de Ricardo, escritos de Aviraneta y retratos familiares. El que no le dejaran opositar en la posguerra también le valió para su trabajo. La anglofilia conocida de Pío en pleno franquismo, y con el gobierno vertido hacia la Alemania nazi; el acercamiento y amistad con el encargado de asuntos exteriores yanqui, Philip Bonsal, y con el hispanista inglés Walter Starkie, director del Instituto Británico, que le ofreció trabajo para que le facilitara datos sobre una España curiosa, también le sirvieron –amén de las pesetillas que le daba el escritor inglés– para completar su mundo. Creo que esa afición a comprar libros escritos por viajeros extranjeros por España vino de entonces, de los comentarios y bibliografías que le pedía Walter Starkie cuando estaba preparando Don Gitano. Esta colección de libros se conserva en Itzea, antes estuvo en la casa de Churriana y frecuentemente la consultaba Gerald Brenan, vecino de ese pueblo. Su estudio sobre las sociedades características diferenciadas, saharauis, moriscos, judíos, vascos, podía venir también de entonces, de la extensa lectura de testimonios de viajeros antiguos y modernos que las marcaban con particular interés, como cosas curiosas y sorprendentes. [...]