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alberti sobre los ángeles

XIV

La tormenta. Porque en su mejor, Rafael es Rafael el atormentado. Por muchos años se le veía en la frente, desde mozo, una arruga, pasajera, que iba y venía, hasta que a fuerza de tiempo se quedó allí, permanente. La seña, la seña de la angustia, la marca del romántico. Hasta a los ángeles les llevó la tempestad en el encuentro más hermoso que ha tenido la poesía española con los querubes. ¡Qué tremolina armó entre ellos, colándose de contrabando en una nube becqueriana, en sus altos cuarteles de las cuatro estaciones! Allí subió a denunciar la farsa de los angelitos de alfeñique, de pastaflora, de estampita de cromo; de los ángeles de oficio, de plantilla, con su escalafón y sus ascensos, muchos ascensos. ¡Afuera! Rafael, cantor de los ángeles pretéritos, de los postergados, del ángel tonto, del ángel malo, de los extraviados y de los purísimos. Defensor del proletariado de los ángeles; y de algún aristócrata entre ellos. Desde entonces, romántico. No respeta nada. Se acabó el jugueteo, con las sirenillas, con los gitanos, el retozo con las flappers, las aviadoras y los toreritos. Se los deja atrás –pero siempre con nosotros.

Pedro Salinas
«Nueve o diez poetas»,
en Ensayos Completos,
Madrid, Taurus, 1983 vol.3 pág. 3
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