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Maurizio
Pollini
El defensor de la música contemporánea Arturo Reverter |
Concreto, positivo, empírico, estudioso, analítico y detallista. Así es Maurizio Pollini (Milán, 1942), un pianista extraordinariamente concienzudo, de emociones controladas, dotado de una magistral técnica que le facilita el camino hacia cualquier rincón del repertorio. Hay algo de religioso, de litúrgico en su actitud, cercana al hieratismo, reveladora de una poderosa concentración. Por el camino de la inteligencia crea tensiones poderosas, llega al fondo del corazón y abre la puerta de la ascesis suprema. Este auténtico virtuoso del teclado, hombre tímido, reservado, a veces hermético, que sólo gusta de hablar con su instrumento, puede encontrar, sin embargo, vías de comunicación insólitas y volcarse, a su modo, ante un auditorio atento hasta alcanzar cotas de comunicación impensadas y ofrecer un notable caudal de información y demostrar una honradez y entrega absolutas a la causa de la música. Ésta es la imagen brindada por el artista en el encuentro desarrollado en el aula magna de Físicas del Consejo, colmada de un público interesado y caluroso, el pasado 10 de marzo. El pianista tiene las ideas muy claras; y de manera diáfana, con frecuentes ejemplos musicales al piano, las explicó. Quiso desde el principio dejar en evidencia su preocupación por la libertad creadora; la que le acerca a Beethoven y Debussy, dos de los autores cuya música ha tocado en el Auditorio Nacional durante esta visita a Madrid. «Amor a la libertad de Beethoven por el descubrimiento de nuevas formas, fuera de los corsés de la tradición; apuesta de Debussy por la liberación del sonido. Ese sonido que tanto ha influido en toda la composición de este siglo.» Uno de los Preludios del compositor francés, La catedral sumergida, fue analizado por el instrumentista sobre el teclado, ejemplificando las dificultades métricas derivadas de la convivencia de dos compases distintos, el de 6/4 y 3/2. Una pieza ésta en la que se dan cita una enorme variedad de materiales musicales. «Entre ellos las escalas de tonos enteros (hexacordos), como símbolo del final de la polaridad o atracción tonal y como base del nuevo lenguaje en el que todas las notas tienen la misma importancia.» En los últimos tiempos Pollini está ofreciendo en distintas capitales (no en Madrid) la integral de las 32 Sonatas de Beethoven, que toca en orden cronológico. Una experiencia que le parece natural porque «Beethoven componía coetáneamente obras de carácter muy diverso, lo que crea una extrema variedad y permite construir programas llenos de contrastes que pueden aparecer, incluso, como marca característica del compositor, dentro de la misma partitura». Contrastes que no impiden el empleo de materiales comunes y de figuras históricas, como esa escala descendente, tanto cromática como diatónica, que aparece, como herencia de Monteverdi, Bach o Mozart, en varias de estas páginas, como la op. 27 nº 1, la célebre Claro de luna, y que se localiza también en músicas posteriores. De siempre ha sido Pollini un artista fuertemente comprometido con su sociedad. Frente a las posiciones más utópicas y teóricas de antaño, hoy adopta la de francotirador del teclado: «Enseñar es mi compromiso, mi empeño de hoy: hacer la música de una determinada manera y no de otra. Ayudar a apreciar la creación actual. Para ella no debe haber otra regla que la de la libertad». La misma que para aproximarse a la interpretación de los pentagramas del barroco o del clasicismo: «Se ha criticado mucho la utilización del piano en lugar del clave en Bach. Pero a escoger aquél me anima el hecho de que el propio compositor era un gran y permanente transcriptor de sus obras (y de las de otros). Para él la música no descansaba realmente en el instrumento en sí, en su timbre más o menos característico, sino en la esencia o idea poética más abstracta. La moda de emplear siempre instrumentos de época, contra la que no tengo nada, antes al contrario, veda frecuentemente la posibilidad de que esas partituras del pasado entren en el repertorio habitual de los conjuntos e instrumentistas modernos: con lo que, evidentemente, tienen menor difusión.» Artista cauto y riguroso, Pollini estudia cuando puede los manuscritos y fuentes originales. «Las ediciones actuales no son siempre fiables. Un ejemplo lo tenemos en la Sonata nº 2 de Chopin: en ella faltan cuatro compases al comienzo de la reexposición del primer movimiento que son idénticos a los que abren la obra.» La libertad y fantasía del intérprete está en relación directa con el conocimiento profundo de los textos. La sensación de espontaneidad sólo puede proporcionarse cuando se llega a captar la verdad de lo escrito «hasta hacerlo nuestro. A partir de aquí se podrá improvisar, crear». Como lo hicieron y lo hacen algunos de los directores con los que el pianista ha colaborado más asidua y provechosamente: Abbado, su gran amigo y compañero de pretéritas fatigas y travesuras políticas en el antiguo PC italiano; como Böhm, con quien mantuvo una relación artística intachable; como Boulez, «magnífico compositor también». O como Karajan, hombre autoritario y de difícil trato. Pollini confirmó en este encuentro en la Residencia que en cierta ocasión le habían preguntado: «¿Cómo se entiende usted con el director salzburgués?» «En italiano», contestó el pianista. |