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Cuando
Altolaguirre se refugió en París al final de la guerra
civil, recibió un regalo muy especial del crítico
de arte Christian Zervos: una pequeña y muy antigua estatua
de un caballo griego. Esta estatua, que acompañó al
poeta en su viaje al exilio americano, fue un objeto muy querido
por él. Tal vez porque llegó a ver simbolizadas en
ella las vicisitudes de su propia vida, decidió, además,
poner el nombre de El caballo griego como título
de las memorias que empezó a escribir en La Habana en 1940
y en las que seguía trabajando en los últimos meses
de su vida. Parece del todo lógico que la estatua presida
también este homenaje.
Uno de los últimos poemas de Altolaguirre fue escrito para
un homenaje a Pablo Picasso organizado por la revista Papeles
de Son Armadans. Cuando el poema apareció publicado,
en abril de 1960, su autor ya había muerto. Como señaló
el director de la revista, Camilo José Cela, al darlo a conocer,
se trataba de un poema «denso en adivinaciones y voluntades».
En agradecimiento al amigo que acababa de desaparecer, Picasso envió
a Paloma Altolaguirre una separata del texto con un dibujo suyo,
rebosante de vida y de color. Fue uno de los primeros homenajes
póstumos que recibió el poeta.
En el verano de 1960, y bajo la dirección de sus amigos malagueños
Estrada y Fernández-Canivell, la revista Caracola
dedicó un número monográfico a su recuerdo.
En él colaboraron medio centenar de poetas, críticos
y pintores, entre ellos, Vicente Aleixandre, Gerardo Diego, Concha
Méndez, José Bergamín, Jorge Guillén,
Luis Cernuda, Emilio Prados, Juan Gil-Albert, Ramón Gaya,
Juan Rejano, José Herrera Petere, Antonio Aparicio, Enrique
Azcoaga, José María Souvirón, Carlos Rodríguez-Spiteri
y José Antonio Muñoz Rojas.
Por las mismas fechas, pero en México, en el Fondo de Cultura
Económica, se publicaron las Poesías completas
de Altolaguirre, en edición preparada por Luis Cernuda. Otro
tributo no menos importante, aunque poco recordado hoy en día,
fue el que le rindió en México, en 1962, la revista
Nivel. Promovió este homenaje la exiliada vasca
María Dolores Arana, quien colaboró en el mismo junto
a Luis Cernuda, Vicente Aleixandre, Camilo José Cela, José
Bergamín, Jean Cassou, Emilio Prados y muchos otros amigos
y admiradores del poeta.
En los cuarenta y cinco años que han pasado desde su muerte,
la figura de Altolaguirre se ha ido incorporando lentamente a los
manuales que estudian la generación a la que perteneció,
sus poemas se han reeditado en varias ocasiones e hispanistas de
diversos países han estudiado su obra y su figura. El presente
homenaje, con todo, pretende dejar en evidencia lo mucho que queda
todavía por explorar en esas «islas invitadas»
que son el mundo de Manuel Altolaguirre. Las próximas generaciones,
como siempre, tienen la palabra.
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