REVISTA

Último número
Números anteriores

1 2 3
 
4 5 6
 
7 8 -

Jefe de Redacción:

José Méndez

Comité de redacción:

Belén Alarcó
Santos Casado
Manuel Rodríguez Rivero
Salomé Sánchez

Fotógrafos:

Joaquín Amestoy
Alfredo Matilla

Corrección de textos:

Antonia Castaño
Lola Martínez de Albornoz
Salomé Sánchez

Diseño:

Área Gráfica

Maquetación:

Natalia Buño
Celia Gª-Bravo

Fotomecánica:

DaVinci Impresión:
Artes Gráficas Luis Pérez

Depósito Legal:

M. 4.793-1997

Edita:

Amigos de la Residencia de Estudiantes
Pinar, 23. 28006 Madrid.
Tel.: 91 563 64 11
Copyright©1999
Fundación Residencia de Estudiantes

La filosofía española
en las VI Conferencias Aranguren
Manuel Reyes Mate

Pedro Cerezo Galán, catedrático de Filosofía de la Universidad de Granada, fue el ponente de las Conferencias Aranguren de Filosofía. Bajo el título «Tres paradigmas del pensamiento en la España del siglo XX», desarrolló los representados por Unamuno, Ortega y Zubiri, a los que calificó, respectivamente, de trágico, reflexivo y especulativo. Organizadas por el Instituto de Filosofía del CSIC y la Residencia, las jornadas vienen celebrándose desde 1992, año en el que fueron inauguradas por el profesor Aranguren. Manuel Reyes Mate, autor de Mística y política y La razón de los vencidos, es director del Instituto de Filosofía.

Las Conferencias están ligadas a la persona y obra de Aranguren porque quisimos que fueran la tribuna que cultivara un tipo especial de pensador, aquel que Aranguren llamaba intelectual y que él mismo definía así: «Es intelectual el que, ante todo, sabe escuchar lo que no se ha dicho, oír lo que se siente y por ello, y tras ello, puede pronunciar la palabra que muchos buscaban, sin acabar de encontrarla. El intelectual asiste con su propia vida a la existencia no solamente suya, a la existencia de su pueblo. Presta así su voz a los unos, es su portavoz, y procura despertar con su voz la de los otros, de los enajenados, de los manipulados, de los que, para repetir las palabras orteguianas, no asisten a la existencia, a la suya, que como ya se ha dicho, no es nunca sólo la suya, sino está siempre entretejida con la de los demás».

El intelectual no es el filósofo de gabinete sino el pensador que asume sus responsabilidades públicas. Por eso esta tribuna de intelectuales está abierta a toda suerte de público.

Si se repasa la lista de los que han desfilado por ella, se verá que el intelectual arangureniano es una especie que, aunque no abunde, está ahí. El primer ponente fue el propio Aranguren, quien, en 1992, hizo una relectura de su propia obra, precisando el contexto de cada escrito y desvelando las claves de su pensamiento.

Las Sextas Conferencias casi coincidían con el primer aniversario de la muerte de quien diera nombre a estos encuentros. Tenía razón la prensa del día cuando evocaba esa circunstancia bajo el signo de la nostalgia. Se le echaba de menos. Y no es que falten voces críticas. Lo que ocurre es que no sorprenden. Hasta las críticas responden a códigos colectivos. Como si costara estar por encima del propio gremio.

Pedro Cerezo, un discípulo eminente del propio Aranguren, acometió una tarea a la que se ha dedicado con ardor: dar a conocer y valorar el pensamiento español. El autor de Las máscaras de lo trágico habló el primer día de Unamuno, un hombre del 98, pero, sobre todo, un hombre de su tiempo. Más allá de su casticismo, Unamuno se enfrenta a problemas trágicos que son los de la condición humana. Ortega y Gasset es otro mundo. Ha optado por la vida y la razón práctica y pondrá en juego toda su capacidad reflexiva para resolver el problema de España. Zubiri seguirá un camino mucho más interior centrado en pensar de nuevo la fundamentación de la metafísica.

El público asistente agradecía la claridad y la hondura del conferenciante. Y aportó su grano de arena. Antonio Garrigues, amigo de Ortega, recordó momentos vividos juntos en los que quedaba bien de manifiesto que la apuesta orteguiana por la vida no era meramente retórica. El Padre Mindán, maestro de generaciones de profesores de filosofía y discípulo de Ortega y Zubiri, pudo permitirse, gracias a sus 94 años, evocar sus encuentros con Unamuno en la Magdalena de Santander, sus paseos con Ortega y las clases-conferencias de Zubiri. Su último alegato en favor de la filosofía, de la continuidad de estas Conferencias Aranguren y de las actividades del Instituto de Filosofía tenía la fuerza de quien viene de lejos y ha sabido distinguir el ruido de las nueces.

El intelectual según Fernando Savater

La conferencia que tuvo lugar el día 20 de febrero dentro del ciclo Los intelectuales, puede incluirse en el género interactivo. Savater declaró la vocación de tal al comienzo, cuando afirmó que para recibir mensajes sin réplica es preferible ver televisión, y también porque su exposición fue una suerte de auto-entrevista sobre Las dolencias de los intelectuales, que concluyó con un amplio turno de intervenciones del público.

Desde la convicción de que declararse intelectual «suena un poco absurdo», Savater avanzó una definición integradora según la cual un intelectual sería «aquel que trata a los demás intentando interpelar en ellos el elemento intelectual». Definición que no cuestiona ni valora el lugar académico o social desde el que se produce tal interpelación, sino el hecho de que la misma se formule en términos racionales y espere una recepción y respuesta dentro del mismo código. Definición que se compadece con el presente en el cual «una mayoría vive de esfuerzos intelectuales». Otras ideas sobre el intelectual aún vivas en nuestra sociedad le parecen al autor de Contra las patrias «tópicos un poco nocivos», pues han cambiado las circunstancias históricas que en otros momentos las justificaban. El intelectual, en el sentido de personaje social, aparece unido a los primeros medios de comunicación, las primeras gacetas del siglo XVIII, y una de sus características fue la «vocación de llegar a todas partes». Vocación que produjo las primeras reacciones en contra de ese nuevo personaje, «simplemente porque aquella voz llegaba desde un lugar desde el que nunca se había hablado antes». Voltaire fue, en la evocación de Savater, buen ejemplo de aquellos orígenes.

En la actualidad el intelectual «al que le afectan diversas dolencias, desde el miedo a no gustar a quien le paga, la pedantería, y sobre todo la tendencia a tomarse a sí mismo más en serio que el asunto del que se ocupa», vive en la «cacofonía de opiniones» de una sociedad binaria a la que nada importan las razones para llegar a una opinión, sino su cuantificación. Siguiendo el dictado del realismo sucio, «todo el mundo tiene una opinión como tiene un culo», analogía que al ensayista donostiarra no le parece del todo defendible.

J.M.